JESUS EL CRISTO

JESUS EL CRISTO
Gnosis por Samael Aun Weor

martes, 8 de febrero de 2011

EL SERMON DE LA MONTAÑA


DR. MAURICE NICOLL
ENSEÑANZAS DEL CUARTO CAMINO

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA

MAUARICE NICOLL


Introducción

La enseñanza que Cristo da en el Sermón de la Montaña se encuentra entre la que proporciona Juan el Bautista y la que Cristo da en parábolas acerca de los misterios del reino de los cielos.

Son tres órdenes de enseñanza.

Y están a diferentes niveles.

El primero y el más externo es el de la enseñanza de Juan el Bautista.

Algunos fragmentos de ella se encuentran en Lucas.

Luego viene una posición intermedia en la enseñanza del Sermón de la Montaña.

Finalmente viene la enseñanza interna que se da en parábolas acerca del reino de los cielos.

En este capítulo tomaremos primero la impartida por Juan el Bautista según aparece en el tercer capítulo de Lucas; luego, aquella dada en el Sermón de la Montaña según Mateo, junto con el Sermón del Llano que aparece en el capítulo sexto de Lucas.

Primera Parte

De todas las raras figuras que se muestran en los Evangelios, Juan el Bautista es una de las más extrañas.

Sin embargo, es posible que de él se ofrezca una definición mayor que de cualesquiera otros.

Por ejemplo, Cristo lo definió diciendo que era el más grande de todos los hombres nacidos de mujer, pero que aun el más pequeño en el reino de los cielos era superior a él.

¿Qué representa pues Juan el Bautista?

¿Qué figura asume en los Evangelios?

¿Y por qué se da primero su enseñanza, antes de la llegada de Cristo?

Estudiemos la enseñanza del Bautista de manera que podamos luego compararla con la que Cristo ofrece más tarde en el Sermón de la Montaña.

Juan el Bautista pedía la necesidad de cambiar de manera de pensar, enseñaba el arrepentimiento y hablaba del reino de los cielos.

Exclamaba: "Arrepentios, que el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. III, 2).

¿Pero contaba él con alguna idea sobre la índole del cambio interior que tiene que producirse en la mente del hombre, y en realidad en todo su ser, antes que el nivel del reino le sea una cosa accesible?

Aparentemente no; no la tenía, puesto que Cristo dijo que no era del reino.

Los fragmentos que conocemos sobre la enseñanza de Juan el Bautista aparecen en el tercer capítulo de Lucas.

En él se representa a la multitud que se acerca a él para ser bautizada.

Debemos tratar de imaginarlo vestido con una piel y dirigiéndose a la gente con palabras duras:

"¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que vendrá? Haced pues frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir en vosotros mismos: «Tenemos a Abraham por padre»; porque os digo que puede Dios aun de estas piedras levantar hijos a Abraham." (Luc. III, 7-8.)

Tomemos nota de que el Bautista habla a la gente aludiendo a un cambio de mentalidad.

Les dice que no comiencen a decir dentro de ellos mismos:

"Tenemos a Abraham por padre".

Tras haber sido vapuleadas sin discriminación alguna, las personas naturalmente le preguntaban qué habrán de hacer, qué es lo que él espera de ellas.

"Y las gentes preguntaban diciendo:

«¿Pues qué haremos?» Y respondiendo, les dijo: «El que tiene dos túnicas dé al que no tiene, y el que tiene que comer haga lo mismo».

Y vinieron también publícanos para ser bautizados, y le dijeron:

«Maestro, ¿qué haremos?» Y él les dijo: «No exijáis más de lo que os está ordenado». Y le preguntaron también los soldados diciendo: «Y nosotros ¿qué haremos?» Y él les dice: «No hagáis extorsión a nadie ni calumniéis; y contentaos con vuestra paga»." (Luc. III, 10-14.)

También tomemos nota de que la pregunta se formula tres veces, la pregunta sobre lo que deben hacer.

