JESUS EL CRISTO

JESUS EL CRISTO
Gnosis por Samael Aun Weor

jueves, 10 de marzo de 2011

KRISHNA

LA SABIDURIA DE KRISHNA

Krishna sentado bajo un gran cedro, cansado de combates en la tierra, soñaba en combates celestes en lo infinito del cielo.

Su alma solo tenía un deseo profundo, encontrar a su madre y volver hallar al extraño y sublime anciano. Cuanto más pensaba en su madre y en el anciano, más despreciable le parecían las hazañas de su juventud y más vivas se le hacían las cosas del cielo.

Un encanto consolador, una divina reminiscencia, le invadían por completo. Un himno de reconocimiento a Mahadeva subió de su corazón y desbordó de sus labios en una melodía suave y angélica. Cautivadas por este sonido las mujeres fueron rodeando a Krishna por grupos.

Nichdali, hija de Nanda, con los ojos cerrados, había caído en una especie de éxtasis. Su hermana Saravasti, más atrevida se deslizó al lado de Krishna y le dijo con voz cariñosa:

¡Oh Krishna! Tus melodías me han embelesado, canta más, enséñanos a modular nuestras voces, enséñanos a danzar.

Krishna dirigiéndose a todas ellas, les contó lo que había visto en su recogimiento, la historia de los dioses y los héroes, las guerras de Indra y las hazañas del divino Rama.

Todas las mujeres le escucharon encantadas hasta el alba. Volviendo de nuevo al día siguiente.

Krishna, al ver que se exaltaban con sus relatos les enseñó a cantar con sus voces y a figurar con sus gestos las acciones sublimes de los dioses. A unos los címbalos, sonoros como los corazones de los guerreros, a otros tambores, etc. Otras, las bailarinas sagradas, representaban la majestad de Varuna, la runa, cólera de Indra matando al dragón o la desesperación de Maya abandonada. De esta forma, los combates y la gloria eterna de los dioses, que Krishna había contemplado en sí mismo, revivían en aquellas mujeres dichosas y trasfiguradas.

Una mañana las dos hijas de Nanda, Saravasti y Nichdali, se acercaron a Krishna y le dijeron:

Al enseñarnos los cantos y las danzas sagradas, has hecho de nosotras las más dichosas de las mujeres, pero seremos las más desdichadas cuando te marches. ¡Oh Krishna! Sé nuestro esposo, mi hermana y yo seremos tus fieles mujeres.

Mientras Saravasti hablaba así, Nichdali cerró los ojos como si cayera en éxtasis. Al preguntarle Krishna por qué cerraba los ojos, le contestó que cerraba los ojos para contemplar su imagen que estaba grabada en el fondo de sí misma. Diciéndole que podía marchar pues no lo perdería nunca.

Krishna tras besarlas les dijo:

Os amo a las dos. Pero ¿cómo voy a ser vuestro esposo, puesto que mi corazón tendría que dividirse entre ambas?

· No amaré nunca, dijo Saravasti con despecho.

· Sólo amaré con amor eterno, contestó Krishna.

· ¿Y qué es preciso para que ames así?, dijo Nichdali con ternura.

Krishna contestó:

Para amar con amor eterno es preciso que la luz del día se extinga, que el rayo caiga en mi corazón y que un alma se lance fuera de mí hasta el fondo del cielo.

Luego, Krishna tomó solo el camino del monte Meru y se marchó. La noche siguiente el Maestro ya no acudió a los juegos de las Gopis, no dejando más que una esencia, un perfume de su Ser, los cantos y las danzas sagradas.

Triunfo y muerte de Krishna

Después de haber instruido a sus discípulos en el monte Meru, Krishna fue con ellos a las orillas del Diamuna y del Ganges, para convertir al pueblo. Entraba en las cabañas y se detenía en las poblaciones. Al atardecer, en los alrededores de las aldeas, la multitud se agrupaba a su alrededor.

Lo que predicaba ante todo el pueblo era la caridad hacia el prójimo. Las obras que tienen como base el amor al prójimo, son las que deben ser ambicionadas por el justo, pues serán las que pesen más en la balanza celeste.

Krishna cuya alma desbordaba amor, hablaba del sacrificio y de la abnegación con voz suave e imágenes seductoras:

Como la tierra soporta a quienes la pisotean y desgarran su seno al labrarla, así debemos devolver el bien por el mal.

