PRINCIPALES DEIDADES EGIPCIAS
Los textos de las pirámides y de los sarcófagos, junto al Libro de los Muertos, representan la mejor fuente de información de la religión egipcia y por eso es indispensable consultarlos si es que queremos conocerla a fondo.
Pero no es suficiente sólo con ellos. Eso podemos verlo en el caso de los estudiosos de la ciencia oficial que teniendo tanta información como tienen, no llegan nunca a ponerse de acuerdo definitivamente en ciertos aspectos.
Una de las discusiones clásicas de la Egiptología es la de si la religión egipcia es monoteísta o es politeísta: los primeros estudiosos y eruditos en la materia quisieron ver un monoteísmo en el que el dios único era el Sol, el dios Ra, y todavía hoy muchos mantienen esa tesis. Pero actualmente se dice que es una religión politeísta, cuyos dioses, aunque tienen una cierta relación entre ellos, son totalmente independientes unos de otros. Nosotros los gnósticos, por nuestra parte, podemos remitirnos a la obra del V. M. Samael Aun Weor donde él nos aclarara que “dios es dioses”, y, además, nos dice lo siguiente: “El politeísmo monista es la síntesis de politeísmo y del monoteísmo. La variedad es la unidad.”
Así también en la religión egipcia encontramos una amplia variedad de dioses y diosas, que personifican a todas las partes de un mismo dios involucradas en la existencia. Dios viene a ser entonces la unidad múltiple perfecta de la que nos habla el V. M. Samael. El problema es que pocos estudiosos aceptan aún esta idea, porque no la comprenden y les parece demasiado abstracta quizás, encerrados en sus dogmas de tipo materialista.
En este artículo no vamos a explicar el sistema religioso completo porque sería demasiado complejo y ocuparía muchas páginas, pero sí mencionaremos aquello que se relacione más directamente con el mundo de los muertos, sobre todo con las divinidades que intervienen en el proceso del alma en la muerte y, muy especialmente, los que intervienen en el juicio de Osiris.
Como es de suponer, en las épocas de esplendor de la cultura egipcia la Conciencia de los hombres se encontraba mucho más despierta que en la actualidad, y, por tanto, estaba más capacitada para llegar a un conocimiento superior a través de la inspiración y de la intuición. Eso se debía a que tenía aún despierto el sentido de percepción de las verdades cósmicas. Sus líderes espirituales les guiaban sabiamente y les enseñaron a percibir los principios religiosos a través de la contemplación de la Naturaleza y de la Vida en su movimiento. Una vida que todo el pueblo percibía a través de una experiencia común, de la naturaleza que les rodeaba.
Cada año y periódicamente los egipcios contemplaban un fenómeno realmente espectacular: el de las crecidas del río Nilo. Imaginémonos la escena: durante cuatro meses la estrecha franja de tierra que habitaban en la orilla del río se convertía en un inmenso mar. Entonces parecía que la vida hubiera quedado en suspenso. Pero pasado este tiempo, la crecida desaparecía y entonces emergía de nuevo la negra tierra, resplandeciendo, rebosante de agua, renovada y llena de vida. Entonces todos los habitantes del país volvían a la labor del trabajo y cultivo de la tierra.
Así es como dice la cosmogonía egipcia que en el principio de los tiempos lo único que había eran las aguas primordiales, el caos; y sobre estas aguas emergió lo que ellos llamaron “el montículo de la creación”. Fue entonces cuando aparecieron separándose, el cielo y la tierra. A las aguas primordiales se las llamó Nun. Blavatsky dice de ellas en el Glosario Teosófico lo siguiente: “Por haber sido todos los dioses engendrados en el río celestial ha recibido el nombre de padre-madre celestial”, y a continuación las identifica con el pleroma de los antiguos gnósticos.