Y casi como si el Bautista sintiese la ineptitud de sus respuestas, como si sintiese su falta de capacidad para decir a las gentes qué es lo que deben hacer, y su falta de comprensión sobre el significado del reino, o en qué consiste el verdadero cambio en el modo de pensar con relación al reino, les anuncia que vendrá otro que es más que él.

"Y estando el pueblo esperando, y pensando todos de Juan en sus corazones si él fuese el Cristo, respondió Juan diciendo a todos: «Yo, a la verdad, os bautizo en agua, mas viene quien es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos; el os bautizara en Espíritu Santo y fuego, cuyo bieldo está en su mano, y limpiará su era y juntará el trigo en su alfolí y la paja quemará en fuego que nunca se apagará». Y amonestando, otras muchas cosas también anunciaba al pueblo." (Luc. III, 15-18.)

En el Sermón de la Montaña, Cristo comienza por decirles a los discípulos no lo que deben hacer, sino lo que deben ser antes de poder ganar el reino de los cielos.

Este sermón comienza con las palabras: "Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos".

Cristo habla acerca de lo que el hombre debe ser, alude a lo que tiene, primero, que llegar a ser en sí mismo.

El hombre debe procurar ser muy diferente en sí mismo antes de alcanzar el reino.

Tiene que cambiar de mente, cambiar en sí mismo, y llegar a ser "pobre en espíritu", sea cual fuere el significado de esta extraña frase.

Hagamos un contraste entre esto y lo que enseña el Bautista.

Este habla sobre deberes externos, bondad ciudadana; Cristo habla acerca de la transformación interior.

Juan lanza una tormenta sobre quienes le oyen y les pide arrepentimiento; Cristo habla acerca del significado del cambio interior que tiene que producirse primero.

Juan les dice qué es lo que tienen que hacer, y Cristo les dice qué es lo que tienen que ser.

Un hombre como Juan el Bautista, que estaba únicamente del lado externo de la enseñanza del Verbo de Dios, que es la que hace alusión a una posible evolución del hombre, se inclina siempre a tomarlo todo al pie de la letra.

Y el Verbo de Dios es algo que no puede tomarse así porque es un medio para establecer un vínculo entre el nivel llamado "tierra" en el hombre, y el superior que es posible alcanzar y que se llama "cielo".

El sentido terrenal es, en verdad, por completo distinto del celestial.

Y a menos que aquél crezca y se desarrolle alcanzando siempre nuevos significados, no puede haber contacto alguno con los niveles superiores, y entonces queda muerto.

De suerte que el hombre literal, el hombre que lo toma todo al pie de la letra, aquel que vive únicamente en los sentidos, el de significados externos solamente, el que nada entiende en lo interno y que, si es religioso, sólo sigue los métodos y las experiencias exteriores de su secta, este hombre no puede desarrollarse.

Ahora bien, si Juan el Bautista no era del reino, como lo indicó bien marcadamente Cristo, ¿qué significa estar cerca del reino? Esto nos ayudará a comprender por qué razón la enseñanza del Bautista no era la enseñanza del reino.

Estar cerca del reino es un caso de entendimiento interior; y hay un ejemplo muy claro tocante a esto en los Evangelios.

Examinémoslo antes de pasar a las demás Bienaventuranzas.

Uno de los escribas ha preguntado a Jesús cuál es el primero de todos los mandamientos, y Jesús responde:

"El Señor, uno es. Amarás, pues, al señor tu Dios de todo corazón y de toda tu alma y de toda tu mente y de todas tus fuerzas... y el segundo es... amarás a tu prójimo como a ti mismo".

El escriba contesta: "Bien, maestro, verdad has dicho que uno es Dios y que no hay otro fuera de él, y amarle de todo corazón y de todo entendimiento más es que todos los holocaustos y todos los sacrificios".

Y como Jesús vio que la respuesta del hombre provenía de su propia comprensión (y no sabiamente, como dice la traducción) le dice: "No estás lejos del reino de Dios", y ya ninguno osaba preguntarle. (Marc. XII, 34).

