JESUS EL CRISTO

JESUS EL CRISTO
Gnosis por Samael Aun Weor

miércoles, 9 de febrero de 2011

LA MUJER DE SAMARIA


JESUS EL CRISTO


DR. MAURICE NICOLL
ENSEÑANZAS DEL CUARTO CAMINO

LA MUJER DE SAMARÍA


¿Qué se quiere decir con la palabra agua? En la frase: 'el que no naciere de agua y Espíritu no puede entrar en el reino de Dios', es evidente que la palabra tiene un sentido especial y corresponde a un lenguaje que se emplea de una manera especial.

En la narración del diálogo entre Jesús y Nicodemo no se dice nada que indique su significado.

Pero en otras partes del Nuevo Testamento sí se la emplea de una manera muy especial, como en la narración de la entrevista de Jesús con aquella mujer de Samaria que había ido en busca de agua a la fuente de Jacob.

Esta conversación es muy semejante a la que tuvo Jesús con Nicodemo.

Y nuevamente da cierto significado a la palabra agua.

La narración dice así:

"Y estaba allí la fuente de Jacob.

Pues Jesús, cansado del camino, así se sentó a la fuente.
Era como la hora de sexta.

Vino una mujer de Samaria a sacar agua: y Jesús le dice:

Dame de beber. (Porque sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer.)

Y la mujer samaritana le dice:

¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?

Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Respondió Jesús y díjole:

Si conocieses el don de Dios y quien te dice:

Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva.

La mujer le dice:

Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo: ¿de dónde pues tienes el agua viva? ¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo, del cual él bebió, y sus hijos y sus ganados?

Respondió Jesús y díjole:

Cualquiera que bebiere de esta agua volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.

La mujer le dice: Señor, dame esta agua, para que no tenga sed ni venga acá a sacarla.

Jesús le dice: Ve, llama a tu marido y ven acá.

Respondió la mujer y dijo: No tengo marido.

Dicele Jesús: Bien has dicho, no tengo marido; porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.

Dícele la mujer: Señor, paréceme que tú eres profeta." (Juan, IV, 6/19).

En los versículos citados, la conversación parece consistir de dos partes desconectadas; y si tienen alguna conexión, no es evidente.

La primera parte termina ahí donde la samaritana pide el agua maravillosa de que le habla Jesús.

Pero, como en el caso de Nicodemo, que tomó la idea del renacimiento muy literalmente, aquí parece que ella también toma algo al pie de la letra.

Y la segunda parte comienza inmediatamente.

Jesús de pronto le pide que llame a su marido.

¿Por qué lo hace? Y ¿qué conexión puede tener con la primera parte?

Cosa extraña parece que Jesús, luego de haber hablado de 'vida eterna' y del 'agua viva' que la proporciona —o sea, tras haberse referido a los niveles del más alto significado— se rebaje a un nivel ordinario de censura moral para acusar a la mujer, que sacaba agua de una fuente, de no estar casada y de haber tenido cinco maridos.

Pero, si el tema es una boda en el sentido de la unión de dos cosas y de la que nace una tercera y nueva, ya que todo nacimiento es el resultado de la unión de dos aspectos, veremos que en este episodio hay una conexión que elimina el ridículo que surge cuando se la toma literalmente.

Entonces puede verse que la segunda parte deriva de la primera, y a la vez ajusta la situación del hombre con respecto a las ideas que Jesús enseña, y también con respecto a las ideas que deriva del mundo exterior por medio de los sentidos.

Procuremos hallar esta conexión evitando su sentido literal y sensorio.

Jesús dice a la mujer que ha tenido cinco maridos, y añade:'el que ahora tienes no es tu marido.' ¿Qué idea encierra esto? La de una unión errada.

Esta idea viene en pos de la idea de un entendimiento errado.

Pues Jesús acaba de referirse al 'agua viva' y ha advertido a la mujer que quien bebiere del agua que ella saca volverá a tener sed, pero el que beba del agua que él le dará no volverá a tenerla.

Como lo demuestra su respuesta, ella ha tomado esta idea al pie de la letra: 'Señor —le dice—, dame esta agua para que no tenga sed, ni venga acá a sacarla.'

Esta contestación indica que hay algún malentendido.

La idea de que trata Jesús elude a la mujer.

Ella responde con su propia idea, muy diferente, tal como Nicodemo contestó con su propia idea.

Es que el hombre puede pensar únicamente a base de las ideas que conforman su mente, su entendimiento.

Si otra persona le habla de ideas que no posee, el resultado es un malentendido, o bien, si quiere entender, lo hará equivocadamente.

Tanto Nicodemo como la samaritana representan a personas que se hallan a un bajísimo nivel de entendimiento, para quienes el significado es sensual.

Y cualquier parábola que se refiera a esta clase de personas incluye, necesariamente, todos los elementos que corresponden a semejante aspecto literal.

Pero también representan cierto estado de la mente o nivel de pensamiento y entendimiento, y de este modo empiezan a pasar del nivel físico de las gentes externas y visibles a un sutil nivel de entendimiento psicológico.

Pues cualquier estado típico de la mente, o cualquier etapa de entendimiento a que la gente llega en el transcurso de su experiencia de la vida, siempre es un hecho psicológico ó interno y muy distinto a cualquier apariencia exterior.

Vale expresar, muy distinto de lo que vemos como objetos externos que nos muestran los cinco sentidos.

Sin embargo, las parábolas de los Evangelios empiezan siempre en un nivel sensual, como también las ideas que le corresponden.

Si se les toma de esta manera, como hechos sensuales, parecen tratar únicamente de apariencias: es decir, de reyes, viñas, maridos, o de una persona llamada Nicodemo, o de una mujer samaritana que va a una fuente concreta a fin de sacar agua para beber.

En otras palabras, una parábola comienza siempre en el primer nivel de significado, aquel que la persona ha adquirido mediante su contacto con la vida.

Este es el nivel sensual, de significado sensual, y las ideas que le corresponden son las que permiten al hombre vivir y tratar en el mundo conforme a su inteligencia natural.

La enseñanza de Jesucristo es de un nivel de significado diferente, que se refiere a la adquisición de ideas enteramente nuevas y a propósitos e interpretaciones de la vida igualmente nuevos; hace referencia a lo que se ve a la luz de una posible evolución individual y que el hombre lleva en sí como una posibilidad, pero a la que no da cumplimiento por medio de la vida, ni por la mera adaptación al mundo exterior, cuyos sucesos siempre cambian y que en el tiempo pasan de un momento a otro. Jesús trata acerca de otra categoría de hombres, de una condición diferente y nueva de su mente, de una nueva integración ó etapa de entendimiento.

Y esta nueva etapa, o nuevo nivel, está siempre conectado, no con el tiempo, sino con la palabra eterna de que hablaremos más adelante.

Mas para que el hombre pueda ir más allá o pasar por sobre sí mismo, y así por encima de las ideas conforme a las cuales vive —para que pueda, ante todo, pasar por la metanoia—, le es preciso hallar las ideas y formas de la verdad que le conduzcan en dicho sentido.

Es natural suponer que si en el hombre existe de una manera latente una categoría superior de sí mismo, que aguarda a que se la penetre, ha de haber también una ciencia, un conocimiento preciso y una práctica referente al logro de tal estado o categoría.

Es lo mismo que cuando se quiere aprender matemáticas, es menester hallar cierto conocimiento preciso, ciertas ideas adecuadas y formas de la verdad que tengan una relación efectiva con esta posibilidad.