Además de “Nun”, otro nombre que se le daba en el antiguo Egipto era “el más anciano”. En las aguas primordiales, el río celestial, aparecieron entonces el cielo y la tierra, que son el matrimonio divino formado por Nut y Geb o Seb. A Nut, en el Libro de los Muertos, se la llama “el abismo celeste”. Ella es el Espacio Abstracto Infinito personificado, la materia primordial, es el cielo o la bóveda celeste, y por eso se la representa desnuda, inclinada sobre la tierra con el cuerpo lleno de estrellas. Seb o Geb es su esposo, la tierra, representado como un hombre recostado mirando el cielo oscuro de la noche, a Nut que está sobre él.
Dicen los textos que antes de que se diera la creación, Nut y Geb vivían eternamente abrazados y unidos en un solo ser por su infinito amor. Pero llegó un momento en que engendraron a cuatro hijos y durante el parto tuvieron que separarse. De esa repentina separación se formó el espacio de la creación, la manifestación que se realiza entre la bóveda celeste y la tierra, entre Nut y Geb. Sus cuatro hijos fueron Isis, Osiris, Seth y Neftis.
Isis y Osiris eran gemelos y de su matrimonio nació Horus, que viene a completar la conocida tríada egipcia de Osiris, Isis y Horus; Padre, Madre y Cristo íntimos.
Osiris es el dios más grande de Egipto. Es el hijo primogénito de Nut y Geb y, por tanto, la primera deidad manifestada. Según Blavatsky, entre otras muchas cosas, representa a la tríada espiritual superior.
Isis es el eterno femenino, la diosa virgen-madre, la naturaleza misma personificada. En el frontón de su templo en Sais se veían escritas las siguientes palabras: “Soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha quitado jamás todavía el velo que oculta mi divinidad a los ojos de los hombres”.
Neftis es también el polo femenino de la creación, la naturaleza, pero en su aspecto inferior, el poder de desintegración, es el genio del mundo inferior. A la vez es la esposa de su hermano Seth.
Seth (o Tifón, como le llama Blavatsky) es el lado oscuro de Osiris, su hermano malvado que sólo busca acabar con él. Blavatsky dice que representa a los cuatro cuerpos de pecado. En un ritual del Libro de los Muertos, Seth es acusado de “robar la razón al alma”. A él se le representa luchando contra Osiris y cortándole en catorce pedazos, después de lo cual, al haberse desconectado de su tríada superior, queda sumido en las tinieblas; igual que nos ocurre a nosotros.
Osiris es asesinado por su hermano a los 28 años y después enterrado, y es a partir de entonces que se convierte en el dios de la región de los muertos. Por eso se le representa como una momia: envuelto en vendas de lino y con los brazos cruzados sobre el pecho, sosteniendo sus dos atributos, el flagelo (o látigo) y el cayado (o bastón curvo). Y por esto también es él el que preside el juicio que se le hace al difunto ante los 42 jueces del karma cuando muere. Pero el asesinato que ha cometido Seth no queda así, sin más, sino que Horus, hijo de Osiris, que representa al Cristo Íntimo, venga su muerte enfrentándose a Seth
Las partes más importantes de esta leyenda sobre el asesinato de Osiris, según circulaban en el siglo I, fueron recogidas por Plutarco en "Isis y Osiris", y reduciendo un poco, cuenta así:
"Desde que Osiris comenzó a reinar, se preocupó de inmediato por apartar a los egipcios de la vida de privaciones y de bestia salvaje que llevaban, haciéndoles conocer los frutos de la tierra, dándoles leyes y enseñándoles a respetar a los dioses. Más adelante viajó por toda la Tierra, llevando la civilización.
Tifón le tendió emboscadas. Se hizo de setenta y dos cómplices. Luego de haber tomado en secreto el largo del cuerpo de Osiris mandó construir, de acuerdo con esta medida, un espléndido cofre decorado con gran magnificencia y ordenó que lo llevaran a un festín. A la vista de este cofre, todos los convidados quedaron atónitos y encantados. Tifón entonces prometió en broma que se lo regalaría al que allí se acostase y le viniese justo. Los convidados, entonces, lo probaron uno tras otro, pero ninguno lo encontró apropiado a su medida. Finalmente, allí se metió Osiris y le fue posible extenderse cuan largo era. En ese mismo instante, todos los presentes se abalanzaron para ponerle la tapa y mientras unos por fuera la aseguraban con clavos, otros se ocuparon de sellarla con plomo derretido. Terminada la operación, llevaron el cofre hasta el río y lo hicieron llegar al mar.