¿Podemos ahora ver por qué motivo se dice que este escriba estaba cerca del reino? Siempre ha habido quienes en asuntos de la religión han valorizado en demasía las formas externas, las observaciones y las disciplinas.

También vemos en los Evangelios que Juan el Bautista quedó preocupado al enterarse que Cristo y sus discípulos comían y bebían y no ayunaban conforme a la letra de la ley.

Y no cabe duda de que hubiese igualmente objetado el que los discípulos recogiesen espigas de trigo en sábado, o que el Cristo curase a los enfermos también en sábado.

Todas estas cosas iban contra las leyes mosaicas.
Hacia el final de su vida, el Bautista, aparentemente, comenzó a dudar de Cristo.

Y hasta le envió un mensaje preguntándole: "¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?" (Luc. VII, 19).

¿Y cuál fue la respuesta de Cristo?

Respondió de tal manera que el Bautista pudiese entender literalmente.

Dijo: "Id, dad las nuevas a Juan de lo que habéis visto y oído; que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan".

Juan el Bautista no podía entender que esto denotaba los ciegos, sordos, etc. psicológicos.

Pero este nivel de comprensión ha existido siempre, la comprensión de la verdad dura, literal, la comprensión de únicamente el hombre exterior que mantiene la enseñanza del Verbo de Dios sobre el nivel de la Tierra y así destruye no solamente su belleza, sino también su significado, de la misma manera en que uno puede destruir a una criatura con alas cuando se las corta.

Juan el Bautista representa la enseñanza literal del Verbo de Dios.

Representa aquella clase de gente literal a quien Cristo defiende en la persona del Bautista, pues ella es el punto de partida de todo lo demás, y habla acerca de ellos con tanto cuidado y ponderación como si fuesen un problema muy difícil de resolver.

Juan el Bautista creyó en Cristo cuando lo vio; pero hacia el final de su vida comenzó a dudar.

Y éste es el verdadero cuadro psicológico de aquellos que habiéndose arraigado en el lado externo de la enseñanza del Verbo, y todo su áspero significado literal, se hallan de pronto con el sentido interno o superior, y no lo pueden comprender y caen en la duda; y, en verdad, se sienten ofendidos porque ya no pueden sentir mérito alguno, ya no pueden considerarse mejor que los otros.

Sin embargo, debe comprenderse que el significado literal del Verbo de Dios tiene que conservarse.

Segunda Parte

La primera Bienaventuranza, según se las llama, y las ocho restantes, están dirigidas, en apariencia, a los discípulos de Cristo y no a la multitud.

Las palabras con que comienza el capitulo quinto del Evangelio de Mateo expresan:

"Y viendo la gente, subió al monte; y sentándose se llegaron a él sus discípulos. Y abriendo la boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos»." (Mat. V, 1-3.)

En Lucas encontramos una versión abreviada y algo diferente de las Bienaventuranzas; se mencionan tan sólo cuatro, y esto después que Cristo ha escogido a sus doce discípulos en la montaña y ha descendido al llano.

De estas cuatro Bienaventuranzas, la primera dice: "Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios." (Luc. VI, 20.)

Desde que Lucas menciona a los pobres, muchos son los que han pensado que esto quiere decir ser verdaderamente pobre, ser pobre al pie de la letra.

Pero en Mateo se dice:

"Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos".

Y nadie podrá creer que los literalmente pobres carecen de orgullo si en este sentido se toma este versículo.

¿Cómo vamos, pues, a entender esta expresión "pobre en espíritu?"

En la traducción literal del original hallamos que la expresión no es "pobre en espíritu", sino "mendigo del espíritu".

¿Qué significa ser mendigo del espíritu?

Eliminemos por completo la noción de que quiere decir ser un mendigo o ser pobre al pie de la letra.