La posibilidad de adquirir un conocimiento no puede actualizarse si el hombre está unido a ideas erradas, si
acude a un maestro que esté también equivocado, o sea, a quien nada sabe de matemáticas.

Será el caso de ciegos guiando a ciegos.

Y Jesús representa, en cuanto Cristo, por lo menos un nivel más elevado de hombre; toda su enseñanza trata acerca de lo que hay que pensar y de lo que no hay que pensar, de lo que se debe hacer y de lo que no se debe hacer a fin de poder alcanzar ese nivel superior, tal desarrollo íntimo, y someterse a esta posible evolución individual inherente al hombre.

Sin dicha evolución, conforme Jesús mismo lo dijo, todos perecerán por igual.

Hemos de repetir que esta no es la idea que las gentes tienen ordinariamente de la religión.

Desde los primeros tiempos del cristianismo son muchos los comentaristas que han pensado que la mujer de Samaria representa el alma del hombre.

¿Qué es el alma del hombre?

Es la concentración de sus intereses, deseos e impulsos.

Todo esto representa aquello donde lleva lo que considera mejor, lo más verdadero.

El hombre siempre se esfuerza en pos de lo que él considera lo más veraz, real, bueno y deseable.

EL alma del hombre es su 'amor' más profundo, lo que le es más imperioso, su fuerza más energética.

El alma de un avaro es su 'avaricia'.

Ve el oro en sí como la finalidad de la vida.

El ambicioso ve su finalidad en escalar la situación 'más eminente, o en tener el mayor poder externo o el mayor número de posesiones.

Un ser vano desea la mayor adulación y halago de la vida exterior.

O bien el hombre ama las comodidades, el comer y beber.

Y aún más profundamente, el alma de la persona es el amor que siente hacia sí mismo.

El alma es el mayor de los significados del hombre natural.
Como 'alma' del hombre, se presenta a la samaritana como a quien ha tenido cinco maridos.

Es la que ha estado casada a los cinco sentidos en su búsqueda de lo que considera lo mejor y más verdadero.

Y ahora vive con uno que no es su marido.

'El que ahora tienes no es tu marido.'

¿Qué puede significar esto?

Sólo puede significar un estado del alma en que el contacto con el mundo exterior a través de los cinco sentidos ya no le sujeta con la misma fuerza de antes, ni le fascina.

Es el punto o la altura en que el alma se vuelve, vagamente, hacia otros intereses.

Quizás a ciertas filosofías, o a determinadas formas de lo que se llama 'ocultismo'.

O bien a cierta imaginación.

Y lo hace a fin de calmar su sed con una verdad diferente a la de los sentidos.

En esta narración, que sólo puede ser una parábola y no la relación de un hecho, vemos que el 'alma' sedienta está en tal condición cuando encuentra a Jesús.

Y Jesús le dice que aquello que ahora tiene no es su marido.

La 'verdad' que sigue no le pertenece realmente, y que se trata de una 'unión' falsa.

Ahora nos es posible advertir por qué razón Jesús le habló primero del 'agua viva.

Se refería a una verdad capaz de satisfacer al alma errante.

Y esto significa una categoría de verdad que puede conducir al hombre al logro de su crecimiento interior y a su desarrollo, cuando haga efectiva la unión, reconociéndola y viviéndola.

Toda la parábola tiene que ver con la verdad.

Si se estudia la forma en que se emplea el término 'agua', se verá que tiene realmente cuatro significados, cada uno de los cuales yace detrás o por encima del anterior, como ocurre con el significado de todas las parábolas.

Primero, el nivel más externo y sensual.

Esta es el agua común y corriente.

Dicho nivel crea o construye el marco.

El segundo nivel es el que connota el agua como cierta clase de verdad, como aquella que se apoya en los cinco sentidos.

A su propio nivel, esta es una verdad real, porque se le aplica el término matrimonio.

El tercero es un nivel de opinión, o teoría, pura imaginación que no se califica de maridaje sino de una falsa relación, de una relación equívoca, que no puede conducir a ninguna parte.

Finalmente, se tiene el significado de aquel orden de verdad, ideas y prácticas que convienen a la persona interiormente y la llevan a un grado de ser vivo; son las que forman una fuente viva de significados, siempre nuevos y frescos, de suerte que jamás se esté sediento.

Todo este juego de significados no puede traducirse en palabras, pues cada uno pasa a otro, y luego a un tercero.

Pero el hecho de que agua significa verdad puede comprobarse fácilmente transcribiendo una frase de la tercera parte de la parábola que dice así, citando a Jesús:

"Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre a tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoren, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren."

QUINTA PARTE

En su conversación con Jesús, Pilatos le pregunta:

"¿Qué cosa es verdad?"

El episodio se transcribe de esta suerte:

"Así que Pilatos volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y díjole:

¿Eres tú el rey de los judíos?, respondióle Jesús: ¿Dices tú esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mi?

Pilatos respondió: ¿Soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han entregado a mí: ¿qué has hecho?

Respondió Jesús:

Mi reino no es de este mundo: si de este mundo fuera mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos: ahora, pues, mi reino no es de aquí.

Díjole entonces Pilatos: Luego ¿rey eres tú?

Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey.

Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad.

Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.

Dícele Pilatos: ¿Qué cosa es verdad?

Y como hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y diceles; Yo no hallo en él ningún crimen." (Juan, XVIII, 33/38).

Pilatos ni espera que se le conteste a lo que ha preguntado.

En el cuadro en que Juan lo presenta, sale otra vez a la multitud (los judíos).

Pero esta acción, como todo cuanto de él se dice a propósito del juicio de Jesús, indica la respuesta a su propia pregunta acerca de la verdad.

La narración pone de relieve el tipo de hombre a que corresponde Pilatos.

Muestra lo que a este tipo le significa la verdad.

A primera vista, Poncio Pilatos es un personaje enigmático.

Pero en realidad se trata de un hombre para quien la verdad es cuestión de política; y por muy bien educado, ilustrado y humano que sea un hombre así, obrará en todos los casos de la misma manera en el momento crítico.

Sea lo que fuere lo que piense y sienta en privado, evitará toda responsabilidad personal, todo juicio independiente, e irá siempre hada la multitud.

Jesús dice a Pilatos:

'Todo aquel que es de la verdad oye mi voz.' Y Pilatos pregunta: '¿Qué cosa es verdad?' Y se va hacia la multitud. Su verdad es la multitud. Y aunque sabe que Jesús no es culpable de ningún crimen, no obra de acuerdo con su conocimiento. Lo que decide su conducta es el griterío de la multitud. Para él, eso es lo correcto, pues tal es su verdad. Aun cuando cada cual tiene una idea diferente de la verdad, sea lo que fuere lo que el hombre llama la verdad, será siempre lo que le parezca bien. Y eso hará.

Para Nicodemo, la verdad era cuestión de los sentidos.

Comienza a creer en la verdad de Cristo apoyándose en los milagros que ha visto con sus propios ojos. Y Jesús le dice con toda claridad que está equivocado y que su punto de partida es del todo inútil. Para Pílalos, en cambio, la verdad es cuestión de cálculo, prudencia y transacción; sin embargo, sabe mucho más.

Teme obrar sobre la base de lo que sabe y siente. De suerte que, según lo presenta Mateo (XXVII-24V, se dice que "se hacía más alboroto, [y] tomando agua se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; veréislo vosotros." Y este Pilatos es el mismo a través de los siglos.

