JESUS EL CRISTO

JESUS EL CRISTO
Gnosis por Samael Aun Weor

jueves, 8 de diciembre de 2011

JESÚS EN TIERRA SANTA

JESÚS EN TIERRA SANTA


El Gran Budha Jesús de Nazareth regresó a su tierra para cumplir la misión más grandiosa de todos los siglos. Sin embargo, es muy cierto y de toda verdad que ningún profeta en su tierra tiene honra.

El pueblo de Israel fue escogido para rodear al Maestro y redimir al mundo; así se comprende por qué ese pueblo tuvo tantos profetas y tantos santos.

Sobre los muros invictos de Sión resplandeció la gloria de Salomón, hijo de David, rey de Sión; sobre los muros de Jerusalem resplandeció la faz de Jehová; sobre las calzadas de Jerusalem brillaron llenos de luz Isaías, Samuel, Jeremías, Ezequiel y muchos otros; ese fue el pueblo escogido para acompañar al Señor.

Desgraciadamente, en la hora suprema de la prueba final, libertó a Barrabás y crucificó al Cristo, su Mesías prometido.

Cuando el pueblo tuvo que escoger entre el Cristo y Jahvé, crucificó al Cristo y adoró a Jahvé, que es el jefe, de la logia negra.

Jahvé es un ángel caído, el genio del mal, un demonio terriblemente perverso.

Así fue corno el pueblo de Judá crucificó a su Cristo prometido; así fracasó el pueblo de Israel, así fue como se hundió en el abismo el pueblo que había sido escogido para difundir la sabiduría crística por toda la faz de la tierra.

Ahora ese pueblo sigue a Jahvé y está totalmente fracasado; ese es el pueblo que traicionó a su Maestro y lo crucificó.

Si no hubiera sido crucificado el Señor otra hubiera sido la suerte del mundo occidental, ahora tendríamos por todas partes sublimes rabinos iluminados predicando el esoterismo crístico.

El esoterismo crístico, la cábala secreta judía y la santa alquimia unidos, hubieran iluminado y transformado al mundo totalmente.

Los misterios de Levi hubieran resplandecido con la luz del Cristo, la gnosis hubiera brillado esplendorosamente en todas partes. El mundo no hubiera caído entonces en el cristianismo muerto del catolicismo romano y nos hubiéramos salvado de las horribles tinieblas de la edad negra.

Desgraciadamente fracasó el pueblo escogido y toda la humanidad se hundió en el abismo.

Tembló la tierra terriblemente y se rasgó el velo del sanctum sanctorum en dos pedazos, entonces el Arca de la Alianza quedó visible para todos como única esperanza de salvación.

Esa arca representa a los órganos sexuales -dentro de los cuales está el Gran Arcano- y a la magia sexual -clave suprema de la redención-.

EL BAUTISMO DE JESUS
El Budha Jesús estaba lleno de majestad, lo único que le faltaba era la coronación. Jesús se encaminó hacia el Jordán, donde moraba Juan, el que tenía su templo en el que oficiaba. Juan es un gran maestro de la Logia Blanca. Juan era un hombre de mediana estatura, venerable anciano de blanca barba. Juan puso en la puerta del templo una inscripción que decía: "Se prohíben las danzas profanas". Cuando oficiaba se revestía dentro del templo con su regia túnica sacerdotal; fuera del templo vestía sencillamente envolviendo su cuerpo con UNA PIEL DE CAMELLO y así, semidesnudo, este venerable anciano estaba lleno de majestad y, todos lo respetaban; su cuerpo, lleno de fuertes músculos y amplia frente, reflejaba la majestad de su resplandeciente Ser. Juan tenía que vivir hasta la llegada del Mesías, tenía que ser el gran iniciador del Budha Jesús, así estaba escrito en los libros del destino.

Jesús entró al templo y Juan le ordenó quitarse las vestiduras. Juan estaba revestido con su túnica sacerdotal y Jesús, desnudo, sólo cubrió sus órganos sexuales con un paño blanco, luego salió del vestíbulo y entró al santuario. Juan ungió con aceite puro al Señor y echó agua sobre su cabeza. En esos instantes tres estrellas resplandecieron internamente en el cielo del Espíritu; la tercera estrella era roja como fuego vivo.

Entonces descendió del cielo el Espíritu de sabiduría.

Ese fue el instante supremo, el Espíritu de sabiduría entró en Jesús por la glándula pineal. El Padre no entró en esos instantes en el cuerpo de Jesús, solamente asistió en su regio carro de fuego, visible sólo para los ojos del espíritu.

Así fue la coronación del Budha Jesús.

El Apocalipsis dice: "Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida".

Jesús fue fiel y así recibió la corona de la vida, que es el hálito eterno para sí mismo profundamente ignoto, un hálito del Absoluto en nosotros, aquel rayo puro de cada hombre de donde emanó el mismo Intimo, el hilo átmico de los Indostanes, nuestro Yo Soy.

Al que sabe, la palabra da poder; nadie la pronunció, nadie la pronunciará, sino aquel que lo tiene encarnado.

Él lo encarnó en el bautismo.

"En el principio era el verbo, y el verbo era Dios, y el verbo era con Dios; este era en el principio con Dios; todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es hecho fue hecho.

Y la luz en las tinieblas resplandece, mas las tinieblas no la conocieron".

