CRISTO
Cristo: Cada hombre tiene su rayo particular que resplandece, con toda la potencia de su gloria, en el mundo de los dioses inefables.
Ese Rayo de la Aurora, es el Ser de nuestro Ser.
Es el Cristo interno de cada hombre.
Es la Corona Sephirótica de los cabalistas, la Corona de la Vida: "Sé fiel hasta la muerte (dice el Bendito), y yo te daré la Corona de la Vida (Ap. 2:10).
Al que sabe, la palabra da poder. Nadie la pronunció. Nadie la pronunciará sino aquél que lo tiene Encarnado.
Cristo es el Ejército de la Voz.
Cristo es el Verbo.
En el mundo del Adorable Eterno, no existen ni la personalidad ni la individualidad, ni el yo.
En el Señor de Suprema Adoración todos somos uno.
Cuando el Bienamado se transforma en el alma, cuando el alma se transforma en el Bienamado, entonces de esta mezcla inefable -divina y humana- nace eso que nosotros llamamos el Hijo del Hombre.
Aquel Gran Señor de la Luz, siendo el Hijo del Dios Vivo, se convierte en el Hijo del Hombre cuando se transforma en el alma humana.
El Hombre-Sol es el último resultado de todas nuestras purificaciones y amarguras.
El Hombre-Sol es divino y humano.
El Hijo del Hombre es el último resultado del hombre; el hijo de nuestros sufrimientos; el solemne Misterio de la Transubstanciación.
Cristo es el Logos Solar (Unidad Múltiple Perfecta).
Cristo es el Gran Aliento Eterno, profundo, insondable, emanado de entre las entrañas inefables del Absoluto.
Cristo es nuestro incesante hálito eterno, para sí mismo profundamente ignoto...
Nuestro divino Augo¡des.
Cristo es aquel rayo purísimo, inefable y terriblemente divino que resplandeció como un relámpago en el rostro de Moisés, allá... entre el solemne Misterio del Monte Nebo.
Cristo no es la mónada.
Cristo no es el septenario teosófico.
Cristo no es el Jivan-Atman.
Cristo es el rayo que nos une al Absoluto.
Cristo es el Sol Central.
En el Oriente Cristo es Kwan Yin (la Voz Melodiosa) Avalokiteswara, Vishnú.
Entre los egipcios Cristo es Osiris, y todo aquel que lo encarnaba era un osirificado.
Cristo es el hilo átmico de los indostanes.
El Cristo íntimo es lo que cuenta.
Desafortunadamente, las gentes solamente piensan en el Cristo histórico, y así se apartan de la realidad.
Olvidan que el Cristo es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será. Olvidan que el Cristo es la vida que palpita en cada átomo, como palpita en cada sol. Olvidan que el Cristo vibra de instante en instante, de momento en momento.
Encarnarlo es fundamental.
Mucho se ha hablado sobre el Cristo histórico; mucho se ha hablado sobre Jesús de Nazareth como Gran Mensajero, pero ha llegado el momento de pensar en el Cristo íntimo.
Cristo es una realidad de instante en instante, de momento en momento.
El Cristo íntimo es lo que cuenta: él puede transformarnos totalmente, él adviene a nosotros cuando el ego ha muerto.
Si uno se estudia cuidadosamente a Pablo de Tarso, veremos que rara vez alude al Cristo histórico.
Cada vez que Pablo de Tarso habla sobre Jesucristo, se refiere al Jesucristo interior, al Jesucristo íntimo, que debe surgir en el fondo de nuestro espíritu, de nuestra alma.
En tanto un hombre no lo haya encarnado, no puede decirse que posee la vida eterna.
Sólo Él puede sacar a nuestra alma del Hades.
Sólo él puede, verdaderamente, darnos vida, y dárnosla en abundancia.
Así pues, debemos ser menos dogmáticos y aprender a pensar en el Cristo íntimo...
¡Eso es grandioso!
Todo el simbolismo relacionado con el nacimiento de Jesús, es alquimista y cabalista.
Ante todo, es necesario comprender a fondo, lo que es realmente el Cristo Cósmico.
Urge saber, en nombre de la verdad, que el Cristo no es algo meramente histórico.
Las gentes están acostumbradas a pensar en Cristo como un personaje histórico que existiera hace 2.000 años.
Tal concepto resulta equivocado, porque el Cristo no es del tiempo: el Cristo es atemporal.
El Cristo se desenvuelve en instante en instante, de momento en momento.
Cristo, en sí mismo, es el Fuego Sagrado, el Fuego Cósmico Universal.
ENSEÑANZAS GNOSTICAS
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