ISRAEL EL PUEBLO ELEGIDO
La historia de la Elección Divina es la historia de la Salvación del hombre.
“Bahar” es el término hebreo que utiliza la Biblia para expresar el hecho de que el Israel fue el pueblo elegido de Dios. Este vocablo no aparece en la literatura hebrea hasta el libro del Deuteronomio.
La historia de Israel está unida a la historia de la Elección Divina, independientemente del término “Bahar” hablar de Israel es hablar de la Elección.
Si se estudia con detenimiento la Biblia, algo que queda claramente reflejado es que la formación de la comunidad israelita no fue un mero producto de la historia, ni fruto del azar. En algunos pasajes del Éxodo o en el libro de Números, queda constancia que la formación del pueblo de Israel debe su existencia a la intervención Divina, que quiso escogerle para que fuera el soporte de las promesas de Salvación. Dios fue preparando, a través de los tiempos previos antes de Abraham, la Elección de su Pueblo, así queda reflejado en los 11primeros capítulos del Génesis. Este evento corresponde a la prehistoria de la Elección.
“Bahar” es el término hebreo que utiliza la Biblia para expresar el hecho de que el Israel fue el pueblo elegido de Dios. Este vocablo no aparece en la literatura hebrea hasta el libro del Deuteronomio.
La historia de Israel está unida a la historia de la Elección Divina, independientemente del término “Bahar” hablar de Israel es hablar de la Elección.
Si se estudia con detenimiento la Biblia, algo que queda claramente reflejado es que la formación de la comunidad israelita no fue un mero producto de la historia, ni fruto del azar. En algunos pasajes del Éxodo o en el libro de Números, queda constancia que la formación del pueblo de Israel debe su existencia a la intervención Divina, que quiso escogerle para que fuera el soporte de las promesas de Salvación. Dios fue preparando, a través de los tiempos previos antes de Abraham, la Elección de su Pueblo, así queda reflejado en los 11primeros capítulos del Génesis. Este evento corresponde a la prehistoria de la Elección.
A raíz de la “Caída del Hombre” por el Pecado Original; Dios se reservó, de generación en generación, a una serie de hombres justos como Enós, Henoc, Noé, etc. Pero hasta aquí no se puede hablar de Elección propiamente dicha, sino de tratamientos privilegiados, de preferencias Divinas.
Momento histórico de la Elección Divina
Existieron dos momentos cumbres en la Elección. El primero se sitúa en la época Patriarcal, tomando como comienzo el “llamado de Abraham” (Dios llama a Abraham y vuelca en él sus promesas de Salvación). En ese instante, Dios elige a Israel y llama a Abraham para ser el Padre de ese gran pueblo. (Génesis 15,18; 13,15; 22,18;26,24; etc.).
El segundo momento capital se sitúa posteriormente con Moisés en los días del éxodo, donde Dios ya establece relación con su pueblo.
Al estudiar el tema de la Elección se comprueba el hecho de que incluso para los propios israelitas es un enigma el porqué fueron elegidos por Dios. Se podría llegar a pensar que Dios eligió a Israel, sobre el resto de las demás naciones, en un acto arbitrario. Pero la realidad de los hechos no es que Dios escogió un pueblo, entre todos los pueblos de la Tierra, sino que creó un “Pueblo Nuevo”. Dios es el creador de Israel, y así queda reflejado en el Deuteronomio: “Yo soy Jehová, vuestro Santo, el creador de Israel” (Dt.32,6).
Al crear este nuevo Pueblo, Dios crea una Humanidad nueva, capaz de vivir de acuerdo a las leyes y principios divinos. Por eso el fundamento y origen del Pueblo de Israel es un hecho esencialmente sobrenatural, nacido de la voluntad amorosa de Dios hacia los hombres.
Origen de la palabra “Israel”
En el libro del Génesis (32,28) se narra que el Patriarca Jacob luchó toda la noche con una persona desconocida cerca del vado de Jabbōq. Al amanecer Jacob preguntó al extraño quién era, pero éste a su vez le preguntó por su nombre y, una vez enterado del nombre de Jacob, el desconocido le dijo que, a partir de entonces, se llamaría Israel porque había luchado con Dios y con los hombres y había vencido.
En hebreo, Israel es “Yiśrā’ēl”. Etimológicamente deriva del verbo “Sārāh”, que significa combatir o ser fuerte. De ahí que el pueblo elegido por Dios sería un pueblo fuerte, capaz de combatir y vencer. A partir de ese instante, el nombre de Israel no sólo se aplicó al Patriarca Jacob, sino que sirvió para nombrar a todo el pueblo hebreo que serían llamados “hijos de Israel” (Bene Yiśrā’ēl).
Esto hizo que el pueblo hebreo se sintiera unido desde sus orígenes con un vínculo común de sangre y de fe, formando un pueblo fuerte y poderoso.