Los orientales llaman Christos al Cristo Cósmico, los egipcios lo llamaban Osiris, los indos Vishnú y los tibetanos Kwan-yin, la Voz melodiosa, el Ejército de la Voz, el Gran Aliento, el Sol Central, el Logos Solar, el Verbo de Dios.

Después del bautismo gnóstico resplandeció el Cristo en Jesús lleno de gloria, con luz blanca inmaculada, divina, radiante como el sol.

Así fue como Jesús encarnó a su resplandeciente y luminoso Yo Soy. Desde ese instante Jesús se llamó Jesu-Cristo.

"Y aquel verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. Aquel era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo." En El no existen diferencias jerárquicas, en El todos somos uno. "Juan dio testimonio de Él, y clamó diciendo: Este es del que yo decía: El que viene tras de mí es antes que yo, porque es primero que yo".

"Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia." Todo aquel que encarne a su Cristo interno será también Él.

En el pasado varios lo encarnaron, en el futuro muchos lo encarnarán.

Nadie puede recibir la corona de la vida sin haber levantado sus siete serpientes sobre la vara. Todo aquel que diga "Yo recibí la corona de la vida", miente, el que la recibe no lo dice, sólo se conoce por sus obras. La corona de la vida es un secreto terrible.

Tenemos que convertirnos en moradas del Señor "y como Moisés levantó la serpiente sobra la vara en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado". Tenemos que encarnar a Cristo en nosotros para subir al Padre; nadie llega al Padre sino por el Hijo.

Cristo no es un individuo, ES EL EJÉRCITO DE LA VOZ, el Verbo de Dios.

En el Cristo todos somos uno, en el Señor no existen diferencias entre hombre y hombre porque en Él todos somos uno. En Él no existe la individualidad, el que lo encarne es, entonces, Él, Él, Él. La variedad es unidad.

Tenemos que acabar con la personalidad y con el yo para que nazca el Ser, tenemos que acabar con la individualidad.

Si en éxtasis un místico abandona sus siete cuerpos para investigar la vida del Cristo, entonces se verá a sí mismo representado en el drama de la Pasión del Señor haciendo milagros y maravillas, se verá muerto y resucitado al tercer día; ocupará ese místico el puesto del Cristo y, en esos instantes, será El, El, El, porque en el mundo del Cristo no existen individuos, en el Cristo sólo existe un solo Ser que se expresa como muchos.

Al terminar con el yo y con la individualidad sólo quedan los valores de la conciencia, los atributos del eterno espacio abstracto absoluto.

Sólo Él puede decir "Yo Soy el camino, la verdad y la vida". Yo Soy la luz, Yo Soy la vida, Yo Soy el buen pastor, Yo Soy la puerta, Yo Soy el pan, Yo Soy la resurrección. El Ser recibe al Ser de su Ser, al Yo Soy, aquel hálito del Gran Aliento en cada uno de nosotros, nuestro rayo particular, El, El, El. El Yo Soy es el Cristo interno de todo hombre, nuestro Divino Augoeides, el Logos. El que recibe la corona de la vida tiene derecho a decir Yo Soy El, Yo Soy El, Yo Soy El.

A los teósofos les decimos que Él no es la mónada pero que de Él sale la mónada. El es nuestro rayo particular y ese rayo es una triada perfecta. Sólo Él nos liberta de la ley del karma. El es el rayo logoico de cada hombre. El fin de la ley es Cristo. La ley del karma es tan sólo la madrastra, el curandero que nos sana, eso es todo. En Cristo somos libres. Cristo es el Logos, el Verbo y Él nos hace reyes y sacerdotes libres y poderosos. Él que recibe la corona de la vida se liberta de la ley del karma.

Él es el Ejército de la Voz, nuestro resplandeciente dragón de sabiduría. Él es la corona de la vida, la fe, el Verbo, la corona de la justicia. En la ley somos esclavos, en el Cristo todos somos libres PORQUE EL FIN DE LA LEY DEL KARMA ES EL CRISTO.

"Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida."

Los atributos del eterno Yo Soy son el Ejército de la Voz.

Abandonad todas vuestras idolatrías, religiones, escuelas, sectas, órdenes y logias, buscad a vuestro resplandeciente y luminoso Yo Soy que mora en lo hondo de vuestro Ser. El es vuestro único Salvador.

Cristo es el Ejército de la Voz, el Ser único, el Ser de todos los seres, la suma total de todos los atributos del eterno espacio abstracto absoluto, el Cristo Cósmico total, impersonal, universal, infinito.

Cristo es una unidad múltiple. La luz vino a las tinieblas pero las tinieblas no la conocieron. Cristo es el Logos Solar. El Ejército de la Voz es una unidad múltiple, eterna, incondicionada y perfecta. El es el Logos creador, el Verbo del primer instante, el Gran Aliento emanado de entre las entrañas del espacio abstracto absoluto, el Ejército de la Palabra.

El eterno espacio abstracto absoluto es el Ser del Ser de todos los seres, el Absoluto, el Innombrable, el ilimitado espacio.

Todo el que encarne a su Cristo se cristifica e ingresa a las filas del Ejército de la Voz. En Egipto al Cristo lo llamaban Osiris, y el que lo encarnaba era un osirificado; entre los aztecas el Yo Soy es Quetzalcóatl.

samael aun weor



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