En el Evangelio Apócrifo titulado El Evangelio de Nicodemo o los Hechos de Pilatos, se retratan con mayor énfasis los esfuerzos que hizo Pilatos por librar a Jesús.

Esta narración contiene un incidente en el que Pilatos aparece hablando a solas con Jesús, y le pregunta:
"¿Qué haré contigo?", y Jesús le responde: "Obra conforme te ha sido dado."

Pilatos pregunta nuevamente: "¿Cómo me ha sido dado?"

Y Jesús le responde: "Los profetas profetizaron mi muerte y mi resurrección."

Jesús tenía que morir y Pilatos debía condenarlo.

Este extraño episodio indica que Jesús en realidad pidió a Pilatos que lo condenase a muerte, y aun cuando Pilatos parece no haberlo querido.

Jesús mismo le ayudó con lo que le dijo a solas, aquello de que obrase como al fin obró.

Aparte de otras muchas razones, este episodio ha dado lugar a que haya opiniones muy profundas de que el drama de Cristo fue, efectivamente, un drama actualizado y representado en la vida real, consciente y con toda deliberación, y por razones sumamente precisas.

En este sentido, cualquiera puede leer en la versión de Juan, en la que se indica que aunque Pilatos quería librar a Jesús, el propio Jesús había advertido a menudo a sus discípulos de la muerte que tenía predestinada.

Y a la luz de estos nuevos pensamientos la totalidad del drama evangélico cambia, y cambian también su importancia y su significación, de modo que ya no nos es posible imaginar a Jesucristo en la condición de simple víctima de un mundo cruel, ni podemos adoptar el punto de vista sentimental por el destino que le cupo.

Jesucristo tenía que morir cumpliendo la parte o el papel que representaba.

Y Pilatos, siendo el tipo de hombre que era, y fiel a la verdad que le afectaba más imperiosamente, obró conforme a lo prescrito en el drama.

En el mismo evangelio apócrifo de Nicodemo o Pilatos, se dice algo más y es esto:

"Y Pilatos pregúntale: ¿Qué es verdad? Y respondiéndole, Jesús dice: la verdad es del cielo.

Pilatos dicele:

¿No hay, pues, verdad en la tierra?

Y Jesús respondiendo dice a Pilatos: Tú mismo atestiguas cómo quien dice verdad es juzgado por quienes tienen potestad en la tierra."

Lo que tal vez no se entienda a menudo es que Jesús impartió una enseñanza especial de la que únicamente quedan los fragmentos reunidos en los Evangelios. Y aun en estos fragmentos que se han conservado se muestra que tal enseñanza dista mucho de ser un llamado a ser píos, sino que se trata de una práctica precisa, que se apoya en un conocimiento también preciso, con ideas igualmente precisas acerca de las posibilidades que el hombre tiene de establecer un contacto con un estado superior de sí mismo. Se trata de una práctica interna. No se hace hincapié en el cumplimiento de ritos exteriores, sino en un trabajo interior que el hombre ha de realizar en sí mismo cuando su mente comienza a despertar y su conciencia interior a hacerse activa.

El hombre empieza entonces a darse cuenta de lo que realmente es, y cuál es su verdadera situación en la tierra. La perfección o evolución del hombre no puede llevarse a cabo a menos que emprenda este trabajo interior y lo realice con respecto al entendimiento de ciertas ideas precisas. Una persona que siempre miente, que vive roída por la vanidad, una que está siempre llena de su propia virtud y justicia, o de odio, etc., no es persona capaz de evolucionar en semejante condición. Y no por razones morales, sino porque su vida psíquica está distorsionada o mutilada. Si así se les ve, los Evangelios hablan acerca de estas personas llamándolas los lisiados, cojos, ciegos, sordos, etc.

Por consiguiente, la verdad se refiere a esta posible evolución interior y a su meta, que el Evangelio denomina el Reino de los Cielos.

Se refiere al estado o condición interior del hombre, o sea a la clase de hombre que es.

No hace falta reflexionar mucho para poder advertir que el hombre que siempre miente, o que está lleno de odio, no podrá desarrollarse debidamente dentro de los términos del desarrollo de una vida exterior ordinaria; y nada bueno podrá venir de un hombre con una vida interior distorsionada. Desde aquí es posible ver que hay otros muchos rasgos y cualidades, o falta de cualidades, que obstarán al hombre interiormente, y acerca de lo cual se precisa un conocimiento especial.

Pues si existe un nivel superior en el hombre, y también un posible contacto con dicho nivel, y si los hay que lo han logrado, fuerza es que también exista un conocimiento especial relativo a su desarrollo y, por lo mismo, cierta forma de verdad que lo apoye. Y acerca de este conocimiento y forma de verdad tratan los Evangelios. Por esta razón se ha dicho más de una vez que Jesús impartió 'una enseñanza precisa' que empieza con la metanoia y conduce al renacimiento.

Jesús dice muchas cosas importantes acerca de tal enseñanza, y algunas de ellas son difíciles de entender. Pero siempre relaciona la 'verdad' con su enseñanza. O sea que la verdad empieza con el conocimiento de su enseñanza. A cierta altura expresa: "Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió... El que habla de sí" mismo su propia gloria busca; mas el que busca la gloria del que le envió, éste es el verdadero." (Juan, VII, 16/18) Y lo que continuamente repite y procura dejar en claro es que lo que él enseña no constituye un conocimiento que el hombre pueda obtener de su contacto ordinario con el mundo. Como lo hemos visto ya, el Evangelio Apócrifo hace que Pilatos pregunte si hay o no verdad en la tierra; Jesús le responde que si la hubiera, las gentes no querrían crucificarle. Aun en otra parte dice: "Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo." (Juan, VIII, 23) Este y otros pasajes del Evangelio demuestran lo que por verdad se significa en ellos; la verdad es lo que conduce al hombre al logro de aquella condición interior de desarrollo, mejor dicho hacia un estado o condición superior de sí mismo, que se define con el término renacimiento, y en el versículo 32 del Cap. VIII de Juan, como libertad. "Y conoceréis la verdad y la verdad os libertará."

Hay, pues, una verdad que no convierte al hombre en un esclavo, ni le ata cada vez más al poder del mundo exterior, como era el caso de Pilatos. Esta es la verdad que le hace libre.

Pero, puesto que la verdad se percibe solamente por medio de las ideas, se sigue de ello que el conocimiento ha de venir antes que la verdad, pues la verdad nace del conocimiento como una experiencia personal. Se puede impartir o dar conocimiento, pero su verdad sólo puede verla el individuo, cada individuo en sí y por sí mismo. Hay toda clase de conocimientos y de cada uno de ellos brotan toda suerte de verdades. Pero el conocimiento y la verdad más elevados se refieren a la evolución interior del hombre. Cada vez que el Nuevo Testamento habla de conocimiento, se refiere a esta categoría, porque no puede haber un conocimiento más importante, ni forma más útil de la verdad, que la que desarrolla al hombre y le transforma en un nuevo ser. Cuando en los Evangelios exclama Jesús: ¡Ay de vosotros, doctores de la ley!, que habéis quitado la llave de la ciencia.. .' (της γνωσεως) (Lucas, XI, 52), se refiere a esta categoría de conocimiento. Lo mismo dice la frase: 'conocimiento de salud γνωσις σωτηριας, (Lucas, I, 77), refiriéndose a este conocimiento especial de la posible evolución del hombre.