Se dice que todo esto ocurrió el día diecisiete del mes de Hathor, cuando el Sol pasa por la constelación de Escorpión, y durante el vigésimoctavo año del reinado de Osiris.
Informada de lo acaecido y en el mismo sitio en que conoció esta mala noticia, Isis se cortó uno de sus rizos y se puso un vestido de duelo. La diosa entonces deambuló por todas partes e iba recorriéndolo todo presa de la angustia más grande y a quienquiera que se acercase le dirigía la palabra. Aun cuando se encontrase con niños pequeños les preguntaba sobre la suerte del cofre. Y sucedió que estos niños lo habían visto y le indicaron el brazo del río por el que los amigos de Tifón habían hecho llegar el féretro hasta el mar. De lo cual resulta que en Egipto se atribuye a los niños una aptitud profética y se obtienen presagios en especial de las palabras que pronuncian cuando se encuentran jugando en los templos y cuando dejan escapar exclamaciones sueltas al azar.
A continuación supo Isis que Osiris, en un arranque de pasión y en un instante de confusión, tuvo comercio carnal con Neftis a quien equivocadamente tomó por Isis. Y por ello de inmediato se puso Isis a buscar al niño (fruto de dicha unión). Guiada por perros Isis logró hallarlo, pero no sin dificultades y tras grandes trabajos. Se encargó luego de alimentarlo, y este niño, que respondía al nombre de Anubis, se convirtió en su acompañante y guardián. Y se le atribuye una predisposición para cuidar de los dioses, así como los perros la tienen para cuidar a los hombres.
Inmediatamente después, Isis recibió la noticia de que el cofre había sido arrastrado por el mar hasta el territorio de Biblos, donde las olas lo habían depositado con suavidad al pie de un tamarindo. Este tamarindo, habiéndose activado en gran medida su desarrollo, encerró el cofre creciendo a su alrededor y lo escondió en el interior de su propio tronco. El rey de ese país, asombrado ante el extraordinario desarrollo del arbusto dio orden de cortar el tronco que contenía el féretro oculto y de hacer con él una columna que sostuviese el techo de su palacio.
Según se dice, avisada de este suceso por un celebre viento divino, se trasladó Isis a Biblos. Se sentó a la vera de una fuente, abatida y llorosa, y no le dirigió a nadie la palabra. Pero cuando pasaron las doncellas de la reina, las saludó, conversó con ellas bondadosamente, se ofreció a trenzarles los cabellos y a impregnar sus cuerpos con el aroma sorprendente que se desprendía de su propia persona.
Cuando la reina volvió a ver a sus jóvenes servidoras, de pronto se vio presa del deseo de saber quién era la extranjera, gracias a la cual sus cabellos y cuerpos esparcían un aroma de ambrosía. Les mandó buscarla e hizo de ella su amiga más íntima, encargándole que amamantara a su pequeño hijo.
Para nutrir al niño, Isis en lugar de darle el pecho metía un dedo en su boca. Y durante la noche quemaba en el fuego lo que su cuerpo tenía de mortal. Todo esto duró hasta que un día la reina se puso a espiar a la diosa y a lanzar grandes gritos cuando la vio quemar a su pequeño hijo, con lo que le quitó a éste el privilegio de la inmortalidad.
Isis se dejó ver entonces en su magnificencia divina y reclamó la columna que sostenía el techo. Una vez que hubo encontrado el féretro, la diosa se abalanzó sobre él con exclamaciones tan lastimeras que el menor de los hijos del rey expiró. Con la ayuda del mayor, subió el féretro a un navío y lo hizo retornar.