Relación de Dios con su Pueblo
En la relación establecida entre Dios y su pueblo, la Divinidad ocupó la posición privilegiada, destacando por su benevolencia, amor y fidelidad hacia ellos, sin perder por ello la autoridad soberana. Por otra parte, en cuanto al hombre en esta relación, destaca la capacidad de libre albedrío para responder o no a la llamada de Dios.
En la Biblia queda reflejada, unas veces, como una relación de Padre e hijo; otras veces es común encontrar la similitud de Dios y su esposa (el pueblo elegido).
El error de Israel como pueblo consistió en no saber comprender el alcance de su Elección, a pesar del esfuerzo realizado durante mucho tiempo por los Profetas. Todo esto se ve reflejado en la segunda parte del libro de Isaías, en el que Israel acaba por traicionar y romper la Alianza.
Las Sagradas Escrituras reflejan el momento crítico en la historia del Pueblo Elegido, cuando Dios parece que abandona a Israel y lo deja perderse entre los demás pueblos de la Tierra. A partir de ese punto ya no será el “Israel total” el encargado de llevar adelante los planes de Dios, pues fue infiel a su misión. De nuevo Dios habla de volver a edificar la “Virgen de Israel” y que de nuevo serían plantadas viñas en los montes devastados de Samaria.
El “Resto”
En este momento crítico del pueblo hebreo, la misión se confía a un “Resto”, constituido, no sólo como hasta entonces por los hijos de Abraham según la carne(los descendientes de sangre); sino por aquellos a quien Dios daría un “corazón nuevo y un espíritu nuevo”.
“Así ha dicho Jehová: Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las que estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel... Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos...” (Ezequiel 11,17-19).
En el Antiguo Testamento se utilizan diferentes términos para designar “la pequeña parte” de un pueblo que se salva de la ruina decretada por Dios. La expresión “Še’ar” define a este “Resto” o parte salvada (Isaías 10,20), no siendo esta idea de origen religioso, ni cultural, sino más bien político y militar.
En muchos textos bíblicos también se utiliza este término para designar a: resto de Babel, resto de los filisteos, Lot y su familia salvados de Sodoma, etc. Aquí la noción de “Resto” adquiere un sentido especial, pues implica una esperanza de subsistencia, un grupo salvado del Juicio Divino.
Los Profetas utilizaron y desarrollaron notablemente la idea religiosa de “Resto” como portador de las promesas divinas y el beneficiario, en los últimos tiempos, de la Salvación. Por ejemplo, en el libro de Ezequiel se explica que el Juicio Divino separaría el “Resto Santo” de los rebeldes e infieles (Ez. 20,38; 34,20).
En otras partes de la Biblia a este “Resto” se le denomina como “los pobres de Jehová” (Isaías49,13).
En el libro de Isaías se exponen algunas condiciones y matices sobre el “Resto”:
- Será obra de Dios (Is. 4).
- Se apoyará sólo en Dios y no en alianzas políticas (Is. 10,20).
- Vivirá por la fe (Is.28,16).
- Será Santo (Is. 4,3).
Jeremías incorpora dentro del “Resto” a los llamados “desterrados de Babilonia” (Jer. 24,1). Ezequiel precisa más este concepto diciendo que no son los supervivientes de Judá, ni los desterrados de Babilonia, los que lo formarán, sino que sólo el Juicio Divino discernirá el verdadero “Resto” (Ez. 20,37; 34,20).
Los Profetas fueron perfilando la imagen del nuevo pueblo y del nuevo enviado de Dios mucho tiempo antes de que esto ocurriera. Así anunciaba Isaías al nuevo siervo de Jehová:
“He aquí que se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes de que salgan a la luz, yo os las haré notorias... He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones... Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por la luz de las naciones” (Is. 42).
De aquí surge la figura del ciervo de Jehová, que realiza con su padecimiento y muerte la misión confiada al “Resto” (Is. 52,13; 53). Sin lugar a dudas, el Profeta Isaías, anunciaba con tiempo de antelación la venida del Gran Patriarca Gnóstico Jesús el Cristo.
Jesús es el gran elegido de los tiempos, la piedra preciosa sobre la que se levanta todo el edificio del primitivo cristianismo gnóstico. El nuevo pueblo de Dios que nace conquistado por la sangre de Cristo, heredero de la Elección Divina, no es otro que la Iglesia fundada por Jesucristo. Éste es el nuevo pueblo de Israel del que hablaba Pablo de Tarso en su epístola a los gálatas.
En la Biblia, Dios no vuelve a hablar con la expresión “mi pueblo” a partir de la época de los Profetas, sino que comienza a usar el término “elegido”, su “Pueblo Elegido”.