Hay otra palabra en los Evangelios que se traduce como pobre y que significa ser verdaderamente pobre, como en el caso de los diezmos de la viuda; en este sucedido se presenta a la mujer como una persona en realidad indigente, pobre en el sentido literal, pero que da más que los otros.

Pero el término empleado en este caso tiene un significado más bajo.

Se refiere a uno que se arrastra y que tiembla, como si fuese un mendigo oriental pidiendo limosna en las calles, y así adquiere una profunda acepción psicológica.

En Lucas, donde sólo se dan cuatro Bienaventuranzas, se dan también, por así decirlo, cuatro pesares que están en correspondencia directamente opuesta a las bendiciones.

El pesar correspondiente a la sucinta formulación de "Bienaventurados vosotros, los pobres" es' "Mas ¡ay de vosotros, ricos!, porque tenéis vuestro consuelo".

Ahora bien; desde que Mateo habla de ser pobre en espíritu el significado de "rico" en Lucas no puede ser otra cosa que "rico en espíritu".

Un triunfo sobre un rival, una mejora en la situación personal, una recompensa, un negocio inteligente, todo esto constituye un consuelo.

Pero si en el fondo de sí mismo el hombre siente que es nada, que no sabe nada, que no merece nada, si es que anhela comprender más y ser diferente, si en realidad se siente vacío y desea ser algo, entonces, de hecho, en su mente, en su espíritu, en su comprensión, percibe su propia ignorancia, su propia nadidad, y en tal caso es un "pobre en espíritu".

Está vacío y así puede ser harto.

Sabe y reconoce su ignorancia, y así puede oír la enseñanza del reino.

Pero si está lleno de si "mismo, ¿cómo podrá oír algo? Se oye a sí mismo todo el tiempo.

Oye las interminables voces de su inquieta y quejumbrosa vanidad, de su satisfecho o frustrado amor propio.

Al atacar a los fariseos, Cristo atacaba la riqueza en espíritu, y acerca de ellos dijo que ya tenían su recompensa.

Cuando al príncipe rico le pidió que vendiese todo lo que tenía, no estaba hablando de posesiones al pie de la letra, sino de aquel aspecto del hombre que le hace imaginar que es mejor que los demás por sus posesiones mentales, sociales y materiales.

Y lo que hace que un hombre se sienta especialmente rico en sí mismo es la satisfacción del amor propio, la vanidad satisfecha, el mérito ofrecido por la vida.

Y en realidad, las delicias del amor propio satisfecho son más poderosas que cualquier otra cosa en la vida y sólo tenemos que advertirlas en nosotros mismos para comprobar que esto es verdad.

Si nos encontramos en aquel estado de equilibrio que produce el amor propio, y que en realidad puede también quedar fácilmente trastornado y hacer que uno se sienta ofendido, ¿para qué vamos a buscar algo nuevo?

¿Cómo se nos podrá pasar por la mente que somos nada, que no tenemos base alguna en nosotros mismos, y que a la luz del reino verdaderamente no poseemos nada?

Cristo sigue hablando tocante a lo que un hombre debe ser, si es que va a acercarse a un nivel superior en sí mismo, al nivel que se llama el reino.

"Bienaventurados sean los que lloran, porque ellos tendrán consolación."

No es fácil de asir esta idea de que uno puede recibir una ayuda interna y consuelo por el mero hecho de ir contra sí mismo.

Pero si es que hay un nivel superior de donde procede la dicha con la cual le es a uno posible comunicarse, entonces esta idea no tiene nada de extraordinario.

"Bienaventurados los que lloran" significa que la dicha o la felicidad pueden llegarle a la persona desde aquel nivel superior del reino siempre que llore, siempre que sea pobre en espíritu.

¿Pero debe acaso suponerse que el hombre tiene que ir por el mundo bañado en lágrimas, llorando abiertamente o vestido de luto?

Esta idea es absolutamente imposible en vista de lo que Cristo enseña en el capítulo siguiente de Mateo, el capítulo sexto, en el que subraya que el hombre debe hacerlo todo en secreto; hacer su limosna en secreto, ayunar en secreto, y no hacer nada en razón de su amor propio a fin de obtener una alabanza, un halago o un mérito a los ojos de los demás.