En el primer lugar solitario que encontró y en el momento en que se creyó absolutamente sola, abrió Isis el féretro. Y arrimó su rostro al de Osiris, abrazándolo y llorando. Antes de ponerse en camino para llegar donde se encontraba su hijo Horus, al que educaban en Buto, había Isis depositado el cofre que contenía a Osiris en un lugar apartado. Pero una noche, cuando había salido a cazar, aprovechando el claro de luna, Tifón lo encontró y reconoció el cuerpo, lo dividió en catorce partes y las dispersó por todos lados.
Enterada de lo que había sucedido, comenzó Isis a buscarlas; se subió a una barca hecha de papiros y recorrió las marismas.
A esto se debe que en Egipto sean numerosos los sitios que pasan por ser la sepultura de Osiris, pues según se cuenta, mandaba Isis erigir un sepulcro cada vez que descubría una parte del cadáver. La única parte del cuerpo de Osiris que Isis no llegó a encontrar fue el miembro viril. Inmediatamente después de haberlo arrancado, Tifón lo habría arrojado al río y el lepidoto, el pargo y el oxirrinco se lo habrían comido; de donde proviene el horror sagrado que les inspiran estos peces. En reemplazo de este miembro fabricó Isis una imitación y así consagró la diosa el falo, cuya fiesta celebran todavía los egipcios.
Más tarde, cuando regresó de los infiernos, Osiris adiestró a Horus para la guerra y el combate.
Se libró a continuación una gran batalla que duró varios días y que terminó con la victoria de Horus. Fuertemente maniatado, entregaron a Tifón en manos de Isis. Pero la diosa no ordenó que le quitaran la vida, sino que le desató y le puso en libertad. De inmediato Tifón intentó levantarle un proceso a Horus, pretendiendo que se trataba de un bastardo. Sin embargo, y con la ayuda de Hermes, Horus fue declarado legítimo por los dioses y Tifón sufrió dos derrotas adicionales en otras tantas batallas que libraron."
Blavatsky menciona en el Glosario Teosófico que de Horus se dice lo siguiente: “Él es el gran dios amado de los cielos, amado del Sol, vástago de los dioses, subyugador del mundo... En el solsticio de invierno (nuestra navidad), su imagen, en forma de niño recién nacido, era sacada del santuario para exponerla a la adoración de las muchedumbres... Una tabla le describe diciendo que es la sustancia de su padre, Osiris, de quien es una encarnación.”
Horus es el Cristo Íntimo, símbolo de la resurrección: cuando Osiris muere, nace su hijo que venga a su padre y acaba con su asesino. Es el símbolo del renacimiento de Osiris, y una encarnación suya. También se dice de él que es idéntico a su padre.
La egipcia era una civilización solar y rendía culto a la divinidad en la forma del Sol, el dios Ra, y en la contemplación de su ciclo diario alrededor del horizonte descubrían una representación del eterno Drama Crístico, del nacimiento, la muerte y la resurrección. Cuando el Sol está en el ocaso, en el atardecer, es Osiris muriendo en manos de Seth y penetrando en el mundo sumergido, donde tiene que luchar toda la noche contra las fuerzas oscuras para poder renacer en la forma de su hijo. Al nacer el Sol cada mañana es Horus, que ha vencido y vengado a su padre.
Al Sol naciente también se le representaba como Khepri, el escarabajo pelotero, dios del renacimiento y la trasmigración de las almas. Que empujaba al Sol en el horizonte como si se tratase de una pelota hasta sacarlo del inframundo.
También es necesario aquí hablar de Anubis; decir que es hijo de Neftis, la esposa de Seth, e igual que este matrimonio es el doble del de Isis y Osiris, Anubis, en cierto modo, es idéntico a Horus. En un principio fue el cuarto hijo de Ra, pero más tarde se le incorporó a la leyenda de Osiris y se le consideró fruto de la unión de este dios con Neftis.
