ANTROPOLOGÍA
XOCHIPILLI
(Las secretas enseñanzas de los nahuas)
En el Museo de Antropología e Historia de la ciudad de México se halla Xochipilli sentado sobre un cubo de basalto bellamente tallado. Las rodillas en alto y las piernas en cruz de San Andrés, las manos con los pulgares e índices en contacto y la vista hacia el infinito.
Grandes orejeras de jade; coraza -con fleco que termina en garras de tigre o colmillos de serpientes- sobre la cual, en el pecho, ostenta dos soles con sendas medias lunas sobre los mismos. Pulseras y rodilleras que rematan en flor de seis pétalos; canilleras con garras que aprisionan sus tobillos y, sobre las canilleras, dos campánulas con las corolas hacia abajo arrojando, una, seis semillas y la otra fuego; cactli cuyas correas se anudan graciosamente sobre sus pies.
Xochipilli: «xochitl», flor; «pilli», principal. Dios de la agricultura, de las flores, de la música, del canto, de la poesía y de la danza. «Flores y cantos son lo más elevado que hay en la tierra para penetrar en los ámbitos de la verdad», enseñaban los tlamatinime en los calmecac. En el pecho ostenta el símbolo de Gran Deidad. Las garras felinas del fleco de su coraza son las mismas que a los lados de la cara de Tonatiuh destrozan corazones, símbolo del sacrificio de las emociones del iniciado; sacrificio sin el cual no es posible llegar a Dios.
La vulgo religión nahua celebraba la fiesta xochilhuitl en la cual, durante los cuatro días que la precedían, era obligatorio comer solamente panes de maíz sin sal una vez al día y dormir separados de sus mujeres los casados. Al quinto día, públicamente se ofrecían a Xochipilli danzas y cantos acompañados de teponaztli y tambores, ovación de flores recién cortadas y panes con miel de abejas en los cuales se ponía una mariposa de obsidiana, símbolo del alma del creyente.
En los calmecac -«calli», casa ; «mecatl», cuerda, lazo, corredor largo y estrecho en las habitaciones interiores de un edificio- tenía lugar una ceremonia ofrecida a Xochipilli. Once niños, todos hijos de nobles, ejecutaban cantos y danzas en círculo en las cuales daban tres pasos hacia adelante y tres pasos hacia atrás, seis veces, al mismo tiempo que agitaban graciosamente sus manos.
Un niño, arrodillado frente al fuego que ardía en el altar, oraba silenciosamente por el pan de cada día y otro niño permanecía parado en la entrada del templo haciendo guardia. Esta ceremonia duraba tanto como las danzas infantiles y debía celebrarse en la primera noche que apareciera en el cielo la fina hoz plateada de la Luna nueva. El director del calmecac, de pie entre el niño que oraba y los danzantes, dando frente al altar, con el rostro impasible como el de Xochipilli, recogía las vibraciones de la oración infantil, la de los cantos, la de las danzas, y levantando sus manos oscuras hacia el cielo, que ahora antojábanse una flor, pronunciaba quedamente la mística e inefable palabra que designa, define y crea, y que los niños pronunciaban en coro DANTER-ILOMBER-BIR.
(«Si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos». Mateo 18, 2-4). Pero no glotones, díscolos y groseros como algunos niños, sino como aquéllos humildes y confiados en sus padres que les dan todo lo que han de menester.
Sabiduría es amor. Xochipilli mora en el mundo del amor, de la música, de la belleza. Su rostro sonrosado como la aurora y sus rubios cabellos le dan una presencia infantil, inefable, sublime. El arte es la expresión positiva de la mente. El intelecto es la expresión negativa de la mente. Todos los Adeptos han cultivado las bellas artes.
Los viernes, de 10 p.m. a 2 a.m., se puede invocar a Xochipilli. El hace girar a favor de quienes se lo piden y lo merecen la Rueda de la Retribución. Pero él cobra todo servicio (Con Buenas obras y una conducta Recta), él no puede violar la Ley. En el interior del Templo del Sol, los Caballeros Ocelotl y los Caballeros Cuauhtli, ataviados con yelmos en forma de cabezas de tigre y águila, todos con penachos de plumas de quetzal en la nuca, símbolo de la lucha que en la tierra tenían que sostener contra el mal, llevando en una de sus manos un ramo de rosas y en la otra la macana forrada con piel de tigre y plumas de águila, símbolo de poder, en sus muñecas brazaletes y en sus pantorrillas canilleras, celebraban otra ceremonia el primer jueves de Luna nueva. En ella había danzas y cantos rituales, y uno de los Tlamatinime (espejo horadado en sí mismo, órgano de contemplación, visión concentrada del mundo de las cosas) cerraba la ceremonia con la siguiente oración:
«Señor por quien vivimos, dueño del cerca y del lejos, con alegría te damos gracias por nuestro Señor Quetzalcoatl, quien con el sacrificio de su sangre y la penitencia hizo que entrara en nosotros tu vida. Haznos fuertes como él, haznos alegres como él, haznos justos como él. Así sea» (decían todos en coro).
No hay comentarios:
Publicar un comentario