En las epístolas de Pablo se emplea a menudo el término 'conocimiento' (γνωωσεις)pero muy rara vez en los Evangelios mismos (únicamente en los casos citados). Mas la palabra 'verdad' (άληθεια) se usa continuamente. Por este motivo precisamos tratar más detalladamente el significado de la palabra 'verdad.'

¿Qué es para nosotros la verdad? ¿Qué es lo que el hombre llama verdad, y qué es conocimiento? Y ¿qué relación tiene la verdad con el conocimiento? ¿Qué clases de verdad y de conocimiento existen? Trataremos acerca de estas cuestiones en el siguiente capítulo.

Lo que ahora podemos entender es que los Evangelios hablan de la verdad como la llave del renacimiento, y que no hay posibilidad alguna de renacimiento a menos que la persona haya empezado a captar la verdad. Todo cuanto en el hombre es una mentira le entorpece; y en cualquier hombre casi todo es mentira. Todas las mentiras del hombre, todas las mentiras en que apoya su vida, todas las mentiras en que se apoya el mundo. La mentira, en suma, se yergue como una barrera tremenda que retiene al hombre, y así retiene a la humanidad entera en el nivel a que se encuentra. No puede haber evolución para el hombre si no es por la verdad. Todo lo especial, real y bueno en el hombre sólo puede crecer a la luz de la verdad.

Esta es la verdad a que se refiere Jesús diciendo que tampoco la hay en aquel aspecto del hombre que toca la tierra. Las cosas del mundo visible tienen su propia verdad. Jesús habla de otro orden de verdad. La verdad de que habla Jesús es "desde arriba" (άνωθενή), y el hombre ha de empezar desde lo íntimo, desde el espíritu de su propio entendimiento, para poder llegar a esa verdad "de arriba". Dicha verdad está por encima de los sentidos terrenales, y por eso "es del cielo."

LA VERDAD

PRIMERA PARTE

Es necesario que volvamos al capítulo XV de Lucas para reinstalamos en el escenario en que se da, primero la parábola del Hijo Pródigo, e inmediatamente después la del Mayordomo Infiel.

Fariseos y escribas murmuran porque Jesús come con publícanos y pecadores. La idea que tienen de la religión, su opinión exterior de ella, hace que los actos de Jesús sean un pecado.

Dicen: "Éste a los pecadores recibe, y con ellos come." Jesús responde con la parábola de la oveja perdida, que es así:

"¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la que se perdió hasta que la halle? Y hallada, la pone sobre sus hombros gozoso: Y viniendo a casa junta a los amigos y a los véanos diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento." (Lucas, XV, 4/7).

A primera vista esto puede parecer muy sencillo, pero dista mucho de serlo. La narración se refiere a un hombre que va y busca lo que se le ha perdido hasta que lo encuentra y lo lleva a casa. Y en la interpretación que da, dice que se trata de un pecador que se arrepiente. ¿Cuál es la conexión? Veamos lo que se dice en la parábola del dracma perdido, que sigue a la anterior:

"¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiere un dracma, no enciende el candil y barre la casa, y busca con diligencia hasta hallarlo? Y cuando lo hubiere hallado junta las amigas y las vecinas, diciendo: Dadme el parabién, porque he hallado el dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente." (Lucas, XV, 8/10).

En ambas parábolas, el tema principal es el encuentro de uno entre muchos. Y este uno, cuando se le encuentra, está relacionado con la metanoia (arrepentimiento).

Tanto la oveja como el dracma representan algo perdido, y su encuentro se explica como arrepentimiento. O sea que estas dos parábolas son una explicación adicional de lo que significa la metanoia, la transformación de la mente. Puesto que 'arrepentirse' es un hecho íntimo en el hombre, las parábolas han de tener por fuerza un significado igualmente íntimo.

La oveja perdida es algo que se ha perdido en el hombre, y que el hombre mismo ha de encontrar. Igual cosa con el dracma. Y ha de subrayarse una vez más que en ambos casos lo perdido se designa con el número uno. Por consiguiente, este hallazgo de lo que es uno define el significado de que la metanoia ocurre en el hombre.

Deja lo mucho para poder hallar lo uno que falta.

Estas dos parábolas se dan sobre un fondo externo, como con tanta frecuencia ocurre en los Evangelios. Como de costumbre, los fariseos censuran a Jesús; en este caso porque come con publícanos y pecadores. De modo que estas dos parábolas se interpretan a menudo como algo que se refiere a ellos, a los pecadores. Jesús vino a salvar a los pecadores. La oveja perdida significa uno de ellos, y es posible que los noventa y nueve se refieran a los fariseos que 'no necesitan arrepentimiento'. En el original griego, esta frase dice literalmente (ού χρειαν έχουσι μετανοιας) 'no les interesa el arrepentimiento.' Es una ironía. Quienes continuamente se justifican y se imaginan justos y virtuosos, consideran que no tienen nada de qué arrepentirse, y así el arrepentimiento no les interesa, no lo quieren y no lo necesitan. Son gentes de opiniones fijas y sus ideas ya se han enquistado en ellas. Para estas personas cualquier cambio en la manera de pensar es un imposible, por la sencilla razón de que no hay nada en ellos que lo quiera o lo busque. En su sentido más externo, este episodio significa que sólo un hombre entre cien siente la necesidad de un nuevo entendimiento de su propia vida, y la necesidad de hallar un significado nuevo para su existencia. Los restantes están satisfechos de sí mismos y nada buscan, pues se sienten justos. Pero en otra parte Jesús dice que nada puede evolucionar internamente a menos que su 'justicia' sea superior a la de los fariseos. De otro modo, todo cuanto haga será siempre de la misma calidad. Los fariseos no tenían nada real, eran toda imitación.

Cuanto hacían lo hadan para acumular méritos o recibir elogios, o bien por temor a perder la reputación. Este aspecto es el fariseo que vive en el hombre.

Quien obra partiendo de eso, no obra con nada que le sea genuino, nada real en sí mismo, sino que todo lo hace debido a diversas y complejas consideraciones externas según sea su situación, según sea lo que digan otros, según lo que su orgullo le permita o lo que le haga ser más estimado o le haga llamar más la atención. Da modo que Jesús dice a los fariseos: "¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas." (Lucas, XI, 43) Y en otras partes los define como aquellos que aman "más la gloria de los hombres que la gloria de Dios." (Juan, XII, 43).

En estos hombres no hay nada real; y si no hay nada real en un hombre, no podrá ver lo que es real. Podrá combatir la tiranía, predicar el arrepentimiento y hasta morir heroicamente, pero no será él quien lo haga. En esta clase de hombres, en todos nosotros, existe únicamente la verdad a la que apunta tal rasgo, la verdad de la propia situación, del mérito personal y cosas por el estilo. Y si de pronto nos viéramos privados de este mundo exterior, si de pronto desapareciese con todos sus valores, propósitos, ambiciones y restricciones, no nos quedaría casi nada; en realidad, nada. Es decir que el 'hombre' que conocimos se derrumbaría, se esfumaría o quedaría muy poco de él. Y lo que quedara no tendría ni la menor semejanza con lo que conocíamos.