Es llamado “el guardián de los muertos”, “el preparador del camino del otro mundo”. Anubis acompaña al difunto durante todo el proceso de la muerte. Por eso en el Libro de los Muertos tiene una especial importancia ya que aparece desempeñando diversas misiones, como custodiando la momia o guiando al difunto para el juicio ante Osiris y los jueces ante los que pesa su alma.
Una de las discusiones clásicas de la Egiptología es la de si la religión egipcia es monoteísta o es politeísta: los primeros estudiosos y eruditos en la materia quisieron ver un monoteísmo en el que el dios único era el Sol, el dios Ra, y todavía hoy muchos mantienen esa tesis. Pero actualmente se dice que es una religión politeísta, cuyos dioses, aunque tienen una cierta relación entre ellos, son totalmente independientes unos de otros. Nosotros los gnósticos, por nuestra parte, podemos remitirnos a la obra del V. M. Samael Aun Weor donde él nos aclarara que “dios es dioses”, y, además, nos dice lo siguiente: “El politeísmo monista es la síntesis de politeísmo y del monoteísmo. La variedad es la unidad.”
Así también en la religión egipcia encontramos una amplia variedad de dioses y diosas, que personifican a todas las partes de un mismo dios involucradas en la existencia. Dios viene a ser entonces la unidad múltiple perfecta de la que nos habla el V. M. Samael. El problema es que pocos estudiosos aceptan aún esta idea, porque no la comprenden y les parece demasiado abstracta quizás, encerrados en sus dogmas de tipo materialista.
En este artículo no vamos a explicar el sistema religioso completo porque sería demasiado complejo y ocuparía muchas páginas, pero sí mencionaremos aquello que se relacione más directamente con el mundo de los muertos, sobre todo con las divinidades que intervienen en el proceso del alma en la muerte y, muy especialmente, los que intervienen en el juicio de Osiris.
Como es de suponer, en las épocas de esplendor de la cultura egipcia la Conciencia de los hombres se encontraba mucho más despierta que en la actualidad, y, por tanto, estaba más capacitada para llegar a un conocimiento superior a través de la inspiración y de la intuición. Eso se debía a que tenía aún despierto el sentido de percepción de las verdades cósmicas. Sus líderes espirituales les guiaban sabiamente y les enseñaron a percibir los principios religiosos a través de la contemplación de la Naturaleza y de la Vida en su movimiento. Una vida que todo el pueblo percibía a través de una experiencia común, de la naturaleza que les rodeaba.
Cada año y periódicamente los egipcios contemplaban un fenómeno realmente espectacular: el de las crecidas del río Nilo. Imaginémonos la escena: durante cuatro meses la estrecha franja de tierra que habitaban en la orilla del río se convertía en un inmenso mar. Entonces parecía que la vida hubiera quedado en suspenso. Pero pasado este tiempo, la crecida desaparecía y entonces emergía de nuevo la negra tierra, resplandeciendo, rebosante de agua, renovada y llena de vida. Entonces todos los habitantes del país volvían a la labor del trabajo y cultivo de la tierra.
Así es como dice la cosmogonía egipcia que en el principio de los tiempos lo único que había eran las aguas primordiales, el caos; y sobre estas aguas emergió lo que ellos llamaron “el montículo de la creación”. Fue entonces cuando aparecieron separándose, el cielo y la tierra. A las aguas primordiales se las llamó Nun. Blavatsky dice de ellas en el Glosario Teosófico lo siguiente: “Por haber sido todos los dioses engendrados en el río celestial ha recibido el nombre de padre-madre celestial”, y a continuación las identifica con el pleroma de los antiguos gnósticos.
Además de “Nun”, otro nombre que se le daba en el antiguo Egipto era “el más anciano”. En las aguas primordiales, el río celestial, aparecieron entonces el cielo y la tierra, que son el matrimonio divino formado por Nut y Geb o Seb. A Nut, en el Libro de los Muertos, se la llama “el abismo celeste”. Ella es el Espacio Abstracto Infinito personificado, la materia primordial, es el cielo o la bóveda celeste, y por eso se la representa desnuda, inclinada sobre la tierra con el cuerpo lleno de estrellas. Seb o Geb es su esposo, la tierra, representado como un hombre recostado mirando el cielo oscuro de la noche, a Nut que está sobre él.
Dicen los textos que antes de que se diera la creación, Nut y Geb vivían eternamente abrazados y unidos en un solo ser por su infinito amor. Pero llegó un momento en que engendraron a cuatro hijos y durante el parto tuvieron que separarse. De esa repentina separación se formó el espacio de la creación, la manifestación que se realiza entre la bóveda celeste y la tierra, entre Nut y Geb. Sus cuatro hijos fueron Isis, Osiris, Seth y Neftis.
Isis y Osiris eran gemelos y de su matrimonio nació Horus, que viene a completar la conocida tríada egipcia de Osiris, Isis y Horus; Padre, Madre y Cristo íntimos.
Osiris es el dios más grande de Egipto. Es el hijo primogénito de Nut y Geb y, por tanto, la primera deidad manifestada. Según Blavatsky, entre otras muchas cosas, representa a la tríada espiritual superior.
Isis es el eterno femenino, la diosa virgen-madre, la naturaleza misma personificada. En el frontón de su templo en Sais se veían escritas las siguientes palabras: “Soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha quitado jamás todavía el velo que oculta mi divinidad a los ojos de los hombres”.
Neftis es también el polo femenino de la creación, la naturaleza, pero en su aspecto inferior, el poder de desintegración, es el genio del mundo inferior. A la vez es la esposa de su hermano Seth.
Seth (o Tifón, como le llama Blavatsky) es el lado oscuro de Osiris, su hermano malvado que sólo busca acabar con él. Blavatsky dice que representa a los cuatro cuerpos de pecado. En un ritual del Libro de los Muertos, Seth es acusado de “robar la razón al alma”. A él se le representa luchando contra Osiris y cortándole en catorce pedazos, después de lo cual, al haberse desconectado de su tríada superior, queda sumido en las tinieblas; igual que nos ocurre a nosotros.
Osiris es asesinado por su hermano a los 28 años y después enterrado, y es a partir de entonces que se convierte en el dios de la región de los muertos. Por eso se le representa como una momia: envuelto en vendas de lino y con los brazos cruzados sobre el pecho, sosteniendo sus dos atributos, el flagelo (o látigo) y el cayado (o bastón curvo). Y por esto también es él el que preside el juicio que se le hace al difunto ante los 42 jueces del karma cuando muere. Pero el asesinato que ha cometido Seth no queda así, sin más, sino que Horus, hijo de Osiris, que representa al Cristo Íntimo, venga su muerte enfrentándose a Seth
Las partes más importantes de esta leyenda sobre el asesinato de Osiris, según circulaban en el siglo I, fueron recogidas por Plutarco en "Isis y Osiris", y reduciendo un poco, cuenta así:
"Desde que Osiris comenzó a reinar, se preocupó de inmediato por apartar a los egipcios de la vida de privaciones y de bestia salvaje que llevaban, haciéndoles conocer los frutos de la tierra, dándoles leyes y enseñándoles a respetar a los dioses. Más adelante viajó por toda la Tierra, llevando la civilización.
Tifón le tendió emboscadas. Se hizo de setenta y dos cómplices. Luego de haber tomado en secreto el largo del cuerpo de Osiris mandó construir, de acuerdo con esta medida, un espléndido cofre decorado con gran magnificencia y ordenó que lo llevaran a un festín. A la vista de este cofre, todos los convidados quedaron atónitos y encantados. Tifón entonces prometió en broma que se lo regalaría al que allí se acostase y le viniese justo. Los convidados, entonces, lo probaron uno tras otro, pero ninguno lo encontró apropiado a su medida. Finalmente, allí se metió Osiris y le fue posible extenderse cuan largo era. En ese mismo instante, todos los presentes se abalanzaron para ponerle la tapa y mientras unos por fuera la aseguraban con clavos, otros se ocuparon de sellarla con plomo derretido. Terminada la operación, llevaron el cofre hasta el río y lo hicieron llegar al mar.
Se dice que todo esto ocurrió el día diecisiete del mes de Hathor, cuando el Sol pasa por la constelación de Escorpión, y durante el vigésimoctavo año del reinado de Osiris.
Informada de lo acaecido y en el mismo sitio en que conoció esta mala noticia, Isis se cortó uno de sus rizos y se puso un vestido de duelo. La diosa entonces deambuló por todas partes e iba recorriéndolo todo presa de la angustia más grande y a quienquiera que se acercase le dirigía la palabra. Aun cuando se encontrase con niños pequeños les preguntaba sobre la suerte del cofre. Y sucedió que estos niños lo habían visto y le indicaron el brazo del río por el que los amigos de Tifón habían hecho llegar el féretro hasta el mar. De lo cual resulta que en Egipto se atribuye a los niños una aptitud profética y se obtienen presagios en especial de las palabras que pronuncian cuando se encuentran jugando en los templos y cuando dejan escapar exclamaciones sueltas al azar.
A continuación supo Isis que Osiris, en un arranque de pasión y en un instante de confusión, tuvo comercio carnal con Neftis a quien equivocadamente tomó por Isis. Y por ello de inmediato se puso Isis a buscar al niño (fruto de dicha unión). Guiada por perros Isis logró hallarlo, pero no sin dificultades y tras grandes trabajos. Se encargó luego de alimentarlo, y este niño, que respondía al nombre de Anubis, se convirtió en su acompañante y guardián. Y se le atribuye una predisposición para cuidar de los dioses, así como los perros la tienen para cuidar a los hombres.
Inmediatamente después, Isis recibió la noticia de que el cofre había sido arrastrado por el mar hasta el territorio de Biblos, donde las olas lo habían depositado con suavidad al pie de un tamarindo. Este tamarindo, habiéndose activado en gran medida su desarrollo, encerró el cofre creciendo a su alrededor y lo escondió en el interior de su propio tronco. El rey de ese país, asombrado ante el extraordinario desarrollo del arbusto dio orden de cortar el tronco que contenía el féretro oculto y de hacer con él una columna que sostuviese el techo de su palacio.
Según se dice, avisada de este suceso por un celebre viento divino, se trasladó Isis a Biblos. Se sentó a la vera de una fuente, abatida y llorosa, y no le dirigió a nadie la palabra. Pero cuando pasaron las doncellas de la reina, las saludó, conversó con ellas bondadosamente, se ofreció a trenzarles los cabellos y a impregnar sus cuerpos con el aroma sorprendente que se desprendía de su propia persona.
Cuando la reina volvió a ver a sus jóvenes servidoras, de pronto se vio presa del deseo de saber quién era la extranjera, gracias a la cual sus cabellos y cuerpos esparcían un aroma de ambrosía. Les mandó buscarla e hizo de ella su amiga más íntima, encargándole que amamantara a su pequeño hijo.
Para nutrir al niño, Isis en lugar de darle el pecho metía un dedo en su boca. Y durante la noche quemaba en el fuego lo que su cuerpo tenía de mortal. Todo esto duró hasta que un día la reina se puso a espiar a la diosa y a lanzar grandes gritos cuando la vio quemar a su pequeño hijo, con lo que le quitó a éste el privilegio de la inmortalidad.
Isis se dejó ver entonces en su magnificencia divina y reclamó la columna que sostenía el techo. Una vez que hubo encontrado el féretro, la diosa se abalanzó sobre él con exclamaciones tan lastimeras que el menor de los hijos del rey expiró. Con la ayuda del mayor, subió el féretro a un navío y lo hizo retornar.
En el primer lugar solitario que encontró y en el momento en que se creyó absolutamente sola, abrió Isis el féretro. Y arrimó su rostro al de Osiris, abrazándolo y llorando. Antes de ponerse en camino para llegar donde se encontraba su hijo Horus, al que educaban en Buto, había Isis depositado el cofre que contenía a Osiris en un lugar apartado. Pero una noche, cuando había salido a cazar, aprovechando el claro de luna, Tifón lo encontró y reconoció el cuerpo, lo dividió en catorce partes y las dispersó por todos lados.
Enterada de lo que había sucedido, comenzó Isis a buscarlas; se subió a una barca hecha de papiros y recorrió las marismas.
A esto se debe que en Egipto sean numerosos los sitios que pasan por ser la sepultura de Osiris, pues según se cuenta, mandaba Isis erigir un sepulcro cada vez que descubría una parte del cadáver. La única parte del cuerpo de Osiris que Isis no llegó a encontrar fue el miembro viril. Inmediatamente después de haberlo arrancado, Tifón lo habría arrojado al río y el lepidoto, el pargo y el oxirrinco se lo habrían comido; de donde proviene el horror sagrado que les inspiran estos peces. En reemplazo de este miembro fabricó Isis una imitación y así consagró la diosa el falo, cuya fiesta celebran todavía los egipcios.
Más tarde, cuando regresó de los infiernos, Osiris adiestró a Horus para la guerra y el combate.
Se libró a continuación una gran batalla que duró varios días y que terminó con la victoria de Horus. Fuertemente maniatado, entregaron a Tifón en manos de Isis. Pero la diosa no ordenó que le quitaran la vida, sino que le desató y le puso en libertad. De inmediato Tifón intentó levantarle un proceso a Horus, pretendiendo que se trataba de un bastardo. Sin embargo, y con la ayuda de Hermes, Horus fue declarado legítimo por los dioses y Tifón sufrió dos derrotas adicionales en otras tantas batallas que libraron."
Blavatsky menciona en el Glosario Teosófico que de Horus se dice lo siguiente: “Él es el gran dios amado de los cielos, amado del Sol, vástago de los dioses, subyugador del mundo... En el solsticio de invierno (nuestra navidad), su imagen, en forma de niño recién nacido, era sacada del santuario para exponerla a la adoración de las muchedumbres... Una tabla le describe diciendo que es la sustancia de su padre, Osiris, de quien es una encarnación.”
Horus es el Cristo Íntimo, símbolo de la resurrección: cuando Osiris muere, nace su hijo que venga a su padre y acaba con su asesino. Es el símbolo del renacimiento de Osiris, y una encarnación suya. También se dice de él que es idéntico a su padre.
La egipcia era una civilización solar y rendía culto a la divinidad en la forma del Sol, el dios Ra, y en la contemplación de su ciclo diario alrededor del horizonte descubrían una representación del eterno Drama Crístico, del nacimiento, la muerte y la resurrección. Cuando el Sol está en el ocaso, en el atardecer, es Osiris muriendo en manos de Seth y penetrando en el mundo sumergido, donde tiene que luchar toda la noche contra las fuerzas oscuras para poder renacer en la forma de su hijo. Al nacer el Sol cada mañana es Horus, que ha vencido y vengado a su padre.
Al Sol naciente también se le representaba como Khepri, el escarabajo pelotero, dios del renacimiento y la trasmigración de las almas. Que empujaba al Sol en el horizonte como si se tratase de una pelota hasta sacarlo del inframundo.
También es necesario aquí hablar de Anubis; decir que es hijo de Neftis, la esposa de Seth, e igual que este matrimonio es el doble del de Isis y Osiris, Anubis, en cierto modo, es idéntico a Horus. En un principio fue el cuarto hijo de Ra, pero más tarde se le incorporó a la leyenda de Osiris y se le consideró fruto de la unión de este dios con Neftis.
Es llamado “el guardián de los muertos”, “el preparador del camino del otro mundo”. Anubis acompaña al difunto durante todo el proceso de la muerte. Por eso en el Libro de los Muertos tiene una especial importancia ya que aparece desempeñando diversas misiones, como custodiando la momia o guiando al difunto para el juicio ante Osiris y los jueces ante los que pesa su alma.
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