Cuando los incrédulos e intelectuales le preguntaban sobre la naturaleza de Dios, Él respondía con sentencias como esta:

La ciencia del hombre sólo es vanidad, todas sus buenas acciones son ilusorias cuando no sabe relacionarlas a Dios. El que es humilde de corazón y de espíritu, es amado por Dios y no tiene la necesidad de otra cosa. El infinito y el espacio pueden únicamente comprender lo infinito; sólo Dios puede comprender a Dios.

Krishna enseñaba y predicaba su doctrina por turno a los Brahmanes, a los hombres de casta militar y al pueblo.

A los Brahmanes les explicaba, con la calma de la edad madura, las verdades profundas de la ciencia divina; ante los Rajas celebraba las virtudes guerreras y familiares con el fuego de juventud; al pueblo le hablaba, con la sencillez de la infancia, de caridad, de resignación y de esperanza.

No lejos, en Madura reinaba Kansa, quien después del asesinato del anciano Vasichta, había usurpado el trono del reino.

Krishna seguido de sus discípulos y de un gran número de anacoretas hizo su entrada en Madura. Entró bajo una lluvia de guirnaldas y de flores. Todos le aclamaban, tanto los Brahmanes como el pueblo.
Krishna se presentó ante el rey y la reina.

Dirigiéndose a Kansa le dijo:

Sólo has reinado por la violencia y el mal y mereces mil muertes, porque has matado al santo anciano Vasichta. Sin embargo, no morirás aún. Quiero probar al mundo que no es quitándoles la vida como se triunfa de los enemigos vencidos, sino perdonándoles.

Después de destronar a Kansa y con el consentimiento de los grandes del reino y del pueblo, consagró a su discípulo Arjuna, el más ilustre descendiente de la raza solar, como rey de Madura y dio autoridad suprema a los Brahmanes que se convirtieron en instructores de los reyes.

Krishna continuó siendo el jefe de los anacoretas, que formaron el consejo superior de los Brahmanes. Con el fin de proteger a este consejo de persecuciones, Krishna hizo construir una ciudad en medio de las montañas, defendida por una alta montaña y por una población escogida. Esta ciudad se llamaba Dwarka. En el centro de esta ciudad se encontraba el Templo de los Iniciados, cuya parte más importante estaba oculta en lo subterráneo.

Cuando los reyes de culto lunar se enteraron que un rey de culto solar había subido al trono de Madura y que los Brahmanes iban a ser los dueños de la India, se unieron para derrotar a Arjuna.

Arjuna junto a todos los partidarios del culto solar y bajo las direcciones de Krishna, se dispusieron para la batalla. La batalla decisiva era inminente. Sin embargo, Arjuna al faltarle a su lado el Maestro, sentía turbado su espíritu y debilitado su valor.

Arjuna ante tal batalla y viendo que iban a perecer muchísimas personas, descorazonado por completo decidió no dar la orden de luchar. Pero Krishna dirigiéndose a él le dijo:

¡En pie!, ¡No seas afeminado!, ¿cómo te has dejado sorprender por el azote del miedo, indigno del sabio, fuente de infamia que nos arroja del cielo?

Y siguió explicándole:

De igual modo que el alma experimenta la infancia, la juventud y la vejez en este cuerpo, así también los sufrirá en otros cuerpos. Los que ven la esencia, ven la verdad eterna que domina el alma y el cuerpo.

Todos esos cuerpos no durarán, ¡Tú lo sabes! Tú sabes que el alma encarnada es eterna, indestructible e infinita. Por tal razón: ¡Ve al combate! Los que creen que el alma mata o muere se engañan igualmente. Ella no ha nacido y no muere y no puede perder al Ser que siempre ha tenido.

Así como una persona se quita los vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el alma encarnada que rechaza su cuerpo para tomar otros ni la espada la corta, ni el fuego la quema, ni el agua la moja, ni el aire la seca.

Ante estas palabras de su Maestro, Arjuna, quedó sobrecogido de vergüenza. Entonces reforzado con gran valor se lanzó sobre su carro y dio la señal de combate. Krishna dijo adiós a su discípulo y abandonó el campo de batalla, porque estaba seguro de la victoria de los hijos del sol.

Krishna había comprendido que para que los vencidos aceptaran su religión era preciso ganar sobre sus almas una última victoria, más difícil que la de las armas.

De la misma forma que el santo Vasichta había muerto atravesado por una flecha, por revelar la verdad suprema a Krishna, así Krishna debía morir voluntariamente bajo los golpes de su enemigo mortal, para implantar en el corazón de sus adversarios la fe que Él había predicado a sus discípulos y al mundo.

Krishna sentía que su misión había terminado, y para ser completo sólo quedaba el sello del sacrificio.

El hijo de Devaki, quería morir lejos de los hombres, en las soledades del Himavat. Allí se sentiría más cerca de su madre radiante, del sublime anciano y del sol Mahadeva.

Krishna partió, pues, a una ermita que se encontraba al pie de las cimas del Himavat. Ninguno de los discípulos se había percatado de sus designios. Sólo le acompañaron Saravasti y Nichdali.

Durante 7 días hicieron rezos y abluciones. Frecuentemente, el semblante de Krishna se trasfiguraba y parecía como radiante. El séptimo día, hacia la puesta de sol, las dos mujeres vieron a unos arqueros cerca de la ermita. Eran los arqueros del rey Kansa. Las mujeres pidieron a Krishna que se defendiera, pero Él de rodillas al lado del cedro, no salía de su oración.

Estos arqueros eran hombres rudos. Trataron de sacar a Krishna de su éxtasis, injuriándolo y tirándole piedras, pero no lo consiguieron. No pudieron hacerle salir de su inmovilidad. Entonces se arrojaron contra Él y le ataron al tronco del cedro.

Krishna se dejó hacer todo esto.

Luego los arqueros excitándose unos a los otros empezaron a tirar flechas sobre el cuerpo de Krishna... A la primera flecha que le atravesó, brotó la sangre y Krishna exclamó:

· Vasichta, los hijos del sol han vencido.

Cuando la segunda flecha vibró en su carne, dijo:

· Madre mía radiante, que los que amen entren conmigo en tu luz.

A la tercera dijo solamente:

· Mahadeva.

Y luego con el nombre de Brahma, entregó el espíritu.

Se había puesto el sol. Un gran viento se elevó, una tempestad de nieve bajó del Himavat sobre la tierra. El cielo se veló. Un torbellino negro barrió las montañas.

Los soldados aterrados ante lo que habían hecho huyeron, y las dos mujeres cayeron desvanecidas.

El cuerpo de Krishna fue quemado por sus discípulos en la ciudad santa de Dwarka. Saravasti y Nichdali, se arrojaron a la hoguera para unirse a su dueño y Maestro, y la multitud creyó ver al hijo de Mahadeva con un cuerpo de luz, llevando a sus dos esposas.

Después de esto, una gran parte de la India adoptó el culto de Vishnu, que conciliaba los cultos solares y lunares.

Diferentes aspectos de Krishna

Históricamente se le han ido asimilando diferentes leyendas y cultos a Krishna y de ahí surgió un Dios con numerosos aspectos, entre ellos el de un Avatar.

Krishna en la mitología del hinduismo es un Avatar o encarnación del dios Vishnu, la segunda persona de la Trinidad en la religión hindú. El Señor Krishna es el octavo Avatar, hijo de Vasudera y de la Virgen Devaki.

En el Mahabharata a Krishna, que literalmente significa «el negro» o «el oscuro», se le representa algunas veces rindiendo homenaje a Shiva.

En el Bhagavad-Gita, Krishna es la representación de la Divinidad Suprema, Atman o Espíritu Inmortal, que desciende para iluminar al hombre y contribuir a su salvación.

Krishna llevó la salvación incluso a sus peores enemigos. Krishna es el Instructor del Mundo y el Señor del Amor.

A Krishna también se le representa como un niño travieso pero encantador al que se llama el ladrón de mantequilla (asociado a la ciudad de Vrindaban, al sur de Deli).

Se representa a Krishna hurtando mantequilla, pues solía comer a hurtadillas la mantequilla en las casas de las Gopis (pastoras o vaqueras), por su amor extremo hacia ellas. El robar mantequilla era una especie de juego para enardecer los corazones de las Gopis que
eran sus devotas. A las Gopis esto le entusiasmaba. Ellas esperaban ansiosas que Krishna fuese a comer su mantequilla.

Krishna verdaderamente roba o cautiva el corazón de sus devotos, les hace olvidar el mundo, y les hace disfrutar de la paz y de la dicha imperecedera.

Otro de los aspectos con el cual se le representa a Krishna es el de la piel azul y Dios pastoral que toca la flauta.

La flauta es el símbolo del Pranava. Fue esta flauta la que atrajo a las devotas Gopis, hasta hallar a su amado Señor a orillas del sagrado Yamuna.

El sonido de esta flauta divina emocionaba el corazón, hasta llevarlo al éxtasis, inspirando una vida y un júbilo nuevo. Se dice que producía en todos los seres una intoxicación de Dios e incluso en los objetos inertes. Se dice que la dulzura de esta música era insuperable. Quien oía por una sola vez la música de la flauta de Krishna no se preocupaba ya sobre el néctar del cielo, la dicha o la liberación.

La flauta de Krishna conmovió tanto el alma de las Gopis que perdieron todo control sobre sí mismas. Sus mentes no pertenecían ya a este mundo.

Por supuesto el amor que las Gopis sentían por Krishna era un amor divino. Provenía de la unión de las almas, no de la unión de los sexos. Representaba la aspiración del Yivatman (alma individual), de fundirse con el Paramatman (alma suprema).

Krishna predicó el Prem, o amor, por medio de la flauta.

Unas de las Gopis preguntó a Krishna:

¡Oh querido! ¿Por qué amas más a la flauta que a mí? ¿Qué acto virtuoso ha realizado ella para poder merecer estar en contacto directo con tus labios. Explícame amablemente mi Señor el secreto de ello, pues ansío saberlo.

Krishna le respondió:

La flauta me es muy querida. Posee diversas virtudes maravillosas. Ha vaciado su cavidad interna, de modo que puedo producir en ella cualquier tipo de música, Raga o Raguini, que me plazca y desee. Si actúas conmigo exactamente igual que esta flauta, si eliminas tu egoísmo por completo y cultivas una entrega perfecta de ti misma, entonces te amaré tanto como a esta flauta.

Este cuerpo, nuestro cuerpo es también la flauta de Krishna en el Macrocosmos. Si somos capaces de destruir nuestro egoísmo, si somos capaces de una entrega absoluta y una ofrenda ilimitada hacia nuestro
Ser, Él, el Señor tocará con este cuerpo la flauta delicadamente,
produciendo armónicas melodías.

Entonces nuestra voluntad se fundirá con la suya. Él obrará sin trabas a través de nuestros instrumentos: el cuerpo, la mente, y los sentidos o Indriyas. Podremos entonces descansar pacíficamente sin preocupaciones, inquietudes ni ansiedades.

En la ordenada conducta de la vida de Krishna se ilustra la majestuosa perfección de Dios.

En Él se mezcla el conocimiento y el poder supremo para conformar al hombre Dios de todos los tiempos. En Él coexisten los más elevados conocimientos (Vidia) y humildad (Vinaia) como virtudes inseparables. Krishna era grande al mismo tiempo en conocimiento, en sentimiento y en acción.

Krishna como hombre fue un hombre de acción. Defendía la justicia, la rectitud, y su actitud era defender al oprimido de su agresor. Él fue el más grande Karma Yogui de todos los tiempos. Él levantó la antorcha de la sabiduría y la acción desinteresada. Era amigo y benefactor de los pobres y los desesperanzados.

Era la encarnación de la humildad. Krishna pedía a los hombres que se consideraran como un instrumento en manos de Dios.

Pedía al hombre que se creyese un soldado, siendo Dios su general y sometiendo sus actos y deberes mundanos a las órdenes de Dios. Les pedía que actuasen con fe. Que actuasen con devoción hacia Dios, pero sin el deseo de sus frutos.

Se dice poéticamente que se pueden contar las estrellas e incluso los granos de arena de una playa, pero es imposible enumerar los actos heroicos, maravillosos y gloriosos de Krishna, el Señor de los Tres Mundos.

Krishna, el Cristo, nos espera con los brazos abiertos para abrazarnos con su cálido amor.

Purifiquemos nuestra mente.

Destruyamos las Vasanas o deseos negativos.

Destruyamos nuestro egoísmo.

Escuchemos una vez más la flauta de Krishna y permitámosle tocar a través de nuestro cuerpo-flauta.

T. R.

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