“EL CRISTIANISMO FUE, ORIGINALMENTE UNA ESCUELA ESOTERICA”
Nota importante: las citas neotestamentarias se han traducido directamente del griego por lo que pueden diferir sensiblemente de las versiones católicas o protestantes.
El Cristianismo primigenio fue una Escuela de Misterios y no una religión tal como la conocemos actualmente. Todas las religiones que nacen con la pretensión de cambiar un orden social imprimen en sus libros sagrados determinadas normas que sirvan para organizar y legislar. Este es el caso del Judaismo (Antiguo Testamento) y el Islamismo (El Corán). Pero en los textos cristianos no encontramos jamás ese intento legislador y organizador. Y la tradición islámica, más próxima en el tiempo a los inicios del Cristianismo, considera a este como una "tariqah", o sea, una vía iniciática y no como una "shariyah", o legislación de orden social dirigida a todos.
Esto es tan cierto que, posteriormente, cuando se organiza la secta Romana, se tuvo que suplir esta falta con la constitución de un derecho "canónico" que fue, en realidad, una adaptación del antiguo derecho romano, es decir, algo que vino del exterior y no un desarrollo de lo que estaba contenido en el Cristianismo en sí. Como expresa René Guénon en sus Aperçus sur l'Esotérisme Chrétien (Ed. Traditionnelles, París, 1971) :
"Es evidente que en el Evangelio no se encuentra ninguna prescripción que pudiera ser considerada poseedora de un verdadero carácter legal en el sentido propio de esta palabra; la expresión que todos conocemos de "Hay que devolver al César lo que es del César ..." nos parece muy adecuada en este caso, ya que implica formalmente, para todo lo que es de orden exterior, la aceptación de una legislación completamente extranjera a la tradición cristiana y que no es más que la que existía en el contexto donde ésta nació, por cuanto estaba incorporada en el Imperio romano. Sería, sin duda, una grave laguna si el Cristianismo hubiera sido entonces aquello en lo que se convirtió más tarde; la existencia de tal laguna no sólo sería inexplicable, sino totalmente inconcebible en una tradición ortodoxa y regular, si dicha tradición tenía que comportar realmente un exoterismo y un esoterismo, y si tenía incluso, diríamos, que aplicarse ante todo al dominio exotérico".
Siendo, el Cristianismo en sus orígenes, una Escuela de Misterios, esa aparente laguna se explica sin gran esfuerzo pues simplemente los primeros Gnóstico-Cristianos se abstenían de intervenir en temas que no le concernían. Y esto es tan real como que los primeros grupos con carácter Crístico o Cristiano constituían organizaciones reservadas en las que no todos eran admitidos sino los que poseían cualificaciones necesarias para recibir válidamente la Iniciación.
Esto es tan cierto que, posteriormente, cuando se organiza la secta Romana, se tuvo que suplir esta falta con la constitución de un derecho "canónico" que fue, en realidad, una adaptación del antiguo derecho romano, es decir, algo que vino del exterior y no un desarrollo de lo que estaba contenido en el Cristianismo en sí. Como expresa René Guénon en sus Aperçus sur l'Esotérisme Chrétien (Ed. Traditionnelles, París, 1971) :
"Es evidente que en el Evangelio no se encuentra ninguna prescripción que pudiera ser considerada poseedora de un verdadero carácter legal en el sentido propio de esta palabra; la expresión que todos conocemos de "Hay que devolver al César lo que es del César ..." nos parece muy adecuada en este caso, ya que implica formalmente, para todo lo que es de orden exterior, la aceptación de una legislación completamente extranjera a la tradición cristiana y que no es más que la que existía en el contexto donde ésta nació, por cuanto estaba incorporada en el Imperio romano. Sería, sin duda, una grave laguna si el Cristianismo hubiera sido entonces aquello en lo que se convirtió más tarde; la existencia de tal laguna no sólo sería inexplicable, sino totalmente inconcebible en una tradición ortodoxa y regular, si dicha tradición tenía que comportar realmente un exoterismo y un esoterismo, y si tenía incluso, diríamos, que aplicarse ante todo al dominio exotérico".
Siendo, el Cristianismo en sus orígenes, una Escuela de Misterios, esa aparente laguna se explica sin gran esfuerzo pues simplemente los primeros Gnóstico-Cristianos se abstenían de intervenir en temas que no le concernían. Y esto es tan real como que los primeros grupos con carácter Crístico o Cristiano constituían organizaciones reservadas en las que no todos eran admitidos sino los que poseían cualificaciones necesarias para recibir válidamente la Iniciación.