Este nuevo Israel es una raza elegida, por eso Pablo de Tarso, en su carta a los romanos decía que era un pueblo injertado en el olivo de la elección.
Jesús el Cristo es el Elegido de Dios por antonomasia, el siervo llamado desde el seno materno, más aún, llamado desde antes de la creación del mundo, para concentrar en sí el nuevo pueblo de Dios y para recapitular todas las “Elecciones” hechas en el pasado. Todo esto puede verificarse en los diversos pasajes del Nuevo Testamento, como en las epístolas de los Apóstoles.
La llegada de Jesús el Cristo, hecho de gran trascendencia histórica y espiritual para la Humanidad, hace cambiar el sentido de la “Elección”, ésta toma un rumbo diferente al pasado, las perspectivas de Salvación toman un nuevo y revolucionario sentido.
A partir de Cristo, los elegidos, no lo son de acuerdo a la descendencia de Abraham como en el pasado, sino de acuerdo al espíritu; considerándose hijos de Abraham a todos los que se justifican por su fe, estén o no circuncidados, desapareciendo todas las diferencias de raza, país y cultura(así lo explica Pablo de Tarso en sus cartas a los gálatas y romanos).
De esta forma la Elección Divina se alarga en potencia a todos los pueblos, a todos los individuos, teniendo todos el derecho de pertenecer al Israel de Dios, donde ya no cuentan los títulos de carne o sangre, sino haber nacido a Dios mediante la fe en el Cristo.
El pueblo judío, al rechazar a Jesús como Mesías, se despojó a sí mismo del título de Pueblo Elegido.
Los judíos del tiempo de Jesús, creían todavía que ser hijos de Abraham les garantizaba la protección divina, por lo que Jesús y las primeras comunidades cristianas tuvieron que luchar contra esas torcidas interpretaciones sobre la Elección. Jesús envía a sus doce apóstoles a recorrer la Tierra llevando el mensaje, pero les recuerda que también deben ir a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Por eso Pedro, después de la muerte de Jesús, se dirigió primero a los israelitas, al igual que hizo Pablo a lo largo de sus viajes misionales. También Lucas explica que Cristo es llamado “la consolación de Israel” y dice que él es su Rey y su Salvador (Lc.2,25).
La esperanza de Salvación del Pueblo Elegido, se transmitió a los doce Apóstoles del Cristo, de forma que ellos, al igual que las doce tribus de Israel, representan al nuevo pueblo y juzgarán a las doce tribus cuando venga el Hijo del Hombre (Mateo 19,28).
En la Iglesia de Jesucristo (que fue el último acto creador del Pueblo Elegido) quedaba contenido tanto el “Resto” de los judíos como de los gentiles. Obviamente la referencia no es a la Iglesia Católica sino a la Santa Iglesia Gnóstica.
Pedro, al referirse al nuevo Pueblo Elegido, usaba los calificativos de “linaje elegido”, “sacerdocio real” y “nación santa”. Estudiando el Antiguo Testamento se observa que Moisés empleó estos mismos términos cuando selló la Alianza en el Sinaí (Éxodo 19, 5-6). En esos calificativos se contienen las características de este Pueblo. El V.M. Samael explica que “sacerdocio real” es el sacerdote investido por la orden de Melchisedec.
La Elección Divina representa un privilegio para el ser humano, el privilegio de servir a Dios al tiempo que a sus semejantes. El sacrificio por la Humanidad mediante la predicación o propagación de las enseñanzas es la mejor forma de asegurar la continuidad a través del tiempo de ese Pueblo Elegido. Los primeros discípulos del Cristo así lo entendieron y se entregaron de lleno a la propagación del Evangelio.
Al analizar la composición del Pueblo Elegido, desde sus comienzos hasta la venida de Jesús, se observa que existe una reducción progresiva del número que lo componían. Al principio era la Humanidad entera, después sólo el pueblo de Israel, más tarde el “Resto” del pueblo de Israel y finalmente el siervo de Jehová, el Hijo del Hombre.
Pero a partir de Cristo se realiza el camino contrario. Si la historia de la Salvación tiende a la unidad (Cristo), después de Cristo se tiende a la multitud (la Humanidad).
El libro de los Hechos subraya el crecimiento progresivo de los creyentes en Cristo, e incluso Pablo de Tarso expone en sus escritos la razón teológica profunda de este movimiento de reducción hasta Cristo y progresión a partir de Cristo (Gálatas 3, 6;4,7).
Los Padres de la Iglesia profundizaron bastante en el concepto de “Israel” y explicaron por qué Jesucristo y su Salvación (la verdadera Iglesia) aparecen, aparentemente, en la historia de la Humanidad tan tarde en el tiempo. A este respecto escribieron páginas admirables como las de Orígenes, en las que explicaba que la Iglesia estaba edificada, no sólo sobre el fundamento de los Apóstoles sino también en los Profetas y decía: “No debes creer que se llama esposa o iglesia, sólo desde la venida del Señor, sino que existe desde el principio del género humano y desde la creación del mundo”. El V.M. Samael decía lo mismo: “A esta Iglesia pertenecen Cristo y sus Profetas”.
El Patriarca gnóstico San Agustín en su obra “De Peccato Originali” escribía:
“Existe un Dios y un mediador entre Dios y los hombres; el mediador Jesucristo, y en él tiene Dios a todos los que obran por la fe, ya que resucitó de entre los muertos. Por consiguiente, sin fe en el único mediador entre Dios y los hombres no hubieran podido ser liberados del pecado, y justificados por la Gracia de Dios, los justos del Antiguo Testamento y los “paganos” que viven justamente los cuales pertenecen al cuerpo de la Iglesia. A ella pertenecen los Patriarcas, los Profetas y todos los demás justos del pueblo judío. Sería absurdo decir que Abraham, cuyos hijos en la fe somos nosotros, no perteneció a la Iglesia”.
El Nuevo Testamento no habla sólo de la sustitución del pasado pueblo de Israel por el pueblo cristiano sino que, según Pablo de Tarso, este pueblo se extiende en el tiempo, a través de los siglos.
Este Pueblo Elegido tendrá también su desenlace final, explicado en el Apocalipsis de San Juan que dice: “Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de Israel. De la tribu de Judá, doce mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil sellados; de la tribu de Gad, doce mil sellados...”
Las doce tribus de Israel
La tradición bíblica presenta al pueblo de Israel dividido en doce tribus que descienden del Patriarca Jacob. La estructuración del pueblo, en tribus, clanes y familias, era una forma de supervivencia del nomadismo primitivo.
Las doce tribus de Israel se relacionan en el siguiente orden (existen otras listas con algunas variantes, siendo esta la más habitual):
1. Rubén
2.Simeón
3. Leví
4. Judá
5. Zabulón
6. Isacar
7.Dan
8. Gad
9. Aser
10. Neftalí
11. José
12. Benjamín
Antes de morir Jacob, vaticinó a sus hijos la suerte de sus tribus. Judá fue alabado por encima de sus hermanos y le aseguró la supremacía sobre los demás.
Desde el principio hubo oposición por parte de las tribus asentadas en el Norte, con la de Judá, situada en el Sur. Flavio Josefo (historiador judío del siglo I) decía que la palabra “judío” era un nombre gentilicio derivado de Judá. De hecho el término “judío” se aplica a partir del destierro del pueblo de Israel y se usó para designar a los israelitas del reino de Judá.
El V.M. Samael aclara en sus libros la simbología de estas tribus explicando que toda la pobre Humanidad se desarrolla y desenvuelve en doce tribus entre la matriz zodiacal. De cada una de las doce tribus sólo hay doce mil sellados simbolizando el arcano 12 del Tarot. Este arcano es el fundamento de la Jerusalén Celestial y representa el sacrificio y la obra realizada, es decir, el apostolado. También explica, que si se suma kabalísticamente el número total de sellados en las doce tribus obtendremos el número 9 (12.000 x 12 = 144.000; 1 + 4 + 4 = 9). El nueve corresponde a la Novena Esfera con lo que se entiende que sólo serán salvados aquellos que hayan trabajado con el arcano A.Z.F.
Sólo con el Gran Arcano la humanidad puede recibir el nombre del Padre en la frente. Con el arcano A.Z.F. las doce tribus reciben la señal de Dios. Con el sello del Dios vivo, queda clasificada la Humanidad. Sólo unos pocos han recibido la señal del Cordero.
Melchisedec, el Genio de la Tierra, realizó una profecía en el Tíbet sobre los tiempos del fin que dice:
“Entonces yo enviaré un pueblo desconocido hasta ahora, el cual con la mano fuerte arrancará las malas hierbas del terreno del cultivo y del vicio; y conducirá a los pocos que permanecen fieles al espíritu del hombre en la batalla contra el Mal. Fundarán una nueva vida sobre la Tierra purificada por la muerte de las naciones”.
En esta profecía, Melchisedec, habla de un “pueblo desconocido” que no es el pueblo de Israel ni el que siguió después de Israel. Según dice el V.M. Samael, la Humanidad ha rasgado ya seis sellos del gran libro de San Juan, y cuando rasgue el séptimo sello se cumplirá todo. También explicó que ese pueblo selecto ya se está formado y que verá aparecer el “doble arco iris” en las nubes como señal de una nueva Alianza de Dios con los hombres.
Por eso Virgilio, el poeta de Mantua, dijo:
“Ya llegó la Edad de Oro y una nueva progenie manda”.
GNOSIS
E.M.( España)
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