Antropología gnóstica:
Egipto elemental.
Todo ser humano posee un instructor elemental, ese instructor elemental está hecho con sustancias elementales de la naturaleza y el creador fue el mismo hombre.
Cuando el lector quiera hacer uso medicinal de una planta debe acudir a su intercesor elemental rogándole practique el rito elemental de la planta, y ligue el elemental vegetal, al órgano enfermo del paciente.
Solo se le debe dar libertad al elemental vegetal, cuando ya haya sanado el cuerpo del paciente. Entonces ya sano el enfermo, se le ruega al intercesor elemental, poner en libertad al elemental vegetal.
Como son millones las plantas medicinales, se necesita ser un pozo de sapiencia para saberse de memoria todos los ritos de todos los elementales, de todos los vegetales de la naturaleza. Afortunadamente el ser humano tiene un intercesor, el cual sí tiene esa sapiencia elemental.
La elementoterapia es tan antigua como el mundo; los grandes hombres del pasado estudiaron bajo las protectoras alas del Egipto elemental; Solón el gran legislador Griego, Moisés, Apolonio de Tyana, todos ellos recibieron su sabiduría del Egipto elemental.
Los cimientos del gran período Egipcio están fundados sobre una antiquísima actividad neptuniana basada en las leyes elementales de la naturaleza.
La civilización egipcia data de un período neptuniano-amentino antiquísimo.
La Esfinge, que ha resistido el curso de los siglos, es tan sólo la imagen de la Esfinge elemental de la Diosa Naturaleza. Esta Esfinge elemental es la suprema maestra de toda la magia elemental de la Naturaleza.
Cuando el Maestro llega a la quinta Iniciación de Misterios Mayores, aparecen ante él siete caminos, entre los cuales debe escoger uno. A la Evolución Dévica corresponde uno de ellos. Los Devas son los Dioses de los paraísos elementales de la Naturaleza.
AGNI, Dios elemental del Fuego, restaura los poderes ígneos de nuestros siete cuerpos, a través de cada una de las siete Grandes Iniciaciones de Misterios Mayores. La misma Diosa Naturaleza es un “Gurú-Deva” que gobierna a la creación.
APOLO, Dios del Fuego, guió la civilización griega por boca de las pitonisas del oráculo de Delfos.
OSIRIS y HORUS, fueron los grandes Dioses elementales del viejo Egipto.
En el colegio de la Esfinge podemos estudiar los grandes misterios de la magia elemental de la Naturaleza. Los Gurú-Devas, trabajan con la Naturaleza entera y con el hombre y son verdaderos Maestros de compasión.
INDRA, Dios del Éter, AGNI, Dios del fuego, PAVANA, Dios del aire, VARUNA, Dios del agua, KITICHI, Dios de la Tierra. Estos Gurús-Devas gobiernan los paraísos elementales de la Diosa Elemental del mundo.
Se equivoca Medina Cifuentes, autor de “Tesoros Ocultos” al afirmar absurdamente que los Devas ya nada tienen que ver con la evolución humana. Los Gurú-Devas trabajan con el hombre y con los elementales de la gran Naturaleza.
Todos los Gurús-Devas parecen verdaderos niños inocentes. Viven y juegan como niños. Son discípulos de la Esfinge Elemental de la Naturaleza, gran Maestro de estos Niños-Devas.
Los átomos elementales de la naturaleza son “prana” (vida) y el que habla contra los elementales habla contra la vida, y los príncipes de los elementales les cierran las puertas.
Un hombre puede haber estudiado teóricamente el organismo humano y sus enfermedades, pero esto no quiere decir que tenga el poder de sanar, porque nadie puede recibir este poder de los hombres, sino de Dios.
En el país asoleado de Khem, allá en los lejanos tiempos del antiguo Egipto, los enfermos eran llevados, no a consultorios médicos, sino a los templos augustos y sagrados donde se cultiva la hierática sabiduría. De los templos salían los enfermos sanos y salvos.
Un sopor de eternidades pesa sobre los antiguos misterios. En la noche profunda de las edades parece percibirse allá, en la remota lejanía, el verbo delicioso de los viejos sabios que esculpieron su sabiduría en extraños relieves en los muros invictos. Calles de esfinges milenarias contemplaron silentes millares de peregrinos venidos de distantes tierras en busca de salud y de luz. Rostros quemados por el sol ardiente de la Arabia feliz, gentes venidas de Caldea, mercaderes judaizantes de Cíclopes o de Tiro, viejos Yoguis de la tierra sagrada de los Vedas...
La medicina fue siempre sagrada. La medicina fue el patrimonio bendito de los magos. En esos olvidados tiempos del lejano Egipto, los enfermos cubríanse de aromas en los templos y el verbo inefable de santos Maestros llenábalos de vida. La gran “Ramera”, cuando esto ocurría no había parido al “Anticristo” de la falsa ciencia, y tampoco el pontífice de todas las abominaciones de la tierra habíase sentado sobre sus siete colinas.
Y en aquellas provectas edades, bajo los pórticos sagrados, exclamaba el sacerdote de Sais: ¡Solón, Solón, ay hijo mío! Día llegará en que los hombres se reirán de nuestros sagrados jeroglíficos, y dirán que los antiguos adorábamos ídolos”.
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