En un sentido literal uno llora sus muertos.

Pero percibir que uno mismo está muerto es llorar en un sentido psicológico.

Son muchas las cosas que Cristo dice acerca de los muertos, acerca de aquellos que están psicológicamente muertos, muertos en lo interior, en aquella parte de sí mismos que es la parte real, la única que puede evolucionar hacia un nivel superior de hombre; pero porque están muertos no lo saben.

Por tanto, no lloran.

La tercera Bienaventuranza dice:

"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad."

En el original, la palabra πραος, que ha sido traducida a "manso" es realmente lo opuesto a la palabra enojado o resentido.

Quiere decir amansado, hacerse dócil, de la misma manera como se amansa a un animal salvaje.

Heredar la tierra significa acá legar la tierra otorgada al hombre del reino.

Está dicha en el mismo sentido que: "Honra a tu padre y a tu madre porque tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da". (Éxodo xx, 12).

Los judíos que tomaban estas cosas al pie de la letra pensaban que se trataba de la tierra de Canaán.

Pero su significado interno es del reino de los cielos.
La tierra, entonces, significaba el reino.
Y el hombre habría de ir contra todos sus resentimientos naturales, contra su pasión, su cólera, a fin de convertirse en un heredero.

La cuarta Bienaventuranza dice:

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos." y se refiere a aquellos que anhelan comprender lo que es la bondad de ser, los que aspiran al conocimiento de la Verdad que conduce al hombre a un nivel superior.

Son aquellos que, al sentir su nadidad, su ignorancia, al sentir que están muertos en su ser interno, anhelan la enseñanza de la Verdad que posee el hombre superior, aspiran seguirla y desean saber lo que es el Bien en el nivel del reino de los cielos.

Sienten hambre de Bien y sed de Verdad.

La unión de estas dos cosas en el hombre le hace tener aquella armonía interna que se llama justicia.

La quinta Bienaventuranza dice:

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia."

Uno de los significados de esto es que a menos que perdonemos los pecados de otros no podemos esperar misericordia alguna para nosotros mismos en relación a nuestra propia evolución.

En cierto sentido, tener misericordia es saber y advertir que aquello que uno condena en los otros es algo que también lleva en si mismo; o sea, es ver la viga en el ojo propio: es verse a sí mismo en los otros y a los otros en uno mismo.

Es ésta una de las bases más prácticas de la misericordia.

Pero, como todo lo de los Evangelios, además tiene otros significados: uno de éstos es que el hombre debe saber y conocer aquello hacia lo cual ha de tener misericordia en sí mismo, y aquello hacia lo cual habrá de ser inmisericorde.

La sexta Bienaventuranza dice:

"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios."

Literalmente, ser puro de corazón significa haber purgado el corazón, haberlo limpiado por medio de una purga.

Ante todo, se refiere a no ser un hipócrita.

Trata acerca de la correspondencia entre lo interno y lo externo que tiene que haber en el hombre.

Trata respecto a un estado emocional que se puede alcanzar; en este estado se percibe directamente la realidad de la existencia de Dios mediante la claridad de visión que permite un entendimiento emocional puro, pues nosotros no sólo entendemos con la mente.

El aspecto emocional del hombre, cuando se halla lleno de turbaciones sobre si mismo y así alberga sentimientos malos acerca de quienes no le admiran; cuando está lleno de compasión hacia sí mismo, de odio y de venganza, etc., se halla oscurecido, está en tinieblas y no puede cumplir su función de reflejar el nivel superior.

Cuando queda limpio, el corazón ve, o sea que comprende la existencia de un nivel superior, la existencia de Dios, la realidad de la enseñanza de Cristo.

Los Evangelios tratan muy a menudo acerca de la purificación de las emociones.

Y tomemos nota de que si no existiese un nivel superior, no habría purificación posible de las emociones más allá de turbaciones anímicas relativas a sí mismo.

La séptima Bienaventuranza dice:

"Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios."

Crear la paz dentro de uno mismo es estar libre de las desarmonías internas, de las contradicciones y de los disturbios íntimos.

Hacer la paz con los otros es obrar siempre partiendo del Bien que hay en nosotros mismos y no aferrarse a las diferencias de opinión ni discutir sobre los diferentes puntos de vista o teorías que siempre crean desavenencias, desacuerdos.

Si la gente obrase apoyándose en el Bien y no en las divergencias resultantes de las teorías y de los puntos de vista, o sea de las diferentes ideas que hay acerca de la Verdad, todos serían pacificadores.

Aquí, Cristo los llama "hijos de Dios", porque en este caso se piensa de Dios como del Bien mismo, en el mismo sentido exactamente en el que Cristo definió a Dios cuando alguien le llamó "maestro bueno", y él respondió: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino Dios" (Luc. XVIII, 19).

El odio divide a todos; el Bien todo lo unifica, de tal suerte que es realmente Uno, y esto es Dios.

Siguen otras dos Bienaventuranzas que en esta breve consideración podemos tomarlas juntas, porque ambas se refieren a la acción más allá y por encima del amor propio, y del sentimiento de mérito que lleva.

"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

"Bienaventurados seréis cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.

"Gózaos y alegraos, porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros." (Mat. V, 10 12.)

Esta misma idea se expresa en Lucas de la siguiente manera:

"Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrecieren y cuando os apartaren de sí, y os denostaren y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del Hombre.

Gózaos en aquel día y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres a los profetas."

y el pesar correspondiente a esto se presenta diciendo:

"¡Ay de vosotros cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros!" (Luc. VI, 22, 23, 26.)

Como en todas y en cada una de las Bienaventuranzas, Cristo habla en ésta acerca del hombre, quien tras un prolongado trabajo psicológico en sí mismo comienza a desear algo que está más allá de su amor propio.

Habla acerca del hombre que ya no vive centrado en su amor propio, sino que está buscando el medio de huir de él.

Y aquí es justamente donde se encuentra la más difícil de las barreras psicológicas.

Pero aun el poder captar una vislumbre de ella, aun cuando no podamos pasarla, es ya de un incalculable valor.

¿Pues quién que lleve una vida respetable y que obre al nivel de la enseñanza de Juan el Bautista puede evitar el sentimiento de mérito?

¿Y podrá en forma alguna regocijarse cuando los hombres hablen mal de él?

Un hombre bueno, bueno en la vida corriente, que es sobre lo que habla Juan el Bautista y desde lo cual explica todo, fácilmente puede estimar que hace lo mejor que se puede con sólo comportarse bien: dar la ropa que le sobra, dar de comer a quienes no tienen cómo proporcionárselo, no exigir más de lo que corresponde legalmente, no ser violento, no hacer el mal y contentarse con su paga.

¿Pero cómo podrá escapar del mérito final de todo esto?

Pues cualquiera que sea la causa del amor propio y por muy buena que sea una persona al nivel de ese amor, que es el nivel de todos, existe un gran problema psicológico acerca del cual Cristo habló de innumerables maneras y con respecto a lo cual muchos se sintieron ofendidos.

El amor propio, que se lo adjudica todo a uno mismo, no puede llegar al nivel del reino, y en las Bienaventuranzas podemos advertir lo que el hombre tiene que llegar a ser, a ser en sí mismo, y en un sentido completamente distinto al hombre de amor propio, al hombre de mérito y de virtud, antes que pueda siquiera vislumbrar el reino.

Luego viene el resumen de todo el significado de las Bienaventuranzas en los extraños términos de la sal, de tener sal y de que la sal pierde su sabor.

Cristo continúa de la siguiente manera (aún está hablando a los discípulos):

"Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y ser hollada por los hombres." (Mat. V, 13.)

Viendo técnicamente la sal en este caso, la sal como en la realidad, es una mezcla de dos elementos diferentes.