Volvamos a las parábolas que tratan de la idea de dejar los muchos a fin de poder hallar lo uno. ¿Cómo podremos entenderlas? Para tratar de entenderlas imaginemos a un hombre que tiene en su poder un número de balas y quiere disparar a un blanco. Ensaya con una, con otra, con una tercera, y falla. Examina las balas y, entonces, con gran asombro descubre que una de ellas lleva su nombre o tiene alguna marca especial que al punto reconoce como propia. Emplea esta bala y aun sin hacer una puntería muy .cuidadosa, da en el blanco. Esta es una bala que le es propia, y porque lo es no yerra con ella.

La palabra que en los Evangelios se traduce como pecado quiere decir, literalmente, en el original griego, "errar el blanco", como cuando se lanza un dardo a un punto y no se da en él.

Y de su significado de errar el blanco llegó a pasar a la idea de fallar o errar en el propósito de uno, en el sentido de cometer un error.

En todo ser humano hay una fase convencional, adquirida en la vida y que no le es propia. O, si tomamos la idea del Fariseo en nosotros, todo lo que hagamos partiendo de él será siempre una pretensión. No lo hacemos partiendo de lo que es genuino en el hombre. Todo el que hace un esfuerzo desde lo que no le es propio, o todo el que hace algo desde lo que no es él mismo, solamente consigue errar el blanco, pues no emplea lo único que puede tener buen éxito. No nace el esfuerzo desde lo que en él es real, verdadero. Y esto es, efectivamente, lo perdido.

Esto es lo primero que hemos de entender antes de proseguir en la consideración de estas parábolas y la forma como se conectan con las que les siguen.

SEGUNDA PARTE

En el capítulo XVIII de Mateo, la parábola de la oveja perdida se da en una forma un tanto distinta y aparentemente con un contenido diverso. Esto es algo que ocurre muy a menudo en los Evangelios y tales discrepancias aparentes constituyen un serio tropiezo para las mentalidades que toman estas ideas al pie de la letra. Discutirán afirmando que, puesto que las narraciones no coinciden palabra por palabra y coma por coma, y ya que no tienen la misma contextura, no puede haber "verdad" en ellas. Su error estriba en suponer que la verdad sea tan sólo la confirmación del hecho externo o del suceso histórico. La verdad no es de un solo orden. La verdad física es un nivel de la verdad. Y resulta evidente que las parábolas no representan una verdad física ni hechos que sean todo lo literales que indican sus títulos. La verdad de la parábola de la oveja perdida no descansa en un pastor de carne y hueso que tenía exactamente cien ovejas y perdió exactamente una. La verdad que contienen las parábolas es de otro orden. De un orden psicológico. Esto significa que dichas parábolas tienen que ver con la vida interior del hombre, con una verdad interna.

Gran parte de la verdadera enseñanza de Cristo acerca del hombre y de su posible evolución está contenida en las parábolas. Y visto que lo más importante era dar esta enseñanza, fueron incluidas en la versión general del drama cristiano ahí donde hay ocasión de hacerlo. Esta es una de las razones por las cuales no hay uniformidad en ellas.

El significado de una parábola no puede agotarse con una sola interpretación. Pero si uno no hace ningún esfuerzo por captar su significado, la parábola no podrá 'trabajar' en nuestra mente. Las parábolas se diseñaron de tal modo que pasen del nivel literal de la mente —de aquel nivel de la mente sensual que exige-pruebas visibles de todo— y lleguen a la comprensión interior, que es el único punto de partida para el crecimiento del hombre interior.

Pues el hombre es su comprensión. De modo que puede decirse que la parábola se creó para que el hombre piense. Y a menos que el hombre empiece a pensar de cierto modo y por sí mismo, la metanoia le será imposible y no podrá comenzar su evolución. Esta es la razón por la que Jesús puso tanto énfasis en el 'arrepentimiento' (metanoia) como el primer paso indispensable.

En la versión de Mateo, la parábola de la oveja perdida no aparece en el marco ya tan familiar en que los fariseos censuran la conducta de Jesús. La contextura del tema en este caso tiene que ver con un pequeño, o un niño, a quien no hay que escandalizar. Los discípulos preguntan: '¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?' Jesús llama a un niño y lo pone en medio de ellos y les dice:

"De cierto os digo que si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se humillare como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que recibiere a tal niño en mi nombre, a mí recibe. Y cualquiera que escandalizare a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en lo profundo de la mar." (Mateo, XVIII, 3/6).

Se produce un cambio de significado con relación a la idea de pequeño. Al comienzo se emplea el término griego paidion ((παιδιον) que efectivamente significa 'niño'. Pero cuando Jesús dice: 'Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí", el término griego cambia a mikros (μικρος), que significa pequeño, chico, como microscópico.

Va no se refiere a los niños, sino a quienes han comenzado a seguir a Cristo y ya tienen cierto entendimiento; mejor dicho, a los que han comenzado a entender a través de lo que en ellos es pequeño. Se refiere a aquellos en quienes ha empezado ya el proceso de la metanoia.

Más adelante, y luego de haber dicho que es necesario que vengan escándalos, dice: 'mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!', y agrega:

"Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si tuviese algún hombre cien ovejas y se descarriase una de ellas, ¿no iría por los montes, dejadas las noventa y nueve, a buscar la que se había descarriado? Y si aconteciese hallarla, de cierto os digo que más se goza de aquélla, que de las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños." (Mateo, XVIII, 10/14).

De suerte que la oveja perdida es el pequeño. En esta parábola se relaciona a uno que se ha perdido con "la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos." Hada este uno se dirige la voluntad de Dios, o bien es éste el único que puede conectar al hombre con el 'cielo.' 'Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños." Y aunque en este caso no se menciona el 'arrepentimiento', hemos de tener presente lo que ya se ha dicho: 'antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis, igualmente.' Quiere decir que quien no alcanza aquel estada que se llama 'arrepentimiento', la metanoia; perecerá inevitablemente.

Pero la Gracia de Dios comienza a obrar sobre quien se "arrepiente", y esto tiene que ver con el hallazgo de lo que se ha perdido o descarriado. Si ahora volvemos a aquel verso del Padre Nuestro: 'Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo', y lo aplicamos nuevamente en su sentido interno, al estado interior del hombre, echaremos de ver que se refiere al 'cielo' en el hombre; mejor dicho, a aquella posibilidad que tiene el hombre de colocarse bajo un nuevo orden de influencias que se definen como la voluntad de Dios. En esta parábola esto se vincula con el hallazgo de lo que el hombre ha perdido, con este uno, y del que expresamente se dice que no es la voluntad del cielo que se pierda.

Podemos hacer otra analogía: supongamos que alguien quiera extraer oro de la tierra. Para hacerlo tendrá que utilizar algún instrumento. Pero el instrumento sólo será un medio para dicho fin. La finalidad es extraer oro, y una vez hallado el oro, el instrumento deja de tener utilidad.