Al fundar el Judaísmo, Moisés le dio libros legislativos que regulaban toda la sociedad judía (el Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, etc...). Asimismo, Mahoma, al transmitir la ley coránica, organizó el mundo del Islam tanto en el terreno profano como en el religioso. El Nuevo Testamento carece de este carácter legislativo por lo cual se puede deducir que no estaba destinado a fecundar una religión nueva con una sociedad también nueva y abierta a todos.
Pero si los ritos cristianos eran al principio específicamente iniciáticos y reservados, ¿cómo se explica que hayan pasado a formar parte de una religión que se dirigía al gran público?
Sería probablemente imposible asignar una fecha concreta a este cambio que convirtió el Cristianismo en una religión exotérica en el propio sentido de la palabra y en una forma tradicional dirigida a todos sin distinción. En cualquier caso, lo cierto es que era un hecho consumado en la época de Constantino y del Concilio de Nicea, de forma que éste no tuvo más que "sancionarlo", por así decirlo, inaugurando la era de las formulaciones dogmáticas destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la doctrina.
Eso no podía ocurrir sin algunos inconvenientes inevitables, dado que el hecho de encerrar de este modo la doctrina en unas fórmulas claramente definidas y limitadas, hizo que fuera mucho más difícil, incluso para quiénes realmente eran capaces de ello, penetrar en el sentido profundo; además, las verdades de orden propiamente esotéricas, que estaban por su propia naturaleza fuera del alcance de la mayoría, ya no podían ser presentadas de otra forma más que como "misterios" en el sentido que la palabra tiene vulgarmente, es decir que, a los ojos de la mayoría, no tardaron en aparecer rápidamente como algo imposible de entender, incluso prohibido de profundizar.
Por otra parte, debemos subrayar que este cambio en el carácter esencial e incluso en la naturaleza misma del Cristianismo, explica perfectamente, como decíamos al principio, que todo lo que le precedió (la historia de los tres primeros siglos del Cristianismo) haya sido voluntariamente envuelto en la oscuridad. Es evidente que la naturaleza del Cristianismo original, en cuanto era esencialmente esotérica e iniciática, tenía que permanecer completamente ignorada por los que ahora eran admitidos en el Cristianismo, convertido en exotérico. Por consiguiente, todo lo que pudiera revelar, incluso de forma solapada lo que el Cristianismo había sido realmente en su comienzo, debía permanecer cubierto de un velo impenetrable.
Pero si los ritos cristianos eran al principio específicamente iniciáticos y reservados, ¿cómo se explica que hayan pasado a formar parte de una religión que se dirigía al gran público?
Sería probablemente imposible asignar una fecha concreta a este cambio que convirtió el Cristianismo en una religión exotérica en el propio sentido de la palabra y en una forma tradicional dirigida a todos sin distinción. En cualquier caso, lo cierto es que era un hecho consumado en la época de Constantino y del Concilio de Nicea, de forma que éste no tuvo más que "sancionarlo", por así decirlo, inaugurando la era de las formulaciones dogmáticas destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la doctrina.
Eso no podía ocurrir sin algunos inconvenientes inevitables, dado que el hecho de encerrar de este modo la doctrina en unas fórmulas claramente definidas y limitadas, hizo que fuera mucho más difícil, incluso para quiénes realmente eran capaces de ello, penetrar en el sentido profundo; además, las verdades de orden propiamente esotéricas, que estaban por su propia naturaleza fuera del alcance de la mayoría, ya no podían ser presentadas de otra forma más que como "misterios" en el sentido que la palabra tiene vulgarmente, es decir que, a los ojos de la mayoría, no tardaron en aparecer rápidamente como algo imposible de entender, incluso prohibido de profundizar.
Por otra parte, debemos subrayar que este cambio en el carácter esencial e incluso en la naturaleza misma del Cristianismo, explica perfectamente, como decíamos al principio, que todo lo que le precedió (la historia de los tres primeros siglos del Cristianismo) haya sido voluntariamente envuelto en la oscuridad. Es evidente que la naturaleza del Cristianismo original, en cuanto era esencialmente esotérica e iniciática, tenía que permanecer completamente ignorada por los que ahora eran admitidos en el Cristianismo, convertido en exotérico. Por consiguiente, todo lo que pudiera revelar, incluso de forma solapada lo que el Cristianismo había sido realmente en su comienzo, debía permanecer cubierto de un velo impenetrable.
Se podría pensar que el extraordinario número de herejías denunciadas ya desde el principio de la historia del Cristianismo está en gran parte vinculado con una necesidad en la que la secta Romana se encontró repentinamente, de definir dogmáticamente la Verdad, utilizando un lenguaje dirigido a todos. Además, desde una óptica exotérica, las autoridades religiosas de esta poderosa rama del Cristianismo quisieron juzgar y condenar enseñanzas que normalmente no hubieran tenido que ser divulgadas de lo cual resultó un lío inextricable.
Como pruebas del carácter iniciático del Cristianismo podemos considerar la similitud entre los ritos de iniciación y el ritual de los sacramentos. Pero a estas pruebas añadiremos tres elementos nuevos:
1) El cursus honorum de los catecúmenos es fiel copia de las iniciaciones.
2) El Cristianismo primitivo tiene un estrecho parentesco con el culto de Mitra, que constituye en sí mismo una religión de Misterios.
3) Encontramos en las cartas de San Pablo una terminología equivalente a la de las iniciaciones antiguas.
El Catecumenado
En el siglo III, el Concilio de Elvira codificó el recorrido que tenían que seguir los que aspiraban al bautizo; las fuentes fiables son pocas sobre lo ocurrido en los dos primeros siglos.
Primero, se ponía a prueba al candidato mediante un severo examen de admisión; se prestaba una especial atención a su profesión puesto que los que ejercían una profesión relacionada con la idolatría (pintores y escultores de dioses), los guerreros, los empleados en juegos del circo, los adivinos, los magistrados, etc... eran excluidos. Si juzgaban seria la conversión, el aspirante recibía los títulos de Cristiano y de Catecúmeno (es decir, "enseñado", "discípulo") después de una recepción con ritual.
Había tres grados. El primero era el de "escuchante" o "auditor" (akouomenos, audiens) que debía permanecer mudo y asimilar la catequesis durante un mínimo de dos años. La similitud con el primer grado del Orden de los Pitagóricos, el grado de los "escuchantes" (akousmatikoi), es sorprendente.
El escuchante calificado accedía al grado de "prosternado" (hypopipton, genu flectens o también orans). Antes de anunciar las plegarias al Oficio, el diácono decía: Ya no hay escuchante, ya no hay infiel. Tras haber salido, ordenaba a los catecúmenos de las 2 clases superiores y a los bautizados que rogaran por ellos, y un poco más tarde pedía a todos los catecúmenos que se fueran a fin de que sólo los bautizados (o fieles) asistieran al Misterio de la Misa.
Los prosternados se convertían en "competentes" (competentes: los que buscan juntos); también se les llamaba illuminandi (que deben ser iluminados por el Bautismo). Se les confiaba el misterio de la Santa Trinidad, la doctrina relativa a la construcción de la Iglesia Interior y a la extinción de los pecados, materias sobre la que después serían examinados. Y sólo poco tiempo antes de su bautizo se les comunicaba el Símbolo de los Apóstoles (Credo) y el Pater.
Durante la Cuaresma podían "inscribirse" con un nuevo nombre y esta inscripción les concedía el título de "elegidos" (electi) a fin de ser bautizados por Pascua. El Bautismo estaba precedido por unos rigurosos ayunos de abstinencia y continencia; el bautizado recibía la apelación de "fiel" (pistos, fidelis), de "iniciado" (memuemenos), de "iluminado" (illuminatus), o también de "niño" (puer, infans).
En los primeros tiempos el Bautismo no se recibía antes de la edad adulta. El título de puer se otorgaba a un adulto bautizado que, renacido con un nombre nuevo, debía crecer y alcanzar la plenitud de la madurez según la vía enseñada por Cristo. Y en la Didaché, uno de los textos más antiguos del cristianismo, se dice: Que nadie coma y beba de vuestra eucaristía si no son los bautizados en el nombre del Señor, pues refiriéndose a esto ha dicho: "No deis lo que es santo a los perros"
Todo ello muestra que el Cristianismo, aunque se expandiera rápidamente por el imperio romano, era muy exigente en cuanto a la calidad de sus miembros y sólo los admitía progresivamente a los santos Misterios, según un método que se parece a iniciaciones sucesivas.
Como pruebas del carácter iniciático del Cristianismo podemos considerar la similitud entre los ritos de iniciación y el ritual de los sacramentos. Pero a estas pruebas añadiremos tres elementos nuevos:
1) El cursus honorum de los catecúmenos es fiel copia de las iniciaciones.
2) El Cristianismo primitivo tiene un estrecho parentesco con el culto de Mitra, que constituye en sí mismo una religión de Misterios.
3) Encontramos en las cartas de San Pablo una terminología equivalente a la de las iniciaciones antiguas.
El Catecumenado
En el siglo III, el Concilio de Elvira codificó el recorrido que tenían que seguir los que aspiraban al bautizo; las fuentes fiables son pocas sobre lo ocurrido en los dos primeros siglos.
Primero, se ponía a prueba al candidato mediante un severo examen de admisión; se prestaba una especial atención a su profesión puesto que los que ejercían una profesión relacionada con la idolatría (pintores y escultores de dioses), los guerreros, los empleados en juegos del circo, los adivinos, los magistrados, etc... eran excluidos. Si juzgaban seria la conversión, el aspirante recibía los títulos de Cristiano y de Catecúmeno (es decir, "enseñado", "discípulo") después de una recepción con ritual.
Había tres grados. El primero era el de "escuchante" o "auditor" (akouomenos, audiens) que debía permanecer mudo y asimilar la catequesis durante un mínimo de dos años. La similitud con el primer grado del Orden de los Pitagóricos, el grado de los "escuchantes" (akousmatikoi), es sorprendente.
El escuchante calificado accedía al grado de "prosternado" (hypopipton, genu flectens o también orans). Antes de anunciar las plegarias al Oficio, el diácono decía: Ya no hay escuchante, ya no hay infiel. Tras haber salido, ordenaba a los catecúmenos de las 2 clases superiores y a los bautizados que rogaran por ellos, y un poco más tarde pedía a todos los catecúmenos que se fueran a fin de que sólo los bautizados (o fieles) asistieran al Misterio de la Misa.
Los prosternados se convertían en "competentes" (competentes: los que buscan juntos); también se les llamaba illuminandi (que deben ser iluminados por el Bautismo). Se les confiaba el misterio de la Santa Trinidad, la doctrina relativa a la construcción de la Iglesia Interior y a la extinción de los pecados, materias sobre la que después serían examinados. Y sólo poco tiempo antes de su bautizo se les comunicaba el Símbolo de los Apóstoles (Credo) y el Pater.
Durante la Cuaresma podían "inscribirse" con un nuevo nombre y esta inscripción les concedía el título de "elegidos" (electi) a fin de ser bautizados por Pascua. El Bautismo estaba precedido por unos rigurosos ayunos de abstinencia y continencia; el bautizado recibía la apelación de "fiel" (pistos, fidelis), de "iniciado" (memuemenos), de "iluminado" (illuminatus), o también de "niño" (puer, infans).
En los primeros tiempos el Bautismo no se recibía antes de la edad adulta. El título de puer se otorgaba a un adulto bautizado que, renacido con un nombre nuevo, debía crecer y alcanzar la plenitud de la madurez según la vía enseñada por Cristo. Y en la Didaché, uno de los textos más antiguos del cristianismo, se dice: Que nadie coma y beba de vuestra eucaristía si no son los bautizados en el nombre del Señor, pues refiriéndose a esto ha dicho: "No deis lo que es santo a los perros"
Todo ello muestra que el Cristianismo, aunque se expandiera rápidamente por el imperio romano, era muy exigente en cuanto a la calidad de sus miembros y sólo los admitía progresivamente a los santos Misterios, según un método que se parece a iniciaciones sucesivas.
Los misterios de Mitra
Este dios iraní inicia su carrera en el mundo romano en el primer siglo antes de J.C.
Luz emanada del cielo, nace de una roca, de una piedra regeneradora. Sólo unos pastores asisten al milagro y vienen a adorar al niño divino ofreciéndole las primicias de su rebaño. Se podría pensar que la figura de los Reyes Magos que encontramos en el Cristianismo es un reconocimiento sino de filiación, al menos de primazgo lejano con la religión iraní de los Magos.
El culto se celebraba en un santuario que tenía forma de cueva (spelaeum); se conmemoraba el nacimiento de Mitra el 25 de diciembre y las iniciaciones se realizaban en primavera "en la época pascual en la que los Cristianos admitían también los catecúmenos al bautismo" (F.Cumont : Les Mystères de Mithra - Lamertin, Bruselas, 1902, pág.141.).
Rápidamente las dos religiones compitieron; su difusión se hizo al mismo ritmo en todo el imperio romano durante los tres primeros siglos.
"La lucha entre las dos religiones rivales fue tanto más pertinaz cuanto que sus caracteres eran semejantes. Asimismo, sus adeptos formaban conventículos secretos, estrechamente unidos, cuyos miembros se otorgaban el nombre de "Hermanos". Los ritos que practicaban ofrecían numerosas analogías : los sectarios del rey persa, al igual que los cristianos, se purificaban por un bautismo, recibían como en una confirmación la fuerza de combatir los espíritus del mal y esperaban de una comunión, la salvación del alma y del cuerpo. También como ellos, santificaban el domingo y festejaban el nacimiento del Sol el 25 de diciembre, el día en que se celebraba la Navidad, al menos desde el siglo IV. Predicaban también una moral imperativa, consideraban meritorio el ascetismo y contaban entre las virtudes principales la abstinencia y la continencia, la renuncia y el dominio sobre uno mismo. Sus concepciones del mundo y del destino del hombre eran similares : unos y otros admitían la existencia de un cielo de los bienaventurados situado en las regiones superiores y de un infierno poblado de demonios, contenido en las profundidades de la tierra; situaban en los orígenes de la historia un diluvio; la fuente de sus tradiciones era una primitiva revelación; por último, también creían en la inmortalidad del alma, en el juicio final y en la resurrección de los muertos en la conflagración final del universo.
Hemos visto cómo la teología de los misterios hacía del Mitra "mediador" el equivalente del Logos alejandrino. Como él, Cristo era el Mesites, el intermediario entre su Padre celeste y los hombres, y, como él, también formaba parte de una trinidad. Estas similitudes no eran ciertamente las únicas que la exégesis pagana estableció entre ellos, y la figura del dios tauróctono que se resigna en contra de su voluntad a inmolar a su víctima para crear y rescatar el género humano, había sido seguramente comparada a la imagen del Redentor que se sacrifica para la salvación del mundo." ( F. Cumont, op.cit. pags. 161-163.).
San Pablo y los misterios
Antes de hablar de la terminología de San Pablo, sería útil recordar brevemente lo que eran las iniciaciones antiguas. Aquí también, las fuentes son limitadas y quedan muchas preguntas sin resolver; hay que reconocer que los Antiguos Sabios han sido más discretos respecto a sus ceremonias secretas que los iniciados de los trescientos últimos años. Recordaremos dos textos clásicos. El primero procede de la maravillosa obra El asno de oro (o Las Metamorfosis) de Apuleyo en el que Lucio aspira a ser iniciado en los Misterios de Isis :
"Día a día crecía en mí el deseo de recibir la consagración. En varias ocasiones había ido a visitar al gran sacerdote para suplicarle encarecidamente que me iniciara por fin a los misterios de la santa noche".
Pero incitan a Lucio a que tenga paciencia :
"Tenía que evitar cuidadosamente tanto la precipitación como la desobediencia así como la doble falta de mostrar cierta lentitud cuando se me llamase o cierta prisa sin haber recibido la orden. Además, ninguno de los miembros de su clero tenía la suficiente loca imprudencia, ni por decir mejor, no estaba decidido a morir afrontando temerariamente, sin haber recibido él también la orden expresa de la soberana, los riesgos de un ministerio sacrílego y para cargar con un pecado que lo condenaría a morir. Y es que las llaves del infierno y la garantía de salvación están en manos de la diosa. El acto mismo de la iniciación figura una muerte voluntaria y una salvación obtenida por la gracia. El poder de la diosa atrae a ella a los mortales que, habiendo alcanzado el término de la existencia y hollando el umbral donde acaba la luz, puede confiárseles sin temor los secretos augustos de la religión; los hace renacer de cierta manera por el efecto de su providencia y les abre, devolviéndoles la vida, una carrera nueva. Por tanto, yo también debía conformarme a su voluntad celeste, aunque desde hacía tiempo el favor evidente de la gran divinidad me hubo claramente designado y marcado para su bienaventurado servicio. Asimismo, al igual que sus demás fieles, debía a partir de entonces abstenerme de alimentos profanos y prohibidos, a fin de tener, con más seguridad, acceso a los misterios de la más pura de las religiones " (XI, 21).
Así, Lucio vence su ardor hasta que la Diosa manifiesta su misericordia : "durante una noche oscura, sus órdenes que no tenían nada de oscuro, me advirtieron de manera segura que había llegado el día tan anhelado en que ella cumpliría mi deseo más ardiente. "
Lucio tuvo entonces que tomar un baño ritual, recibir aspersiones de agua lustral y reunir instrucciones que sobrepasan la palabra humana. "Tras un ayuno y una abstinencia de diez días, por fin llegó el momento fijado para la divina cita. Y el sol, ya en su declive, traía a la noche, cuando afluía de todas partes una multitud de gente que según el antiguo uso de los misterios, me honraban con diversos regalos. Luego, se aleja a los profanos, me revisten de un vestido de lino por estrenar, y el sacerdote, cogiéndome por la mano, me conduce a la parte más escondida del santuario. "
"Quizá, lector deseoso de instruirte, te preguntes con una cierta ansiedad lo que luego fue dicho y hecho. Lo diría si estuviera permitido decirlo; y lo aprenderías si te estuviera permitido oírlo. Pero tanto tus oídos como mi lengua tendrían que pagar la pena correspondiente a una indiscreción impía o a una curiosidad sacrílega. No obstante, no infligiré el tormento de una larga angustia al piadoso deseo que te mantiene en suspense. Escucha, pues, y créeme : todo lo que te diré es cierto. Me he acercado a los límites de la muerte; he hollado el umbral de Proserpina y he vuelto llevado a través de todos los elementos; en plena noche, he visto brillar el sol con una luz centelleante; me he acercado a los dioses de abajo y a los dioses de arriba, los he visto de cara y adorado de cerca. Este es mi relato y estás condenado a ignorar lo que has oído. Me limitaré, pues, a contar lo que está permitido revelar, sin sacrilegio, a la inteligencia de los profanos. "
Otro testimonio es el de Temistios que vivió durante el siglo IV después de J.C. Hace un parangón entre la iniciación y la muerte:
"En aquel momento, el alma experimenta las mismas impresiones que conocen aquellos que son iniciados en los grandes misterios. Las mismas palabras, las mismas cosas: en efecto, se dice teleutan (morir) y teleisthai (ser iniciado). En primer lugar, la aventura, los penosos dédalos, las terribles e interminables carreras en la oscuridad. Luego, antes de la conclusión, todos los terrores: el escalofrío, el temblor, el repeluzno, la angustia. Entonces es cuando queda asombrado por una claridad particular; lugares puros, las praderas se descubren, se alzan voces, se percibe con el ritmo de danzas, apariciones y armonías divinas. En este marco se mueve aquel que ha terminado su iniciación; libre y despreocupado, con una corona en la cabeza, celebra los misterios; vive en compañía de hombres puros y santos; contempla a aquellos que no han sido iniciados aquí: una multitud impura, rebajada y transportada de aquí para allá en un recipiente, en medio de las brumas; los ve vivir en el temor de la muerte entre los malvados, sin esperanza de una felicidad venidera en el más allá."
Pasando por la muerte, experimentando pruebas misteriosas y terribles, el candidato alcanza la luz, la alegría y la libertad. Recibe una corona gloriosa que lo hermana con los puros y los santos.
He aquí lo que San Pablo dice :
"Vemos a Jesús coronado de gloria y honor a través de la experiencia de la muerte, de modo que por la gracia de Dios, gustó la muerte para el provecho de todos. En efecto, convenía que Aquel gracias y a través de quien existen todas las cosas, volviera "perfecto" (teleiosai), después de haber llevado a la gloria a un gran número de hijos, al iniciador de su salvación por medio de las pruebas" (Hebr. II, 9-10).
Encontramos en estos dos versículos todo lo que constituía la iniciación antigua : las pruebas, la muerte, la coronación o la perfección de la iniciación. Observemos de paso, que se trata de nociones griegas o greco-orientales o incluso paganas (para utilizar un término ambiguo), pero en ningún caso judías.
La palabra teleiosai es un indicio claro, como lo precisa el exegeta católico N. Hugedé: "el término teleio, "perfecto", se utiliza en la lengua griega de forma muy especial y no tiene mucha relación con la indicación de una cualidad moral. Es un término del lenguaje técnico-filosófico-religioso, utilizado para determinar a aquel que ya no tiene nada más que aprender, que ha alcanzado la plena madurez y la completa iniciación, por oposición al profano, al niño, al hombre de la calle que si bien posee todas las virtudes, no está al corriente de los secretos que están reservados a un número muy reducido de privilegiados. La obra de Pablo es un testimonio constante de este uso".
"En aquel momento, el alma experimenta las mismas impresiones que conocen aquellos que son iniciados en los grandes misterios. Las mismas palabras, las mismas cosas: en efecto, se dice teleutan (morir) y teleisthai (ser iniciado). En primer lugar, la aventura, los penosos dédalos, las terribles e interminables carreras en la oscuridad. Luego, antes de la conclusión, todos los terrores: el escalofrío, el temblor, el repeluzno, la angustia. Entonces es cuando queda asombrado por una claridad particular; lugares puros, las praderas se descubren, se alzan voces, se percibe con el ritmo de danzas, apariciones y armonías divinas. En este marco se mueve aquel que ha terminado su iniciación; libre y despreocupado, con una corona en la cabeza, celebra los misterios; vive en compañía de hombres puros y santos; contempla a aquellos que no han sido iniciados aquí: una multitud impura, rebajada y transportada de aquí para allá en un recipiente, en medio de las brumas; los ve vivir en el temor de la muerte entre los malvados, sin esperanza de una felicidad venidera en el más allá."
Pasando por la muerte, experimentando pruebas misteriosas y terribles, el candidato alcanza la luz, la alegría y la libertad. Recibe una corona gloriosa que lo hermana con los puros y los santos.
He aquí lo que San Pablo dice :
"Vemos a Jesús coronado de gloria y honor a través de la experiencia de la muerte, de modo que por la gracia de Dios, gustó la muerte para el provecho de todos. En efecto, convenía que Aquel gracias y a través de quien existen todas las cosas, volviera "perfecto" (teleiosai), después de haber llevado a la gloria a un gran número de hijos, al iniciador de su salvación por medio de las pruebas" (Hebr. II, 9-10).
Encontramos en estos dos versículos todo lo que constituía la iniciación antigua : las pruebas, la muerte, la coronación o la perfección de la iniciación. Observemos de paso, que se trata de nociones griegas o greco-orientales o incluso paganas (para utilizar un término ambiguo), pero en ningún caso judías.
La palabra teleiosai es un indicio claro, como lo precisa el exegeta católico N. Hugedé: "el término teleio, "perfecto", se utiliza en la lengua griega de forma muy especial y no tiene mucha relación con la indicación de una cualidad moral. Es un término del lenguaje técnico-filosófico-religioso, utilizado para determinar a aquel que ya no tiene nada más que aprender, que ha alcanzado la plena madurez y la completa iniciación, por oposición al profano, al niño, al hombre de la calle que si bien posee todas las virtudes, no está al corriente de los secretos que están reservados a un número muy reducido de privilegiados. La obra de Pablo es un testimonio constante de este uso".
Encontramos el término de Teleios, perfecto, con un sentido indudablemente iniciático en el extraordinario tratado de la Crátera de Hermes Trismegisto :
"Así pues, todos los que han prestado atención a la proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Nous, han participado de la Gnosis y se han vuelto perfectos (teleioi) ya que han recibido el Nous."
Resulta difícil creer que el verdadero pensamiento de Pablo esté alejado del de Hermes, cuando dice:
"Transformaos por la renovación del Nous para experimentar por vosotros mismos lo que es la Voluntad de Dios : el Bien, el Placer, la Perfección (to teleion)". (Rom. XII, 2)
En repetidas ocasiones Pablo habla de los niños (nepioi) que se deben convertir en adultos maduros, en perfectos (teleioi); asimismo, en las iniciaciones antiguas o en las religiones de Misterios, el que acababa de ser recibido era comparable a un niño -¿acaso el iniciado no es el que ha recibido el comienzo (initium)?- que, gracias a unos grados ascendentes, tenía que progresar hacia la perfección o la maestría.
"Mientras que el tiempo hubiera tenido que hacer de vosotros unos maestros (didaskaloi), necesitáis de nuevo que os enseñen los elementos primordiales de los oráculos de Dios y habéis llegado al punto en que necesitáis leche en lugar de alimento sólido. Quien esté todavía en la etapa de la leche no tiene la experiencia de la palabra justa : es un niño (nepios). En cambio, el alimento sólido es para los que son perfectos (teleioi), para aquellos cuyos sentidos han sido ejercitados* por la experiencia, a fin de poder distinguir el bien del mal. Por ello, dejando de lado la enseñanza primaria referente a Cristo, interesémonos por la "enseñanza perfecta" (teleiotes) ..." (Hebr.V, 12 y VI, 1).
"Hermanos, no seáis niños (paidia) en vuestros pensamientos [...] en vez de ello, sed perfectos (teleioi)." (ICor. XIV, 20).
Además, Pablo especifica claramente que habla de misterios que deben mantenerse secretos y que esta enseñanza no está destinada más que a la elite muy selecta de los perfectos :
"Se habla de Sabiduría entre los "perfectos" (teleioi) y no de una sabiduría de este mundo ... Hablamos de una sabiduría de Dios en el Misterio, la sabiduría oculta, aquella que Dios predestinó para nuestra gloria ya antes de los siglos". (I Cor.II, 6-7).
Esta sabiduría reservada se llama también "gnosis":
"¡Oh profundidad de la Riqueza, de la Sabiduría y de la Gnosis de Dios!". (Rom.XI, 33).
Es en esta Gnosis donde debemos renacer primero, como un niño, y luego crecer a fin de alcanzar la perfección, como lo precisa Pedro, que se autocalifica como Epopte, en II Pedro I, 16: "Porque no os hemos dado a conocer el Poder y Descenso de nuestro Salvador Cristo por medio de fábulas artificiosas sino que somos Epoptas** en la grandeza del Salvador Cristo" .
"Creced en la gracia y en la Gnosis de nuestro Señor y Salvador Cristo". (II Pedro III, 18).
Esta Gnosis se transmite entre los que han sido escogidos. En griego, "transmisión" o "tradición" es paradosis, que procede del verbo paradidonai, "transmitir".
"Por lo que a mi se refiere -dice Pablo- he recibido del Señor lo que os he transmitido (paradidonai)" (I Cor.XI, 23).
Y felicita a los Corintios por guardar fielmente este depósito sagrado: "Alabados seáis por acordaros siempre de mí y mantener las tradiciones (paradosis) tal como os las he transmitido (paradidonai)". (I Cor..XI, 2).
Los términos del Nuevo Testamento que acabamos de citar (teleios, noûs, gnosis, paradosis, mysterion, epoptes) se utilizaban técnicamente en las sociedades gnósticas de los tres primeros siglos.
Los escritos neo-testamentarios -que no se dirigían a todo el mundo- fueron destinados a una sociedad elegida y preparada (es a los "Perfectos" a quiénes habla San Pablo), sólo los "fieles" verdaderamente cualificados pueden entenderlos en realidad.
FIN
"Así pues, todos los que han prestado atención a la proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Nous, han participado de la Gnosis y se han vuelto perfectos (teleioi) ya que han recibido el Nous."
Resulta difícil creer que el verdadero pensamiento de Pablo esté alejado del de Hermes, cuando dice:
"Transformaos por la renovación del Nous para experimentar por vosotros mismos lo que es la Voluntad de Dios : el Bien, el Placer, la Perfección (to teleion)". (Rom. XII, 2)
En repetidas ocasiones Pablo habla de los niños (nepioi) que se deben convertir en adultos maduros, en perfectos (teleioi); asimismo, en las iniciaciones antiguas o en las religiones de Misterios, el que acababa de ser recibido era comparable a un niño -¿acaso el iniciado no es el que ha recibido el comienzo (initium)?- que, gracias a unos grados ascendentes, tenía que progresar hacia la perfección o la maestría.
"Mientras que el tiempo hubiera tenido que hacer de vosotros unos maestros (didaskaloi), necesitáis de nuevo que os enseñen los elementos primordiales de los oráculos de Dios y habéis llegado al punto en que necesitáis leche en lugar de alimento sólido. Quien esté todavía en la etapa de la leche no tiene la experiencia de la palabra justa : es un niño (nepios). En cambio, el alimento sólido es para los que son perfectos (teleioi), para aquellos cuyos sentidos han sido ejercitados* por la experiencia, a fin de poder distinguir el bien del mal. Por ello, dejando de lado la enseñanza primaria referente a Cristo, interesémonos por la "enseñanza perfecta" (teleiotes) ..." (Hebr.V, 12 y VI, 1).
"Hermanos, no seáis niños (paidia) en vuestros pensamientos [...] en vez de ello, sed perfectos (teleioi)." (ICor. XIV, 20).
Además, Pablo especifica claramente que habla de misterios que deben mantenerse secretos y que esta enseñanza no está destinada más que a la elite muy selecta de los perfectos :
"Se habla de Sabiduría entre los "perfectos" (teleioi) y no de una sabiduría de este mundo ... Hablamos de una sabiduría de Dios en el Misterio, la sabiduría oculta, aquella que Dios predestinó para nuestra gloria ya antes de los siglos". (I Cor.II, 6-7).
Esta sabiduría reservada se llama también "gnosis":
"¡Oh profundidad de la Riqueza, de la Sabiduría y de la Gnosis de Dios!". (Rom.XI, 33).
Es en esta Gnosis donde debemos renacer primero, como un niño, y luego crecer a fin de alcanzar la perfección, como lo precisa Pedro, que se autocalifica como Epopte, en II Pedro I, 16: "Porque no os hemos dado a conocer el Poder y Descenso de nuestro Salvador Cristo por medio de fábulas artificiosas sino que somos Epoptas** en la grandeza del Salvador Cristo" .
"Creced en la gracia y en la Gnosis de nuestro Señor y Salvador Cristo". (II Pedro III, 18).
Esta Gnosis se transmite entre los que han sido escogidos. En griego, "transmisión" o "tradición" es paradosis, que procede del verbo paradidonai, "transmitir".
"Por lo que a mi se refiere -dice Pablo- he recibido del Señor lo que os he transmitido (paradidonai)" (I Cor.XI, 23).
Y felicita a los Corintios por guardar fielmente este depósito sagrado: "Alabados seáis por acordaros siempre de mí y mantener las tradiciones (paradosis) tal como os las he transmitido (paradidonai)". (I Cor..XI, 2).
Los términos del Nuevo Testamento que acabamos de citar (teleios, noûs, gnosis, paradosis, mysterion, epoptes) se utilizaban técnicamente en las sociedades gnósticas de los tres primeros siglos.
Los escritos neo-testamentarios -que no se dirigían a todo el mundo- fueron destinados a una sociedad elegida y preparada (es a los "Perfectos" a quiénes habla San Pablo), sólo los "fieles" verdaderamente cualificados pueden entenderlos en realidad.
FIN
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