Representan una unión.

Ya vimos en otra parte que el conocimiento de la Verdad, como ésta misma, lleva a uno a una meta que es su propio Bien, y que como tal la Verdad tiene su propio uso.

Toda Verdad siempre busca su unión con el Bien.

Por sí misma la Verdad es inútil.

Y el Bien por sí mismo es también inútil...

Las Bienaventuranzas tratan acerca de cómo alcanzar cierto estado interior de deseo que puede conducir al hombre a esta unión, pues todo deseo busca alguna forma de unión como la consumación de sí mismo.

La Verdad de la enseñanza de Cristo, o el conocimiento del Verbo de Dios, o la Verdad acerca de la evolución interior del hombre, no significa absolutamente nada si se la practica por sí misma, sin haberse dado cuenta de la meta o sin haberla alcanzado; esta meta es el Bien hacia la cual conduce el conocimiento.

La unión de ambas es la dicha, no la dicha ordinaria que conocemos nosotros y que bien prontamente puede convertirse en su opuesto, sino es un estado complejo y consumado en sí mismo de modo que tiene su particular poder de creación mediante su propia fuerza; es poder porque contiene en si mismo los dos elementos —la Verdad y el Bien unidos—.

Esta es la fiesta de las bodas de que habla el Evangelio, el maridaje de dos cosas que deben ocurrir en el hombre y que constituyen la totalidad de su vida interior.

Esta es la transformación del agua de la Verdad en vino durante las bodas de Cana de Galilea.

Pues si se le ve internamente, si se le ve separado de su aspecto exterior y de su semblanza, el hombre es ante todo su conocimiento de la Verdad y su nivel del Bien.

Finalmente, en su evolución, llega a ser esta boda entre estos dos elementos.

Recién entonces tiene, en un sentido solamente, lo que en los Evangelios se dice: "Vida en sí mismo", por cuanto por esta unión recibe su poder desde un nivel superior.

Quizá sea dable comprender que un hombre puede practicar el lado de la Verdad sin contar con el deseo de que le conduzca a ninguna parte que no sea la auto-estimación.

Entonces puede decirse que carece del deseo de que la Verdad que sigue y practica le lleve a la meta que le espera y que es el Bien.

No tiene el deseo de consumar esta unión, no anhela este misterio interior de la conjugación.

No quiere que aquello que sabe se transforme en aquello que es y que, finalmente, se una a su propia meta al hallar en si mismo el Bien que le pertenece.

Entonces es cuando no tiene sal.

Está obrando sin el deseo adecuado.

Está quitándole el sabor a la sal, haciéndola inútil.

Y al carecer de una verdadera comprensión de lo que está haciendo confundirá fácilmente aquella enseñanza que conoce con su vida ordinaria y con todas sus reacciones de tal modo de vivir.

Sin ver hacia dónde conduce la Verdad, o cuál es su meta, la tomará a su propio nivel, la tomará como una finalidad en sí misma y aun hará que ella sea una nueva fuente de donde broten otros disgustos, rivalidades, celos y superioridad sobre los demás, y aun crueldad.

Estará ciego con respecto al Bien de la enseñanza que ha recibido y que es su verdadera finalidad.

Esta es la razón por la cual Cristo dijo, en otro lugar, después que sus discípulos estuvieron riñendo entre ellos acerca de cuál era el más grande:

"Buena es la sal; mas si la sal fuere desabrida ¿con qué la adobaréis? Tened en vosotros mismos sal, y tened paz los unos con los otros." (Mat. IX, 50.)

Llevados por su amor propio, los discípulos estaban riñendo entre sí; habían olvidado sus propósitos.

Y es justamente porque las gentes olvidan el motivo por el cual estudian la Verdad y no quieren ser realmente diferentes y darse cuenta de otra clase de Bien, que lo mezclan y lo revuelven todo, tanto lo viejo como lo nuevo.

Por esta razón. Cristo dice: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura".





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