En más de un sentido, los Evangelios ven al hombre de una manera muy similar a esta analogía. Consideran que tal cual es, está perdido. Pero que en él hay algo tan precioso como el oro. Al principio tiene que aprender a vivir en el mundo y obtener del mundo un instrumento que le permita vivir. Pero, desde el punto de vista de los Evangelios esta no es su finalidad, su propósito, su fin. El instrumento que el hombre adquiera en la vida puede ser bueno como malo: y si es malo, nada hay en él que pueda llevarlo más allá de sí mismo. Todo lo bueno que adquiera en la vida no le es realmente propio, no le pertenece, sino que constituye su primera etapa, una etapa que le es absolutamente necesario alcanzar con relación a la totalidad de la enseñanza de la evolución humana. Esta faz que el hombre adquiere, faz que no le es propia y que, a la vez, le permite desempeñar alguna fundón útil en la vida, a comportarse con decencia, a cumplir con sus deberes, etc., no es el punto desde el cual puede evolucionar. Pero, a menos que se forme, no será posible que haya en él un crecimiento interior o evolución. Todo este aspecto de la vida del hombre que, como ya se ha dicho, puede ser bueno y útil y que ha de adquirirse en la vida mediante la educación y preparación, ya que sin él nada puede ocurrirle, puede llamarse, grosso modo, "los otros noventa y nueve." Es aquella parte del hombre que no necesita arrepentirse. Y no lo necesita porque no puede adelantar. Aunque tenga esta faz bien construida, con los mejores medios y por las mejores influencias de la vida externa, no está, sin embargo, vivo. Por muy bueno que sea, se halla de todos modos muerto o perdido desde el punto de vista de la enseñanza de Jesús. Es indispensable comprender que la vida conduce al hombre solamente a una etapa de su posible evolución. Y toda la enseñanza de los Evangelios, y otras similares, que tratan acerca del hombre en su más íntimo sentido, se refieren a una mayor evolución, que empieza con la metanoia. Pero para poder desaparecer, para volverse un niño pequeño, para buscar lo que ha perdido, tiene que ir necesariamente contra todo lo que cree ser, contra cuanto ha hecho y contra lo que estima más valioso de su carrera. Esta faz, "los noventa y nueve", no precisa arrepentirse por la sencilla razón de que no lo necesita. Para que el hombre pueda trocar su cimiento interior y comenzar de un modo enteramente nuevo; para 'volverse' o librarse de sus muy razonables sentimientos de mérito, debe emprender una lucha que ni siquiera podría empezar a menos que vea todo lo hecho sólo como un medio que le conduce a otro fin. Y acerca de este fin τέλος hablan los Evangelios en casi todas sus líneas.

TERCERA PARTE

Aun después de haber estado tres años en contacto directo con Jesucristo, los discípulos no habían pasado por el arrepentimiento.

Casi las últimas palabras que Jesús dice a Pedro son:

'Yo he rogado por ti, porque tu fe no falte: y tú, una vez vuelto (έπιοτρεψατε), confirma a tus hermanos.' (Lucas, .XXII, 32).

El término griego que aquí se emplea es epistrepho (έπιοτρεψας) y significa justamente 'volverse', como en el caso del hijo pródigo: volver en sí.

Ya hay evidencia bastante para suponer que la metanoia (arrepentimiento) quiere decir volverse, darse vuelta.

"Si no os volvierais (οτραφητε) y fuereis como niños...' (Mateo, XVIII,3).

En algunas versiones se habla de convertirse.

Pero la idea de la conversión ya ha adquirido un sentido vago y sentimental.

Aunque literalmente tiene un sentido preciso, el de 'volverse" (con y vertere = volver).

Es un volver la mente, una transformación.

En el idioma griego es el término que se emplea con relación a frenar los caballos y volverlos, o los movimientos de conversión que hacen los soldados.

En Los Hechos de los Apóstoles, los términos metanoia y conversión se dan juntos (III, 9) (μετανοησατε και έπιοτρεψατε) y se dice "arrepentíos y convertíos."

Se refiere a una acción interior precisa y que se puede hacer.

Es una revolusión de la mente.

Y se destaca el hecho con toda claridad en la parábola del hijo pródigo, donde se expresa que 'volvió en si' y vino a su padre.

En esta parábola, que se toma a menudo al pie de la letra y da lugar a tantos comentarios sobre la injusticia del padre, aparece la misma idea que hemos comentado al tratar de las dos que la preceden.
Se encuentra a uno que estaba perdido.

Sólo que en este caso se le llama el menor de los hijos.

En una parábola es una oveja entre cien; en la otra, un dracma entre diez, y en ésta es uno de dos hermanos.

Y aún cuando en esta última no se haga ninguna referencia explícita al "arrepentimiento", como en las dos anteriores, no cabe duda de que toda la parábola representa el trabajo que ocurre en un hombre, y que este trabajo tiene que ver con el encuentro de ese uno, como se expresa tan claramente en las parábolas anteriores.

Además, en ésta se vincula la idea del hallazgo con otra idea:

la diferencia entre estar vivo y estar muerto: "

... porque este tu hermano muerto era y ha revivido, habíase perdido y es hallado."

Es sumamente obvio que estar vivo o muerto no tiene en este relato un sentido físico y que se refiere únicamente al estado interior del hombre.

Es decir, el estado en que lo uno perdido representa algo que todavía no pasa por la metanoia.

A esta condición se la compara con estar muerto.

Es menester tomar nota de que cuando se ha producido este cambio, se dice que la persona no solamente está viva, sino que ha revivido, o que vive de nuevo (άνεξησε).

¿Por qué de nuevo?

Y ¿por qué el tema es el hijo menor? ¿Por qué, según lo hemos visto en otras citas, es necesario que el hombre se vuelva pequeño como un niño? ¿Hacia qué aspecto de sí mismo ha de volverse? ¿Qué es este 'algo' perdido en él, este uno en pos de lo cual se deja todo lo demás?

Lo evidente es que si hay 'algo' que se ha perdido en el hombre, tiene que ser 'algo' que hubo en alguna forma, cuando no estaba perdido.

Y si el hombre puede vivir, quiere decir que alguna vez estuvo vivo.

En todos nosotros hay algo eternamente joven y capaz de entender lo que existe por encima del mundo visible, más allá de la realidad fenoménica.

Por esto, lo eternamente joven, lo perdemos en el mundo de los objetos y de las exterioridades de los sentidos.
Al emplear la lógica sensual se malgasta en especulaciones inútiles y que no significan nada; pues es algo capaz de entender una lógica superior y un mundo nuevo, totalmente distinto a este obscuro mundo de los sentidos y de lógica temporal hacia el cual cae y en el que se pierde.

Esto es todo lo mágico que sentimos en la niñez y que luego se pierde o se destruye en la vida.

Permanece en nosotros como un recuerdo que percibimos vagamente a veces, cuando en un momento fugaz sabemos que lo tuvimos, pero que salió de nuestra vida.

Esto es ese uno en nosotros que ha de volver a encontrarse a sí mismo porque se ha perdido.

Acerca de ese uno tratan todas estas parábolas.

Su verdadero destino es rescatarlo de la vida, librarlo del poder de las exterioridades y de los sucesos externos.

Así revive el hombre.

Pues en la condición en que estamos actualmente, condición en que este uno anda perdido, todos vivimos erradamente, por muy grandes que sean nuestros deseos de obrar bien, y sean cuales fueren nuestros hechos.

Este uno ha perdido su verdadero contacto, y en tanto se encuentre el hombre en semejante condición, no habrá logrado un estado elevado de sí y desde el cual pueda empezar su evolución.

No se ha "arrepentido", o sea que no ha pasado por la metanoia.

Y así parece.

Y en tanto este uno -siga perdido en él, todo lo que haga estará mal hecho.

Pues cuando el hombre se halla dominado por la vida exterior e influye en él únicamente lo que le llega de fuera y apoya todos sus argumentos en lo que ve, será sólo una máquina gobernada por los sentidos, interiormente estará al revés.

Le domina la vida externa y no tiene vida en sí mismo.

Aquella faz o aspecto que realmente es él, y desde el cual puede empezar a tener una existencia individual y un crecimiento, está perdido.

No se encuentra en su verdadero lugar.

 Y todo esto es pecado.

Dicho de otro modo, esa condición es aquella en la que todos han errado el blanco, no han dado con la verdadera idea de la propia existencia.

Muy a menudo ocurre que las gentes sienten esto por sí mismas; saben que el sentir excesivamente las cosas, o angustiarse en demasía por ellas, estar siempre trastornados, preocupados y a merced de la vida, es algo que está mal.

No podrán definirlo, pero lo sienten.

Esto nada tiene que ver con la moralidad ni el mal moral.

Saben que no deben permitir que el mundo ejerza semejante poder sobre ellas y que, al permitirlo, se hacen culpables de algún crimen que sienten de una manera instintiva, pero que no pueden entender.

Y no echan de ver que a través de todo el contenido de los Evangelios se habla precisamente de este mal estado del hombre, y que en vista de ello nada puede tener importancia.

A menos que el hombre se dé cuenta de este malestar, y a menos que comience a buscar aquella parte de sí que yace perdida en el tumulto de las exterioridades, de todo cuanto no le importa y que tampoco le pertenece; a menos que se recoja en sí mismo y empiece a cambiar su relación con la vida, habrá fallado en su verdadero propósito y no habrá entendido el secreto de su existencia.

La mayoría de las personas creen que los Evangelios tratan de la vida exterior y de una relación moral hacia ella.

No advierten que tratan acerca del hombre mismo y de su posible renacimiento.

No hay frase, casi, que no se refiera al estado interior del hombre, a su mal estado y a la necesidad de cambiarlo.

No se refieren ni a la vida exterior ni a la moral exterior, sino al hombre en sí y la condición de si en la vida.

No hablan de que el hombre ha de ser solamente bueno y moral, sino de que cambie, de que sea un hombre distinto.

Tal es todo el mensaje del Evangelio; que el hombre puede y debe cambiar en sí mismo, ser una persona diferente, por 'buena' o 'mala' que sea en la vida ordinaria.

Y el primer paso que hay que dar en este cambio es la metanoia.

¿Cuál es la naturaleza de esta faz nuestra, de este aspecto que en verdad somos nosotros mismos?

¿Cuál es la naturaleza de esto que todos hemos perdido?

¿Podemos definirlo o esclarecerlo en nuestro entendimiento?

Este uno, a guisa de hijo pródigo, se va a una provincia apartada.

Malgasta su hacienda perdidamente y luego sobreviene un hambre grande en toda esa provincia.
Comienza a sufrir necesidades, pero nadie le ayuda, nadie le da nada.

Justo en ese instante vuelve en sí, recuerda:

'¡Cuántos Jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan y yo aquí perezco de hambre P Esto es lo que exclama.

¿Qué hambre es esta, y qué esta necesidad?

Y ¿qué es esta 'grande hambre?'

Y ¿qué es este pan?

Ha menester elevar la parábola totalmente, sacarla de su marco físico.

No habla de un hambre física, ni de una necesidad física, ni de pan físico.

Tampoco se refiere al dinero la frase: 'como desperdició su hacienda viviendo perdidamente.'

Estaba muerto, pero volvió en sí y de este modo revivió o vivió de nuevo.

Por el hecho de recordar le llegó una nueva verdad.

En realidad, no pertenecía al lugar donde estaba, a esa apartada provincia a la que había viajado, donde nadie le daba nada y todo lo que podía comer era el alimento de los puercos.

La vida había perdido todo sentido, y cualquier significado que le pareciera, era como las algarrobas de los puercos:

cáscaras vacías y desperdicios.

Pues nada hay en la vida externa para que no pueda quedar totalmente vacía de sentido real.

Y esta no es una verdad moral, sino que un hecho crudo, por amargo e incómodo que sea el afrontarlo.

Como también es un hecho que corresponde al orden natural de las cosas el que todos busquen la propia plenitud y el logro de todos sus anhelos en la vida del mundo.

Aun cuando se desilusionen, cada cual pensará que el suyo es un caso excepcional, o que con el tiempo hallará lo que busca; o bien, pensará que si las circunstancias fuesen distintas, o si la vida fuese diferente, todo sería como él lo desea.

Pero la vida no puede ser sencillamente distinta. En su esencia, la vida siempre es la misma.

Y el hombre siempre está preso en la cárcel de sí mismo.
En la cárcel de sus celos, sus odios.

No puede huir de lo que siente de sí mismo, sean cuales fueren las circunstancias y cambien lo que cambiaren.

El hombre no sufre a causa de la vida, sino debido a sí mismo, a causa de lo que es o no es.

Y mientras considere que todo lo que necesita o desee está fuera de si, en tanto trate de conseguirlo de esa manera, desperdicia significados y con el tiempo llegará a sentir esa grande hambre de espíritu, por muchas que sean las riquezas que haya acumulado.

Mientras considere que él es todo eso, pecará.

O sea que errará por completo en su idea de lo que el hombre ha de hacer o ser: errará el blanco.

No hay peor enfermedad que la falta de significado.

Pero la vida puede convertirse en algo carente de todo sentido de dos modos distintos.

Puede convertirse en algo sin el menor interés, de suerte que todo cuanto hace o ha hecho le parezca inútil, sin propósito, y que la propia existencia tampoco tiene sentido, que no significa nada.

Mas hay también aquella otra experiencia, una muy diferente, en la que un significado mayor hace que todo significado corriente pierda su valor.

En esta experiencia, que suele ocurrir a muchas personas, el hombre queda recogido, fuera de todo el sentido de la vida exterior.

Y esta experiencia llega cuando el hombre siente que es distinto de todo cuanto ve, palpa y oye.

Advierte que existe en sí mismo.

Se distingue, se diferencia de todo lo que le rodea porque se da cuenta de que su verdadera existencia no está mezclada en la vida.

Echa de ver que es él, que es sí mismo, y no lo que hasta entonces había creído ser.

Deja de sentirse a sí mismo por medio de las comparaciones con los demás y de estimarse mejor o peor.

Percibe que está solo, que es uno, totalmente desconocido para los otros y del todo invisible.

Ve que es él, el sí mismo de si, y que los demás no pueden verle sino el cuerpo.

Sabe que si pudiera conservar este estado, esta repentina conciencia de sí mismo, la vida jamás podría herirle y nada le parecería injusto; jamás sentiría celos, ni envidia, ni odio.

Son estos los instantes en que el hombre vuelve en. sí.

Pasa el momento y vuelve a hallarse en un estado corriente, se desvanece el significado intenso e interno de sí mismo, de sí como una creación separada, como un individuo, enteramente único y distinto a todo lo demás.

Se encuentra otra vez bajo el dominio de los sentidos, sumido en la vida externa y en sus significados y en las cosas y finalidades y realidades que le ofrecen los sentidos.

Empieza nuevamente a pensar desde los sentidos, y con la lógica de los sentidos, y a gratificar los apetitos que lo exterior satisface.

Ha desaparecido el significado interno de sí.

Pasa la realización de lo que es lo más real, lo más significativo, y lo reemplaza otra 'realidad', otra serie de significados que ahora ve fuera de sí.

Ya no está diferenciado de sus sentidos ni de las imágenes que le presentan en la vida.
Se olvida de sí y vuelve a estar perdido o muerto.

Pero, si recuerda algo, sabrá que el estado de conciencia experimentado es el gran secreto de su vida y que si pudiera hallarlo otra vez, y conservarlo, nada más tendría importancia.

En su más acabado sentido, tal es la metanoia.

Constituye un nuevo estado del ser consciente que se toca súbitamente y que súbitamente también desaparece.

En él, el hombre se encuentra a sí mismo.

Halla lo que había perdido.

Encuentra el YO.

Esta es la primera verdad, mejor dicho, el primer conocimiento de la verdad.

Es el momento en que está vivo, y el punto de partida de su evolución interior.

Todo cuanto el hombre intenta o hace en un estado de conciencia corriente, está necesariamente mal hecho, pues parte de lo que no es cierto, de lo que no es la verdad de sí mismo.

De modo que Jesús repite:
'Si no os arrepintiereis... [a menos que logréis la metanoia] .. .no podréis conocer el reino de los Cielos.'

Y en la parábola del hijo pródigo se presenta esta revulsión de la mente en forma dramática porque es, en su totalidad, una parábola íntima en su significación.

En el hombre, aquello que es uno se retira, se aísla del poder de los sentidos, de las concepciones sensuales, y vuelve en sí y recuerda.

Se encuentra lo perdido.

El hombre despierta del sueño de los sentidos, de la muerte, y revive.

CUARTA PARTE

El hijo pródigo se encuentra en medio de una grande hambre y recuerda que en casa de su padre hay pan en abundancia.

Pero —ya hemos insistido en esto— ni la hambruna ni el pan han de tomarse al pie de la letra.

El pan que falta al hijo pródigo no es el pan material.
Del mismo modo, cuando al rezar el Padre Nuestro decimos: 'el pan nuestro de cada día dánoslo hoy', no hemos de pensar en el pan material.

Consideremos lo que en esta oración significa el 'pan'.

La versión clásica griega no contiene las palabras 'cada día'.

En el Nuevo Testamento se las emplea en las dos versiones que citan la oración. (Mateo, VI, 11, y Lucas, XI, 3).

La palabra griega epiousios (έπιουσιος), es, como metanoia, un vocablo difícil de entender.

No se puede traducirlo con facilidad.

La palabra epiousios no significa ni 'cotidiano', ni 'cada día'.

Es de un significado mucho más complejo.

Pero, aunque este sea un hecho sobre el cual se ha advertido a menudo y al que se han dado múltiples interpretaciones, todas las versiones del Nuevo Testamento conservan la idea de 'cada día'.

Y la mayoría de las gentes siguen convencidas de que significa el pan material, creen que están pidiendo qué comer, día a día.

Los que tienen comida en abundancia la pronuncian sin entenderla, y si alguna vez piensan en su significado, creen que se refiere a los menesterosos faltos de alimento.

No advierten cuan extraordinario es dar, a una frase de una oración espiritual, el sentido de un alimento físico; no advierten lo extraño del contexto:

'El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, y perdona nuestras deudas...'

El pedido del 'pan nuestro' es el- primer pedido personal de esta oración; y, por lo mismo, es lo más importante.

Le sigue un segundo pedido personal.

'Perdónanos'.

Es algo extraño; en pos del significado tan tremendo de las primeras líneas, de las que solamente hemos tocado una idea —que la voluntad de Dios no se hace en la tierra—, la mayoría piensa que de pronto cambia todo el nivel de la oración; y que este verso pide alimentos físicos.

A esto sigue una solicitud personal: que se nos perdonen nuestras deudas o pecados.

Creen que la primera solicitud personal es física; y aunque se dan cuenta de que el perdón de los pecados ha de ser cosa mucho más grande, algo de índole espiritual, y por lo mismo psicológico en su sentido más hondo, no advierten nada extraño en el hecho de que este pedido de 'pan' le preceda.

Hay tres rogativas personales en esta oración; la primera es la del 'pan nuestro de cada día'; la segunda es de un 'perdón' y la tercera es de que no nos deje 'caer en tentación.'

Aquí termina la oración original.

Posteriormente se le añadieron las palabras:

'porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos, Amén.'

En la parábola del hijo pródigo se ve claramente que cuando el hombre se vuelve y va en sentido contrario —y esta reversión se presenta con igual claridad en su forma pictórica externa—, va hacia donde hay pan en abundancia.

Huye de la grande hambre que está sufriendo.

Pero ¿de qué pan se trata?

La palabra calificadora es epiousios, pésimamente traducida al castellano, pues de ninguna manera significa 'de cada día'.

La idea de epiousios es la que define la naturaleza de este pan.

Procuremos entender su significado.

Se divide en dos partes: epi y ousios.

En griego, la palabra ousia (ούσια) quiere decir: lo que es propio de uno; su sentido es más bien legalista y se refiere a lo que constituye la propiedad de una persona en particular.

Si tomamos el derivado de esa palabra en esta forma y hasta este punto, tendremos un sentido completamente nuevo para la primera súplica personal.

Al orar: "El pan nuestro de cada día dánoslo hoy", se está en realidad pidiendo lo que es propio, lo de uno, y de ninguna manera pan material.

Se pide alimento para lo que es uno.

Si se la formula en esta inteligencia, la súplica comienza a tener un significado especialmente profundo, en una vida en la que nada es lo que parece ser y en la que todos llevan una existencia artificial, irreal, pues hace ya mucho tiempo que perdieron lo que les es 'propio' y no recuerdan nada.

Tomemos nota de que en esta oración las primeras frases son un reconocimiento de que existe la posibilidad de un superior nivel de vida, que hay poderes o potestades por encima o sobre el nivel de la humanidad.

De suyo esto indica que el hombre puede alcanzar un nuevo estado.

También se pide que la voluntad de Dios se haga en la tierra, o sea, se pide que se haga individualmente en el hombre, en la 'tierra' del hombre, del hombre Sensual.

En seguida viene la primera súplica personal: la de lo propio, o sea lo real de uno mismo; se pide alimento para esta propia realidad.

Por consiguiente, no se pide un pan corriente, sino alimento que pueda nutrir el desarrollo interior, el crecimiento interno, del propio ser, en su propio pensamiento, sentimiento y entendimiento.

Si esta transformación o renacimiento de que hablan los Evangelios en cada línea es un hecho posible, ha de haber necesariamente en el hombre algo interno muy cercano, algo que le toca y que si él pudiese oírle, sentirle y comenzar a entenderle y seguirle, le conduciría a la metanoia, a su re-torno, y de este modo a un sentido completamente nuevo de si y al significado de su vida en la tierra.

En la palabra epi-ousios, la partícula epi (έπι), denota, en su sentido más primitivo, posición; la posición de cualquier cosa que descansa sobre alguna otra.

O sea que es algo que está por encima de esta última, y que la toca.

De modo que el significado completo de esta palabra, traducida por 'cada día', significa con relación a la palabra pan, aquello que es lo real en el hombre, lo que le es propio, lo que ha perdido y que está encima de él y le toca.

Y esta parte de la oración es una súplica personal para sentir lo que se ha perdido, para volver a este sentimiento perdido y sentirlo ahora, en este día, en este momento; pues dicho sentimiento es en verdad alimento, no material por cierto, sino el alimento que da vida al hombre, que hace que el hombre viva.

Cuando el hijo menor de la parábola 'volvió en sí', sintió los primeros destellos de esta emoción, de este alimento que ya había olvidado, y así retomó y volvió a reconocerlo de nuevo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario